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15 años después de la peor inundación que vivió Santa Fe

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Hoy se cumplen 15 años de la peor tragedia hídrica que viviera la ciudad de Santa Fe. Un desborde del río Salado ingresó de manera aluvional por una zona que aún no se había cerrado en la defensa oeste. Inundó 43 barrios, más de 1.200 manzanas, anegó cientos de miles de hogares y cegó la vida de 23 personas de modo instantáneo. Con los años, se producirían muchas muertes de afectados que los especialistas han asociado al estrés postraumático de quienes lo perdieron todo.

No hay película de terror o misterio que se precie que no tenga una imagen ya clásica: la de personas deambulando en estado de shock y sin conciencia, con sus ojos desorbitados y balbuceando algo.

En el atardecer del 29 de abril de 2003, la avenida Freyre (el límite éste de la inundación) mostraba esa escena. Solo que no era ficción. Eran los santafesinos desesperados que caminaban sin rumbo, bajo el frío y la llovizna de ese día, sin fuerzas preguntando por algún ser querido cuyo destino no sabían cuál había sido y temían por el peor.

Esas 120 mil personas arrojadas de su hogar en cuestión de horas en algunos casos pero de minutos en otros, salieron de sus barrios en medio del terror más extremo que no habían soñado vivir. El agua ingresó con tal fuerza que reventaba puertas y ventanas, retorcía rejas y estructuras de hierro como si fueran de papel.

Se trataba de asir a los hijos y los ancianos y correr. Los gritos y los llantos hicieron un rumor lastimero que se extendió por todo el oeste de la ciudad. Hasta el día de hoy hay gente que se trata para sacarse esa dolorosa música de su cabeza. Otros, duermen con un brazo colgando de su cama para sentir si entra el agua.

Daños que perduran

La inundación fue hace quince años pero sus daños perduran. No los físicos. Hubo viviendas que estuvieron casi dos meses bajo un metro de agua por encima de su techo. Nada de lo que había adentro pudo salvarse del barro putrefacto con que el Salado hizo su marca indeleble.

Ropas, muebles, electrodomésticos, cañerías de servicios, instalaciones eléctricas y de cualquier otra especie, aberturas. Nada se salvó. Pero tampoco se salvaron los recuerdos que nutrían esas vidas casi tanto como la existencia misma. Eran los testimonios de esas existencias. Las historias de cada uno, de cada familia.

Fotos, alhajas, indumentaria especial como los vestidos de novia, cartas de amor, recuerdos de viajes, registros de cumpleaños, casamientos, nacimientos, fallecimientos. Además, claro, de papeles de valor jurídico o administrativo como documentos de identidad, partidas de nacimiento, títulos de propiedad, bibliotecas enteras, apuntes de estudios, etcétera.

De estos últimos, muchos se pudieron reconstruir en medio de infinitos trámites y agotadoras jornadas de declaraciones y recolección de pruebas pero la cara del ser querido de ya muchas décadas que había quedado en el viejo continente y se había inmortalizado en una última fotografía se había ido para siempre en el agua.

Los ejemplos son tan variados como los testimonios. Cada uno llora sus pérdidas. Las vidas y las señas del alma. En ese orden.

En esta fecha, Santa Fe vive una enorme tristeza. La memoria de aquella experiencia se torna más lacerante que nunca. Las cruces blancas de los muertos en la Plaza 25 de Mayo frente a la Casa Gris (que hace acordar al cementerio de Darwin en Malvinas). Se trata de un pueblo que supo de la vulnerabilidad pero también de la solidaridad.

La canción de las hormigas que Miguel Angel Trelles hiciera muy conocida en la década del ochenta es también un símbolo de aquellos días. Los santafesinos que no se inundaron, de modo espontáneo y con generosidad, movieron la montaña para salvar a sus hermanos afectados que huían de las aguas.

La angustia afectaba a todos por igual pero mientras unos corrían por salvar sus vidas los que estaban a salvo corrían para ayudar a aquellos.

Esto hizo que las imprevisiones del Estado, la inconciencia de los funcionarios y las faltas de quienes tuvieron alguna responsabilidad directa o indirecta con la tragedia, fuera una lección aprendida. Hoy la ciudad de Santa Fe recibe premios internacionales como una de las ciudades en la que resiliencia se convirtió en una causa común de todos.

Pero ello aún no explica del todo que pasó el 29 de abril de 2003 ni las muertes que fueron innecesarias. La causa judicial que debió dar esas respuestas ha pasado por las manos de 19 jueces, innumerables fiscales y muchos peritos. Solo tiene dos procesados a la fecha y en 15 años no se ha podido llegar a ningún fallo esclarecedor.

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