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El placer de vivir solas

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Cada vez más mujeres, en pareja o solteras, deciden no compartir su mundo íntimo. Tenerles compasión ya fue.

Saben que al poner la llave en la cerradura de la casa las espera deambular de la cocina al living sin tener que atender a nadie. Que solo se dejarán seducir por el ronroneo del motor de la heladera. Que no importa demasiado si las sábanas están revueltas. Que podrán escuchar hasta el final el disco que más les gusta. Que son las protegidas -o algo así- del electricista del barrio, del tano de la fábrica de pastas, del matrimonio que vive tras su medianera. Saben también que no tienen a quién pedirle auxilio si al terminar de ducharse reparan en que se olvidaron de la toalla, o si una cucaracha del tamaño de un submarino pasea por la mesa de luz. Entran al supermercado aunque se partan del dolor de muelas dado que en el 99,99% de los casos la alacena está vacía. Se hacen las valientes si el portero eléctrico las despierta a las 3 de la mañana así como se entregan, espontáneas, a la angustia existencial que suele caer acompañada de un ataque de llanto. Escenas de todos los días en la vida íntima de una mujer que vive sola.

“A pesar de su prevalencia, ésta es una de las cosas menos discutidas y menos comprendidas de nuestra época. Como jóvenes adultos aspiramos a tener nuestro propio lugar, pero nos inquietamos respecto de si permanecer de esta forma está bien. Aun si lo disfrutamos. Nos preocupamos por amigos o familiares que no han encontrado pareja, incluso cuando insisten en que son felices estando por su cuenta”.

Aquellas personas que se la pasan explicando por qué deciden tener la cama grande toda para ellas (ante vecinas metiches, madres conservadoras o amigas) reconocerán en las palabras del sociólogo Eric Klinenberg, citadas en el párrafo de arriba, una cuota de verdad. La cita refleja la ambivalencia con la que suele juzgarse ese estilo de vida. Su libro El extraordinario auge y el sorprendente atractivo de vivir solos abrió la discusión en torno al “fenómeno single”.

Klinenberg jura que no compartir el techo nos ayuda a ser mejores personas y además aporta beneficios a toda la sociedad. Y chau prejuicios: ¿quién dijo que es sinónimo de soledad o aislamiento? Es más, quienes le ponen el cuerpo a esta nueva realidad suelen tener una alta actividad social. Y lo sabemos: un hombre solo puede despertar respeto. Una mujer en la misma situación, en cambio, produce una miríada de sentimientos, desde la desconfianza hasta la lástima.

SUSANITA YA ES ABUELA

“La sociedad mira con recelo esta decisión. Porque ellas rompen con los ideales y principios defendidos a capa y espada y representados, por ejemplo, por el icónico personajes de Susanita”, analiza la psicóloga Teresa Crivaro.

Muchas de las voces que reivindican este modo de vida lejos de los estereotipos están alzadas por protagonistas de la tribu. Defienden un identikit alejado de la solterona que despierta compasión y cerca de una personalidad libertaria, autodeterminada; alguien feliz -o bastante feliz- en lo que su mundo le propone en materia de salud, dinero, amistad, amor.

Kate Bolick es una de ellas. En su libro Spinster: Making A Life Of One’s Own, la periodista mezcla autobiografía, investigación periodística y retrato generacionall. Porque Bolick siente y luego escribe, pone en crisis los roles dominantes y también habla de las distintas mujeres (ficticias y reales) que a lo largo de la historia encarnaron de manera más solvente el ideal de soltería.

Mirando un poco más acá, Bolick señala: “Hubo un tiempo en que las modelos eran Carrie Bradshaw o Bridget Jones. Frívola y fabulosa, o desesperada. En cualquier caso, trataban de conseguir pareja. Sex and the Citycelebraba la soltería en tanto era un estadio para algo más. Sin embargo, la cultura nos dio ejemplos positivos en el pasado. ¿A dónde se fueron?”. Hoy, cualquier parecido con la realidad se refleja en la antítesisesis de ambos mensajes, en cada capitulo de Girls.

MI FAMILIA ES FACEBOOK

Las mujeres que viven solas juran que vivir solas no es igual a sentirse solas. Y, claro, es difícil sentirte aislada cuando podés estar conectada a otros y en constante compañía a través de las redes y dispositivos móviles.

Ellas, incluso, suelen tener una mirada más compleja sobre las relaciones. Son cada vez más en ciudades cada vez más gigantes, con nuevas formas de encontrarse en el mundo virtual y también en el real. Porque gracias a fenómenos como la urbanización, las nuevas dinámicas de socialización y la hiperconexión, la experiencia single se ha transformado de modo significativo.

“Hoy, se considera una forma de obtener cierto tipo de soledad restaurativa, un estado que puede ser productivo. La revoluciónión en las comunicaciones ha hecho que esta sea una experiencia potencialmente social”, afirma el sociólogo Klinenberg.

Sin dudas que la soledad tiene mala prensa. Pero, ¿puede este estado resultar algo necesario incluso indispensable para nuestro desarrollo personal y hasta para la construcción de la pareja?

Ante la sobrecarga e hiperactividad de todos los días, la soledad se presenta como un bien casi indispensable y regenerativo. Los especialistas reconocen que para poder trabajar o ser creativos se requiere necesariamente de un espacio y un tiempo propio. Y señalan la importancia de estos oasis contemplativos (o de “ocio activo”) que creamos en medio de nuestra existencia urbana y digital.

PARA DESVESTIR SANTOS

Muchas mujeres que están al frente de esta ola se separaron de grandes, y pese a los relatos que atemorizan nunca pensaron que se sentirían tan relajadas almorzando solas, un sábado, a la hora que se les antoje…

“Hoy la soltería no siempre parece ser sinónimo de soledad. Ellas valoran su independencia, se preguntan qué quieren de la vida, se replantean quiénes son, qué tipo de hombres les interesan. Dedican su tiempo a sus hobbies. Tienen coraje y se animan a conocerse”, explica Cecilia Lukaszewicz, docente y psicóloga del Instituto de Terapia Cognitiva Conductual.

Ahora que la aventura se ha vuelto más común, también se abre la puerta a nuevas búsquedas y preguntas. Incluso relacionadas con la convivencia. Y así aparecen otros modelos que sorprenden a más de una tía chusma pero que alumbran el futuro.

Un fenómeno que crece es la cantidad de personas con parejas estables que eligen casas separadas. En Estados Unidos los llaman “los arreglos LAT (Living Apart Together). Se origina en ese país pero no es su patrimonio exclusivo. Parece que el modo resulta atractivo en las más diversas culturas. Allá, más de 3 millones de parejas sueñan sobre almohadas diferentes. En Inglaterra, se estima que 1 de cada 10 personas tiene esa clase de pacto. En Buenos Aires, en los últimos treinta años duplicó su incidencia.

Los argentinos nos vamos pareciendo a los suecos: el país nórdico ocupa el primer puesto global de hogares unipersonales. Acá, el 60% de las personas que viven solas son mujeres, y del total de singles argentinos el 25% tiene entre 25 y 44 años, según el INDEC.

Algo curioso es que no solo eligen este modo quienes vienen de relaciones amorosas de largo aliento y quieren oxigenar el vínculo. En Inglaterra, por ejemplo, se descubrió que una proporción nada despreciable dentro de ese conjunto eran menores de 35 años (un 61%). ¿Por qué lo prefieren así? Tiene que ver con la intención explícita de evitar el desgaste y la rutina que vienen aparejados con la convivencia absoluta, pero también esgrimen motivos vinculados a una mayor libertad personal.

“Una cosa es rechazar el matrimonio. Otra, no tener pareja. Y otra completamente diferente es no compartir tu casa con nadie: se puede tener un amor, no estar casada, vivir sola, y aún encontrar tranquilidad y confort al final del día. Lo que es deprimente es que las mujeres se siguen olvidando que tienen la chance de hacer lo que quieran”, piensa Laura Kipnis, escritora, de novia con alguien que tiene domicilio del otro lado de la avenida.

La periodista Briallen Hopper explica por qué cuesta aceptar estos nuevos modelos. Según Hopper, el problema está en el ideal romántico que añoramos en relación a la pareja y la familia. Como si estos fueran los únicos lazos fuertes y cualquier encuentro bajo otros códigos, un vínculo de segunda. Mientras, los cambios culturales, la vida misma, nos unen como hermanos a los viejos y nuevos amigos, a mentores, vecinos, compañeros de trabajo y parentela extendida.

“El imaginario social avanza en cámara lenta frente a un fenómeno que crece: elegir vivir de un modo diferente al que nos enseñaron nuestros abuelos. El mundo globalizado propone distintas formas de intercambio social, y ubica a la soledad en un nuevo lugar”, concluye la psicóloga Crivaro.

Vivir solas, entonces, es elegir otras maneras de estar acompañadas.

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