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¿Existe la fórmula de la felicidad?

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Todos, de una forma u otra, buscamos la felicidad. El problema es que no sabemos qué es la felicidad, y a uno le resulta difícil buscar algo que no sabe qué es.

El primer filósofo en plantearse esa búsqueda fue Epicuro, cuyo nombre quedó ligado a un concepto más fatuo y venal. Epicuro afirmó que adorar a los dioses era una pérdida de tiempo, que nada nos espera después de muertos y que la felicidad es el único propósito de nuestra vida.

Cuando predominaron los conceptos de la Iglesia medieval, Epicuro fue desterrado de los libros de filosofía, ya que para la Iglesia en este mundo (mejor dicho, en este valle de lágrimas) no había tiempo para hallar la felicidad y que ésta solo estaba reservada para la vida después de la muerte.

El utilitarista Jeremy Benthan, declaró a fines del siglo XVIII, que el bien supremo era alcanzar la mayor felicidad para el mayor número de personas. Como la felicidad es un concepto subjetivo, las sociedades que comparten este postulado, han buscado el bienestar de la población (que no es lo mismo que la felicidad).

Cuando Epicuro definió la felicidad, advirtió que para ser feliz es necesario trabajar, ya que los logros materiales por sí solos, no aseguran la felicidad. Incrementar nuestra fortuna, nuestra fama y el placer, podrán mejorar nuestro bienestar, pero no necesariamente nos llevan a la felicidad.

De hecho, Epicuro, a diferencia de lo que vulgarmente se cree, recomendaba comer y beber con moderación y refrenar los apetitos sexuales. Una amistad profunda y duradera es más gratificante que una sucesión de orgías.

Países como Perú y Guatemala tienen un suicidio cada 100.000 habitantes, mientras que en países ricos como Suiza y Japón, la proporción de suicidios sube al 25 por cada 100.000. Hace 40 años Corea del Sur era un país devastado por las guerras, con un enorme porcentaje de la población viviendo bajo la línea de pobreza. Entonces los suicidios eran del 9/100.000. Hoy el país ha crecido, es un país estable, progresista y sus habitantes tienen más bienes materiales. Sin embargo los suicidios se han triplicado

Como decíamos al principio, es difícil medir la felicidad porque se basa en parámetros subjetivos, mientras que el bienestar tiene parámetros objetivables. EE.UU. subió su PBI de 2 a 12 billones de dólares entre 1950 y el año 2000. Mejoraron las condiciones de vida de los trabajadores, de las minorías sociales y el confort. Sin embargo en los parámetros subjetivos de felicidad no hubo variaciones. La felicidad de las personas está –en el caso de EE.UU.- consagrada por la Constitución, pero no ha variado en estos 50 años.

La felicidad reconoce una vertiente psicológica y una biológica. La psicológica depende de las expectativas. Somos seres ambiciosos por definición, cuando llegamos a un nivel que nos habíamos propuesto, enseguida nacen nuevas “necesidades”.

Tengo el coche, quiero la casa, tengo la casa, quiero el country y así sucesivamente. Uno puede mejorar las condiciones de vida y al cabo de un tiempo se aspirará a más y lo peor es que si no llega a esas metas, comienzan las frustraciones.

En el plano biológico, la felicidad depende del equilibrio bioquímico, a pequeñas variaciones en los neurotransmisores que regulas nuestro cerebro, del medio interno y las hormonas. La felicidad es una fantasía en la química del carbono. Y digo fantasía, porque la biología no tiene como finalidad la felicidad del individuo, sino la supervivencia de la especie. Y la naturaleza compensa los impulsos de supervivencia, comer, dormir y reproducirnos con sensaciones placenteras, aunque efímeras.

Conquistar la felicidad es conquistar la química del cerebro. Y esto puede lograrse con la ingesta de drogas (permitidas o medicamentosas, o las ilícitas, como la cocaína, la marihuana o el alcohol) y también balancearse con una dieta. Somos lo que ingerimos.

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