Padres inmaduros y con falta de coherencia constituyen el mayor peligro para los chicos. ¿Cómo marcar hasta dónde pueden llegar?
“Pedrito: basta de tirar el helado sobre la alfombra, ya te dije que ¡no!”, vocifera una madre de visita en la casa de su cuñada, mientras con la palma de su mano estampa un chirlo sobre el inquieto pequeñín de 2 años.
Una situación a la que muchos padres y madres llegan por la incapacidad de poner límites antes, cuando es el momento de hacerlo. Claro está: no se nace sabiendo ser padre o madre. Es un aprendizaje continuo y permanente, pero es justo allí, en los límites, donde los chicos van probando a sus papás.
Como explica la psicopedagoga Mónica Coronado: “lo primero que uno advierte es que los padres están muy confundidos respecto al ejercicio de la autoridad. En ese embrollo pasan del miedo de ser autoritarios a la necesidad imperiosa de ponerle límites a los chicos”.
Límites. Una instancia compleja para muchos papás, pero verdaderas herramientas con las que cuentan ya que los mismos son organizadores. Si un pequeño no los tiene durante su crecimiento se cría desbordado, acodado en los caprichos, y con la emocionalidad a flor de piel.
– ¿Cómo poner límites entonces?
“Desde un lugar de coherencia, consistencia y claridad”, apunta Coronado. “A los papás cuando ponen la llamada ‘penitencia’, les cuesta mucho porque no lo hacen convencidos de que sea un buen recurso, y eso es porque internamente saben que llegan a esa instancia porque algo previo falló.
– ¿En qué sentido?
– Un niño que desde pequeño entiende la autoridad paterna y materna internaliza que hay una lógica detrás de cada norma. Es decir que en cada prohibición hay un sentido de cuidado. La sanción deber ser enriquecedora.
– ¿Cómo se logra?
– Un ejemplo claro es cuando el hermanito mayor le pega al menor. La forma de sancionarlo para que no vuelva a suceder es explicarle por qué está mal en primera instancia, haciendo hincapié en que si se repite va a tener una “penitencia”. Todo forma parte del proceso de educación aunque sea difícil.
– ¿Qué penitencia sería positiva para que internalice lo que hizo?
– Si el adulto le dice al niño “por pegarle a tu hermanito no vas a jugar fútbol”, es un error. La penitencia o sanción tiene que tener que ver con lo que pasó (en este caso el golpe al hermano) y no con quitarle un momento de juego, deporte o un cumpleaños con los amiguitos que le suman sociabilidad y experiencia.
Entonces lo primero es hablar firme con el chico para hacerle entender (en el caso de este ejemplo) que no se tienen que resolver las cosas pegando, y que tiene que proteger y cuidar a su hermanito, explicitándole que si el hecho vuelve a repetirse, la penitencia va a tener que ver con el cuidado del hermano o del hogar (tareas domésticas acordes a su edad, por ejemplo). Quitarles cosas como el deporte no los hace crecer, sólo les resta un espacio que los enriquece.
– En síntesis, se habla primero, y si se repite la conducta por parte del chico la “penitencia” tiene que ser algo que sume…
– Tal cual, desde colaborar en algo con su hermanito y levantar la suciedad del perro, hasta ayudar con algo que pueda en el hogar (acorde a su edad) como poner todos los días, y durante determinado tiempo, la mesa. El tema pasa por que hagan algo que tenga un valor social.
La construcción de la penitencia en un hijo, debe tener que ver con algo que sirva para los demás, de reparación de ese “daño” (por llamarlo de alguna manera) que generó hacia alguien o algo.
La desobediencia, la agresión, o el pegarle al otro son aspectos que se dan en un niño, y los papás tienen que hacerle ver que está mal, pero nunca alterados ni con furia. Hay que bajar cambios (para eso somos los adultos) para poder hablar con ellos de manera firme, sino en ese estado es imposible poner límites.
– ¿Qué otro aspecto no se le puede escapar al adulto?
– El ser coherente, es decir ver qué aspectos son realmente importantes para la formación del chico, y qué cosas no lo son. Hay comportamientos que un niño va a tener porque forman parte de su desarrollo normal (el ser inquieto, curioso, llorar por algo que quiere…: en síntesis desafiar la autoridad) y otros con los que tendremos que saber poner límites.
Si queremos por ejemplo que un chico no ande insultando todo el tiempo a sus amiguitos, pero nosotros como adultos lo hacemos frente a él con quienes nos rodean y en toda circunstancia, no hay una coherencia y el chico se encuentra con un lío en su cabeza difícil de encauzar.
Por otro lado, como papás se tiene que ser consistente. Eso significa que si un día se le deja pasar algo al hijo, pero al otro lo castiga severamente por algo similar, no hay una línea de lógica por parte del adulto.
– ¿Qué espera en el fondo el niño?
– La seguridad de que el adulto va a reaccionar de la misma manera cuando suceda algo que está mal, en cualquier ámbito.
Por otro lado algo muy importante son los acuerdos familiares, ya que no puede ser que si la mamá reta al chico por algo que está mal, la abuela o el padre lo apañen y la desacrediten frente al pequeño. Estas contradicciones sólo desorientan al niño.
– ¿Por qué se llega al “chirlo” o castigo físico?
– El castigo físico sólo muestra que el adulto es impotente e incapaz en el uso de la palabra, además de tener una gran debilidad, problemas para ejercer la autoridad y descontrol.
Si se busca que un hijo pueda tener control de sí mismo y use la palabra cuando esté enojado (en lugar de un golpe) los padres tienen que ser un ejemplo en eso.
Los castigos físicos al chico le hacen creer que las cosas se resuelven de esa manera, asimilándolo en la forma de relacionarse con el resto de las personas.