El serbio tiene credenciales como para oponerse a cualquiera. Y tiene un registro único ante los dos líderes del ranking.
Novak Djokovic tenía todo para ser el rey del tenis por una larguísima era. Lo había sido, de hecho, con algunas interrupciones, entre Australia 2011 y Roland Garros 2016, cuando se llevó nada menos que once de los 22 Grand Slam que se disputaron en ese período. De golpe, algo se quebró, y entró en una espiral negativa que hasta pareció poner en duda su continuidad como tenista. Hasta que este domingo le avisó al mundo del tenis que estaba otra vez en el centro del escenario. Y ahora, todos deberán cuidarse de él.
Nada indicaba en agosto de 2016 que podían comenzar los problemas para Nole. Pero en los Juegos Olímpicos chocó contra Juan Martín Del Potro, que ese año escribiría, tanto en Río como en la Copa Davis, algunos de los mejores capítulos de su historia. Y el serbio iba a ser su primera víctima, justamente en el debut. A partir de ese tropezón, pareció perder la receta para ganar.
Seguía en el alto nivel, pero empezó a acumular decepciones. Cayó inesperadamente en la final del Abierto de EE.UU. contra el suizo Stan Wawrinka y se despidió del año sin títulos, algo extraño para quien era tomado como el gran rival a vencer en cada torneo en el que se inscribía.
El año pasado, su pesadilla se hizo más concreta. Aparecieron los problemas en el codo derecho que le impedían desarrollar su mejor juego, y se acostumbró a marcharse de los torneos en las primeras rondas, mientras resurgían al mismo tiempo Roger Federer y Rafael Nadal, los dos colosos que hasta entonces parecían más cerca del ocaso que de una nueva primavera.
La caída contra Berdych en los cuartos de final de Wimbledon, cuando ni siquiera pudo completar el partido, terminó de marcarle que había que parar. Los problemas en el codo ya no lo liberarían y la primera receta fue bajar la exigencia, pero recién a comienzos de este año, luego de su caída en octavos de final de Australia, se decidió a pasar por el quirófano para terminar con los dolores.
Le costó reinsertarse en el circuito, pero ya en la temporada de polvo de ladrillo empezó a mostrar que no se había olvidado de jugar al tenis. Aunque perdió, exigió a Thiem en Montecarlo y a Nadal en Roma, además de llegar a los cuartos de final en Roland Garros. Y en la temporada de césped, esa superficie que tan bien le sienta a su tenis, completó la resurrección.
Estuvo muy cerca de cargarse a Marin Cilic, finalista de Wimbledon, en el encuentro decisivo en Queen’s. Y en Wimbledon, donde más necesario era, encontró su mejor nivel. Pasó sin grandes sobresaltos las primeras rondas y dejó en claro que avanzaba al ritmo de sus mejores tiempos. Y en una semifinal inolvidable, festejó después de ganarle 10-8 en el quinto set a un Nadal que tenía todo para soñar con un nuevo título.
En el encuentro decisivo ante Kevin Anderson, apenas dejó dudas sobre su superioridad en el tercer set. Y en el tie-break selló su cuarta conquista en Wimbledon y su Grand Slam número 13, una cifra que amenaza con crecer para acercarse a los 17 de Nadal y a los 20 de Federer.
A ellos, sobre todo, está dirigido el mensaje que salió desde la Catedral del tenis. De parte de Novak Djokovic, el único jugador con récord favorable ante los dos reyes del tenis (27-25 contra Rafa, 23-22 frente a Roger), como para que quede bien claro: el Joker, ese que tiene la receta para sacarlos del centro de la escena, está de regreso.
Fuente: Clarín