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miércoles, noviembre 13, 2024

Bolsonaro: mitad Trump, mitad Le Pen, se afianza el candidato temido en Brasil

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El diputado de ultraderecha tiene un perfil parecido al del magnate, pero el sistema electoral le puede jugar en contra.

La advertencia cobró urgencia en Brasil ante la inminente impugnación de la candidatura de Luiz Inacio Lula da Silva , favorito para los comicios del 7 de octubre pese a estar preso por corrupción en el marco de la operación Lava Jato: si al popular expresidente no se le permite competir, la cuarta entre las mayores democracias del mundo estará en peligro con la posible victoria del diputado ultraderechista Jair Bolsonaro, segundo en las encuestas.

O al menos eso es lo que se dice tanto desde la izquierda brasileña como desde la prensa internacional, que previenen que, al igual que sucedió con Donald Trump en Estados Unidos en 2016, el gigante sudamericano podría quedar en manos de un líder populista, errático y bravucón que se ha alimentado de un sentimiento generalizado de indignación frente a los vicios de la clase política tradicional y ha generado polémicas con declaraciones misóginas, racistas y homofóbicas. En este caso, se trata además de un exmilitar nostálgico de la dictadura que se volvió conocido por su discurso antisistema y anticorrupción, que propone restablecer la ley y el orden con mano dura, está a favor de la liberalización del porte de armas y de la pena de muerte. Si Trump ganó pese a las advertencias de los medios, ¿qué garantías tienen los brasileños para impedir el presagiado ascenso de su versión tropical?

De acuerdo con los últimos sondeos electorales, si a Lula no se le permite participar, Bolsonaro quedaría a la cabeza, con el 22% de los votos, y detrás de él se alinearían la ecologista Marina Silva(16%), el exgobernador de Ceará Ciro Gomes (10%), el exgobernador de San Pablo Geraldo Alckmin (9%) y el exalcalde de la ciudad de San Pablo Fernando Haddad (4%), que heredaría de Lula la candidatura del PT.

Con esas cifras, los analistas políticos locales admiten que el riesgo de que Bolsonaro, de 63 años, gane las elecciones existe. Pero también resaltan que, más allá de las semejanzas y contrastes personales entre Trump y Bolsonaro (el magnate venía de una larga experiencia televisiva que lo volvió un comunicador eficaz; el diputado no tiene grandes cualidades como orador), hay diferencias claves entre el sistema electoral estadounidense y el brasileño que no permiten trazar un paralelismo directo entre ambos.

En primer lugar, en Estados Unidos existe un sistema bipartidista fuertemente arraigado, que desde el inicio otorga al aspirante que se alce con la candidatura de su agrupación una enorme estructura financiera y mediática para enfrentar la campaña con su otro gran rival. Más allá de su fortuna personal, desde que ganó las primarias del Partido Republicano, Trump tuvo una plataforma sólida para promocionarse y competir al mismo nivel con la demócrata Hillary Clinton. Luego, la votación se da en una única vuelta de sufragio, y el ganador no es quien obtiene mayor cantidad en el voto popular -elección directa-, sino quien cosecha más apoyos en el colegio electoral -elección indirecta-, conformado por electores de cada estado de acuerdo con su población; de hecho, Clinton tuvo 2,8 millones de votos más que Trump.

El sistema brasileño, en cambio, está compuesto hoy por 35 partidos de todos los tamaños posibles, entre los que -como resultado de las escandalosas revelaciones de la Lava Jato- los recursos financieros y de tiempo en el horario gratuito de propaganda electoral en radio y televisión son distribuidos de acuerdo con la representación que tengan en el Congreso. Bolsonaro es candidato del pequeño PSL, que cuenta con apenas nueve representantes en la Cámara de Diputados y tendrá solo ocho segundos de espacio en los bloques de propaganda pública de 13 minutos y medio para todas las fuerzas políticas. Asimismo, existe aquí la posibilidad de un ballottage entre los dos candidatos más votados si ninguno de los aspirantes obtiene más del 50% de los votos válidos, y la elección para presidente es de forma directa, gana quien más sufragios populares consigue.

“La primera diferencia con Trump es que Bolsonaro no tiene un gran partido ni una coalición significativa detrás, lo que debilita su capacidad de hacer campaña. Luego, aunque Bolsonaro llegara al ballottage, sus chances de vencer serían muy limitadas; su presencia terminaría aliando a todos los otros candidatos contra él en una segunda vuelta. Y, por último, para obtener una mayoría en el voto popular, debería moverse hacia el centro ideológico, pero hasta ahora todo lo que ha hecho ha sido reforzar sus posturas extremistas”, señaló el especialista en Relaciones Internacionales Matías Spektor, profesor de la Fundación Getulio Vargas.

Con ese análisis coincidió Carlos Eduardo Lins da Silva, académico del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Pablo. “Más que el camino de Trump, Bolsonaro se enfrentaría a obstáculos parecidos al del modelo de Francia, que el año pasado evitó que una extremista de derecha como Marine Le Pen le ganara en la segunda vuelta a Emmanuel Macron”, recordó.

En la primera vuelta, Le Pen, del Frente Nacional, había obtenido el 21,3% de los votos, frente al 24% de Emmanuel Macron, del nuevo movimiento En Marche! En el ballotage, pese a la poca experiencia política del ahora presidente francés, la mayoría de los partidos tradicionales optó por respaldar a Macron, que ganó con el 63% de los votos, contra el 34% de Le Pen.

“En toda la clase política brasileña, Bolsonaro es visto como alguien peligroso para la estabilidad del país; es claramente una persona sin preparación para el cargo, que vive de incitar al odio y a la intolerancia”, agregó Lins da Silva al recordar las controversias que produjeron sus declaraciones a favor de la dictadura (en 2016 dedicó su voto en el proceso de impeachment contra Dilma Rousseff al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, un reconocido torturador), en contra de las mujeres (a una colega diputada llegó a decirle que era tan fea “que no merecía ni ser violada”), de los negros (“no sirven ni para reproducirse”), de los gays (“sería incapaz de amar a un hijo homosexual”), de los indios (“malolientes, sin educación, que ni hablan nuestra lengua”), y de los refugiados en Brasil (“está llegando la escoria del mundo”).

Hasta ahora, esa estrategia ha sido útil para generarle más atención al diputado, que agita además temores muy vivos en la población brasileña, como son la inseguridad y el desempleo. Fenómeno en las redes sociales, Bolsonaro hoy tiene 5,5 millones de seguidores en Facebook, 1,7 millones en Instagram y 1,2 millones en Twitter.

Para Flavia Biroli, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Brasilia, la sorprendente candidatura de Bolsonaro -la primera de un aspirante de extrema derecha con reales chances de victoria desde el retorno de la democracia a Brasil- es síntoma de una mezcla de factores globales que han dado fuerza a otros políticos ultraderechistas como la francesa Le Pen, el holandés Geert Wilders y el austríaco Norbert Hofer, así como de elementos muy domésticos brasileños.

“Bolsonaro se identifica con una tendencia internacional de líderes políticos de derecha que apelan a los descontentos o indignados con el sistema, que critican las fallas democráticas y ponen en duda los valores de la democracia liberal, como la pluralidad, la diversidad, el respeto a los derechos humanos”, apuntó Biroli.

“Y, por otro lado, se da en un contexto muy particular brasileño de crisis política y de representación luego de las investigaciones anticorrupción de la Lava Jato que estigmatizaron a toda la izquierda, en medio de la peor recesión económica en la historia del país”, agregó. No por nada él ve su ambición presidencial como una “misión” y sus seguidores lo apodan “el mito”.

Aunque no se puede descartar un “voto avergonzado”, de personas que no quieren reconocer públicamente que lo apoyan, Bolsonaro parece haber llegado al techo de su caudal electoral, en torno al 25%.

Un candidato controvertido

Nació el 21 de marzo de 1955 en Glicério, estado de San Pablo, aunque vive en Río de Janeiro. Se casó tres veces y tiene cinco hijos. Es un ferviente católico.

Estudió en la prestigiosa Academia Militar de las Agujas Negras. Durante la dictadura integró primero el grupo de artillería de campaña del ejército y luego la brigada de infantería paracaidista, donde obtuvo el rango de capitán.

En 1986, estuvo detenido 15 días por sus quejas públicas ante los bajos salarios en las fuerzas armadas, lo que lo llevó a dejar el servicio activo en 1988.

Fue concejal en Río de Janeiro (1989-1991) y luego diputado federal por siete mandatos (1991-2018). Ha sido miembro de nueve agrupaciones políticas; actualmente es parte del Partido Social Liberal (PSL).

Tanto dentro como fuera de la Cámara protagonizó diversas polémicas por sus declaraciones en defensa de la dictadura, a favor de la pena de muerte y en contra de las mujeres, los gays, los negros, los indios y los refugiados.

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