La educación en modelos patriarcales de roles es una –si no la principal– causa de violencia de género, que cada día arroja como resultado una víctima nueva de todas las edades y estratos sociales.
Como educadores, comunicadores, padres, inculcamos patrones de vulnerabilidad en las niñas desde pequeñas, enseñándoles a cuidarse, a no manejarse solas y, quizá, posicionándolas de antemano como posibles víctimas de acoso, abuso sexual y todo tipo de violencias.
En el afán de prevenir estas situaciones, lamentablemente las adolescentes se ven muchas veces obligadas a visualizarse a sí mismas como posibles víctimas. Y quizá gracias a eso, en algunas oportunidades identifican patrones de alerta que las ayudan a evitar finales trágicos.
Con los adolescentes varones, no ocurre lo mismo. Como sociedad, no educamos a los varones con conciencia de vulnerabilidad. Los perimidos patrones de masculinidad que manejamos, muchas veces nos impiden hablar con claridad con adolescentes varones acerca de su vulnerabilidad, y esto hace que insinuaciones verbales, exhibición de material pornográfico y situaciones abusivas no sean decodificadas de modo adecuado.A esto se suma el prejuicio que condiciona a los varones al momento de denunciar estas situaciones, por considerar que los pone en una situación de disminución de su “hombría”.
La naturalización de este tipo de conductas y la baja percepción de su peligrosidad real muestran que los adolescentes varones pueden temerles a situaciones de robo o de violencia física, pero casi carecen de sistemas de alerta en lo relacionado al acoso sexual o al abuso, y en caso de detectarlos, les cuesta mucho más ponerlos en evidencia o denunciarlos.
Sin palabras
El informe sobre violencia infantil elaborado en 2010 por Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), titulado “Ocultos en la luz”, relata que, según datos correspondientes a cuatro países, los niños varones también son víctimas de violencia sexual, aunque en una proporción mucho menor que las niñas. Por ejemplo, en Uganda y Mozambique, la proporción de adolescentes varones que denuncia incidentes de relaciones sexuales forzadas es la tercera parte respecto de niñas que denuncian lo mismo.
En países como Suiza, por ejemplo, el mismo informe incluye una encuesta de 2009 realizada a niños y niñas de 15 a 17 años que revela que el 22 por ciento de niños y el ocho por ciento de niñas sufrió por lo menos una vez en su vida un incidente de violencia sexual que involucró contacto físico.
En los Estados Unidos, la segunda encuesta nacional sobre exposición de los niños a la violencia arrojó el resultado del 35 por ciento para niñas víctimas de violencia sexual y el 20 por ciento de varones de entre 15 y 17 años.
En 2015, un hospital de Suecia, el Södersjukhuset, de Estocolmo, se convirtió en el primero del mundo en acoger un centro de atención a víctimas masculinas de violencia sexual.
Ya existen informes de organizaciones de derechos humanos y de ayuda humanitaria que señalan la ausencia de estadísticas que reflejen fielmente la cantidad de varones abusados en países que afrontan conflictos bélicos. Son las víctimas invisibles.
En cifras
En nuestro país, según un relevamiento de la policía de Buenos Aires, en los cuatro primeros meses de 2015 se registraron 168 casos de violencia sexual contra menores, de los cuales 35 fueron víctimas de sexo masculino.
Los números muestran que esta realidad espantosa sucede todos los días. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada cinco chicas de hasta 18 años es abusada, y lo mismo pasa con uno de cada 13 niños.
Según las estadísticas del programa Las Víctimas contra las Violencias, del Ministerio de Justicia de la Nación, en 10 meses se atendieron 1.280 casos de abusos contra niñas, niños y adolescentes.
Casos que salieron a luz hace poco, como los abusos en el colegio Cardenal Newman, de Boulogne, en el Gran Buenos Aires –ocurridos en 1977 pero que se conocieron décadas después, cuando las victimas, niños y adolescentes en ese entonces, pudieron hablar– y el descubrimiento de la red de abuso sexual infantil que funcionaba victimizando a adolescentes del club de fútbol Independiente, vuelven a arrojar luz sobre un tema tabú: las víctimas masculinas del abuso sexual infantil.
Es importante que los niños y adolescentes identifiquen situaciones de violencia sexual, que expresen sus temores y denuncien situaciones vidriosas o abusivas.
También es importante que haya una escucha atenta y libre de prejuicios en todos los ámbitos en los que los adolescentes se desenvuelven. Sean la familia, la escuela, los grupos de amigos, los clubes deportivos y, por supuesto, las instituciones policiales y judiciales.
No hay riesgo en educar a los varones en la aceptación de su vulnerabilidad. El riesgo es no hablar de ello.