El glaucoma afecta aproximadamente a 70 millones de individuos a nivel mundial, y se incrementa notablemente su incidencia con el avance de la edad. En esta afección, caracterizada por el daño del nervio óptico con la consiguiente pérdida visual progresiva, la presión intraocular (resistencia a la salida de humor acuoso –líquido transparente– del interior del ojo) se constituye como uno de sus principales factores predisponentes. Básicamente, los glaucomas de dividen en los de ángulo abierto y los de ángulo cerrado, y es el primero de ellos (GPAA) su tipo más común. Si bien el GPAA no puede curarse, requiere tratamiento continuo durante toda la vida y la ceguera que provoca es irreversible, sí es posible prevenirlo.
Todos ellos pueden constituirse como posibles condicionantes para la aparición de la enfermedad. Incluso, existen ciertos medicamentos como los corticoides que pueden provocar el aumento de la presión intraocular. Un paciente sospechoso de glaucoma es aquel que presenta factores de riesgo, pero sin alteración concluyente en estudios estructurales y funcionales del nervio óptico. La evaluación de dichos factores, la presencia de presión intraocular elevada a partir de una toma aislada, un nervio óptico cuya estructura se asemeja a un daño producido por glaucoma o antecedentes de familiares directos con esta enfermedad son los puntos que se consideran para avanzar en el diagnóstico.