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La continuación de la saga de dinosaurios de Spielberg, viene de la mano de J.A. Bayona. Aquí, un repaso por la historia de estos saurios.

Si hay un tanque que trae promesas de entretenimiento, efectividad e impacto audiovisual, es éste. Es que “Jurassic Park” pertenece a ese grupo de películas muy pero muy comerciales que han mantenido un estándar de tan alta calidad que podemos verlas una y otra vez en cualquier dispositivo y en cualquier ocasión; no importa el paso del tiempo, no importan los cambios en la calidad de la imagen o en la moda de época.

Son historias y filmes tan pregnantes, por su construcción narrativa cinematográfica, que se vuelven inoxidables, históricos, imbatibles. “Volver al futuro”, “Indiana Jones”, “El planeta de los simios”, “La guerra de las galaxias”son algunos de estos ejemplos.

Pero esta saga, que arrancó en 1993 con “Jurassic Park” y un elencazo: Sam Neill, Laura Dern, Jeff Goldblum, tiene un adicional particular; pues proviene de la mente de uno de los directores y narradores cinematográficos más importantes que ha dado la alta industria del siglo XX y XXI, Steven Spielberg.

El dato no es solo un apunte de currículum para que al recomendarla digamos: “¿y qué querés… es Spielberg”. No, es la prueba irrefutable de que cada opus tendrá un piso alto en materia de creación de personajes (Michael Crichton es el mentor de novela-guión que detonó todos los filmes), guiones, proposición visual, montaje y sonido.

En época de dinosaurios

La primera vez que un dinosaurio pisó la pantalla grande no fue de la mano de Spielberg. Antes de él, muchos reptiles habían pasado como experimentos cinematográficos para bucear en la potencialidad del nuevo lenguaje por los cines de las primeras seis décadas del siglo XX.

Pero Steven tomó esas proposiciones incipientes, las imágenes que lo nutrieron en la infancia, y las resignificó para posteriores generaciones, como magnéticos cuentos con los que irnos a dormir o reunirnos frente a la chimenea, en familia, para escuchar durante las tardes de invierno.

Esa es la índole, más estadounidense imposible, que Spielberg le ha dado a su cine, y lo que lo convierte en una narración pregnante, que se mete en nuestroADN cultural sin ninguna resistencia.

Pero decíamos: antes de Steven, hubo dinosaurios. Y es interesante citar, para la interrelación con la colección de “Jurassic Park”, a “The lost world”, dirigida por Harry O. Hoyt en 1925.

Este filme, interpretado por la diosa de Bessie Love, contaba la historia (adaptación de la famosa novela de Arthur Conan Doyle) de una expedición científica que descubría una remota meseta brasileña donde habitaban hombres y todo tipo de bichos prehistóricos; entre ellos obviamente los dinosaurios.

¿Acaso no te suena esta trama? La vimos setenta años después no solo en la novela de Crichton que dio pie a la serie de Parque Jurásico, sino también en otras historias súper románticas como la de “King Kong”, tanto en la iniciática de 1933 como en la impactante remake de Peter Jackson de 2005.

O… a ver si te suena esta otra: tras un experimento nuclear, un dinosaurio que estaba congelado vuelve a la vida y provoca el pánico entre los habitantes del lugar. Qué curiosa coincidencia de temáticas con la primera Parque Jurásico de 1993, ¿verdad? Sí, aunque esta breve sinopsis es muchísimo más antigua: es el argumento de “The beast from 20.000 fathoms”, de Eugène Lourié (1953).

Podríamos seguir con estos rastreos asociativos un buen rato, pero lo que interesa es que veas cómo ese universo que Steven Spielberg construyó con tan buenas armas es la continuidad de una transculturación que la industria cinematográfica estadounidense ha tallado a fuego en la identidad global.

Todo empezó con un mosquito

Una de las imágenes imborrables del cine, para empezar a acelerar pulsaciones tal y como Alfred Hitchcock les enseñó a todos los cineastas de su próxima generación -entre ellos Spielberg-, es la del mosquito capturado en esa gota de ámbar que el científico de “Jurassic Park” (1993) exhibe como explicación para el origen genético de su Disneyworld desquiciado.

Y esta última expresión bien vale para sostener una de las premisas que nos invitan a ver estas películas una y otra vez: el miedo ante lo posible. No es que creamos que puede existir un parque de dinosaurios, pero sí que en Disney ese tiburón (también creado a partir de la imaginería de Spielberg) puede fallar y engullirse a varios de los paseantes. Sobre esas fantasías inconscientes es que navega la genialidad de los guiones de toda la saga de Parque Jurásico.

En la primera “Jurassic Park” está el germen que ya como fórmula imbatible se remoza en cada una de las películas que le siguieron. Y ese germen es el magistral dominio del suspenso que tiene Steven; como lo mostró antes en “Tiburón”, en “La lista de Schindler” o en “Inteligencia artificial”: obras maestras indiscutidas.

A este suspense se suma esa poética de la nostalgia dulce que le imprime a sus construcciones visuales, la comprensión de lo que la imagen produce en la percepción, la utilización de la luz y la fotografía como lápices certeros para bocetar sus mundos y la firme intención de explorar en la tecnología para extraer de ella sus jugosos resultados: “Ready player one” es un prodigio que avala ese afán.

Los guiones de “Jurassic Park” (1993) y “Jurasicc Park: el mundo perdido” (1997) son de Michael Crichton y David Koepp. Peter Buchman, Alexander Payne (director además de dos hermosas películas: “Nebraska” y “Los descendientes”) y Jim Taylor lo escribieron para “Jurassic Park 3”.

No hace falta decir que cada opus de la saga tuvo sus imborrables momentos, sus impactantes efectos especiales, sus personajes divertidos y queribles (incluidos, claro, los propios saurios).

Luego de esos tres primeros filmes Steven soltó el rol de la dirección pero siguió siendo el alma sustentable de lo que continuó en la serie. No solo le gusta el cine, sino también cuidar los productos que gesta y acopiar sus ganancias. Así quedó demostrado con la etapa que inició “Jurassic world” (2015), en donde la trama salta en el tiempo para admitir que los animalitos han sido domesticados y que ahora, en una época de futuros tecnológicos inesperados, es la manipulación genética la que trae los peligros.

El eficaz elenco compuesto por Chris Pratt y Bryce Dallas Howard (que repiten protagónicos en la continuación de esta nueva etapa que estrena hoy) se puso bajo las órdenes de Colin Trevorrow (“El libro de Henry”, “Safety not guaranteed”); un tipo de altísimo oficio y buenas ideas.

La película funcionó muy bien, tiene un ritmo entretenidísimo y un pulso muy interesante pero, además de un tanto previsible, carece de lo que esta continuación promete entregarnos: estilo, poesía, belleza hipnótica.

El hombre que ama los monstruos

Esta segunda parte que se estrena hoy, “Jurassic world: el reino caído” garantiza sumar lo que su antecesora no tuvo: conmoción visual y atmosférica.

Es que el director esta vez es el español J.A. Bayona, el mismo de la extraordinaria “Un monstruo viene a verme” (que se puede disfrutar por Netflix), la serie “Penny Dreadfull” o “El orfanato”. Todos peliculones y productos que se caracterizan por una oscuridad algo gótica, de rasgos tenebrosos pero al mismo tiempo dulces y dolientes.

Ya en el trailer de “Jurassic world 2” vemos su sello en la fotografía, en los planos y encuadres, en el tratamiento sonoro, en las luces y las sombras. No es casual que Spielberg haya puesto su ojo en este director.

La trama retoma a la fauna que quedó en pie en la Isla Nublar, luego de que desapareciera el parque temático que fue aspiración en la primera parte.

Ahora, una erupción volcánica amenaza barrerlos de la faz de la tierra pero Claire Dearing (Bryce Dallas Howard) está trabajando allí. Ha fundado el Grupo de Protección de Dinosaurios que busca preservarlos. En vistas de la tragedia que asolará a la isla, ella pide la ayuda de Owen Grady (Chris Pratt) para salvar a algunas especies de la extinción.

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