- Con los resultados académicos preliminares, surgen las primeras dudas.
- ¿El niño tiene dificultades de aprendizaje o falta de motivación? Cómo diferenciarlas.
La atención es un dispositivo básico para aprender. Esta función cognitiva tiene su mayor asentamiento en aspectos emocionales; por esta razón, es común escuchar frases como “mi hijo (o mi alumno) presta atención a lo que le interesa”.
El interés tiene que ver con lo que convoca la atención en una persona y, por lo general, tiene sostén o puntos de anclaje en emociones que generan placer o lo conectan con él. Es imposible pensar, entonces, que el interés –o su ausencia– por alguna materia o tema no tengan que ver con factores emocionales o motivacionales.
Es importante pensar que el niño y que el joven que actúan no son iguales a los de décadas pasadas. Los intereses son totalmente diferentes e, inclusive, también es algo distinto el hecho de pensar que antes había motivaciones puntuales para estudiar. Hoy, surgen las preguntas: ¿Tiene un niño o joven motivaciones para aprender y estudiar? Si pudiera elegir, ¿elegiría la escolaridad?.
La falta de motivación para estudiar está muy ligada al desinterés con el que se encuentra el niño o joven en el mundo adulto y la asociación directa que se hace entre estudiar más, tener mejor título y ganar más dinero. En el saber popular, existe la percepción de que esto ya no es real, que la subestimación del profesional en el mundo laboral también influye en la valoración del estudio.Entonces, ¿para qué estudiar? Los adultos podrían responder esta pregunta de muchas maneras. Las respuestas más adecuadas son las que priorizan el desarrollo del ser, de la persona, las que tienen que ver con saber para ayudar a otros. Las menos adecuadas –y que generan desmotivación– son las asociadas a estudiar para tener, para ganar dinero, ya que es real que para esto hoy no necesariamente se necesita un estudio.
Si no responden a dificultades reales de aprendizaje, las bajas calificaciones tienen que ver con esta falta de motivación, lo cual se suma al hecho de que la escuela de hoy no responde a los intereses de los niños y jóvenes, o lo hace parcialmente.
La escuela de hoy fue pensada para otro siglo, en el cual la motivación era saber para poder hacer y, así, poder sobrevivir a través de un oficio. Ese alumno ya no existe.
El niño y el joven de hoy necesitan nuevas expectativas, un conocimiento adaptado a las demandas reales. Tienen que entrenarse para un mundo digital, con la posibilidad de verter el conocimiento en las habilidades prácticas, sabiendo que la inteligencia no es saber mucho, sino saber resolver situaciones en la vida cotidiana. Este es el tipo de conocimiento necesario hoy.
La forma de captar la atención de nuestros niños y jóvenes es desarrollando sus competencias y habilidades, entrenándolos en habilidades sociales, desafiándolos en nuevos intereses a través del conocimiento, y no viceversa. El aburrimiento muchas veces es saludable, puede ser el momento previo al nacimiento de una idea brillante. Cuando el aburrimiento es crónico, tiene que ver con una falta de propósito y desmotivación.
¿Qué hacer entonces? A continuación, algunas recomendaciones.
–No esperar a que el “afuera”, las políticas educativas y el mundo en sí, cambien. Como adultos, es importante definir cambios en el mundo real de nuestros niños: mostrarles el disfrute por leer, la importancia de conocer a través de salidas, diálogos, comentarios, películas, etcétera.
–Utilizar sus focos de interés para ampliar los conocimientos escolares, esto se puede lograr con salidas educativas y de diversión familiar.
–Realizar actividades familiares apuntadas a desafiarlos en sus habilidades.
–Promover situaciones para que ellos se entrenen en el desarrollo de habilidades sociales y de interacción.
–Estudiar juntos, intentar buscar puntos comunes.
–Leer o escuchar juntos las noticias y buscar las relaciones concretas con lo que estudian.
–Interiorizarnos en “su mundo digital”, asociar lo que conocen con lo que aprenden.
* Licenciada en Psicopedagogía