Este 5 de marzo se cumplen 30 años de la trágica muerte de Alberto Olmedo, el mayor capocómico de la Argentina. Su legado, frente a las nuevas miradas sobre el humor de antaño.
Es fácil imaginar la cortina musical de fondo para contar la vida de Alberto Olmedo (Attention Mesdames Et Messieurs), pero probablemente no habría cosa más aburrida que repetir la típica semblanza de aquel rosarino genial, de infancia pobre a superestrella de la risa. Abandonado por su padre, criado por su madre Matilde (de quien tomó el apellido), trabajó de verdulero y carnicero hasta que después de algunos coqueteos con la escena decidió probar suerte en Buenos Aires a los veintipico. Fue switcher en un canal de la incipiente televisión argentina y, tras una cena de fin de año en la que demostró sus gracias totales a los directivos del canal, se convirtió en la máxima figura de la pantalla durante las décadas siguientes.
La cortina musical para su trágica muerte, ocurrida un 5 de marzo de hace 30 años, probablemente sería mejor elegida por Crónica TV para ilustrar aquellas imágenes del cuerpo del capocómico en el suelo marplatense, con un jean y el torso desnudo, la cabeza virada hacia la izquierda, sin una sonrisa. En esas imágenes también aparecería Nancy Herrera, su última mujer y la única testigo, embarazada de dos meses de Albertito (hoy, de 29 años).
Aquel mes de marzo de 1988, Olmedo cayó del piso 11 de un departamento frente a la popular playa Varese, después de haber jugado a hacer equilibrio sobre la baranda del balcón. Alcohol, drogas, descontrol… probablemente. También aquel tipo exitoso para hacer reír, que estaba en el pico de su carrera, acarreaba consigo el atributo esencial de los payasos: la tristeza.