Hay mitos, silencios, culpas y miedos que atentan contra el desarrollo emocional pleno de un niño que es adoptado. Aquí, algunas pautas.
Ya no caben dudas de que el derecho a la identidad es un derecho humano fundamental. El origen, la historia y el modo en que cada persona llega al mundo son datos fundamentales para todo niño. De allí que aquellas prácticas antiguas, en que las familias optaban por ocultar el hecho u omitirlo con evasivas, ya no solo no tienen espacio sino que resultan violentas para el/la menor. Este es un proceso que no debe eludirse. Sin embargo, el aporte de estos datos debe darse de manera paulatina, dependiendo de la edad y la demanda de cada chico.
La licenciada Graciela Lipski, psicóloga y directora de la Fundación Adoptare, centro de orientación en diversidad familiar, aseguró que “el origen de un niño es el inicio de su vida y es fundante en la construcción de su biografía; no sólo en el sentido literal de día, hora, lugar, sino además de su llegada al mundo, en qué circunstancias y quiénes fueron las personas que estuvieron allí para recibirlo”.
Al describir la importancia de esta información, la especialista señaló que “en la adopción hay una situación particular, que es que el niño se concibe en un vientre que no es el de la madre que luego lo cuidará y lo podrá criar”.
Así, en medio de las “fantasías que hay al respecto, cuando estas situaciones no se verbalizan generan una situación ficticia de ocultamiento y de mentira que derivan en falta de información importante sobre la propia historia y también en desconfianza en un vínculo que no se asienta en la verdad”.
Pero, ¿cuándo es el momento indicado para hablar con este hijo sobre la forma en que llegó al hogar?
“En principio, hay que diferenciar entre un bebé recién nacido a cuando la adopción es de un niño más grande. En mi opinión, hay que introducir desde el inicio que ese niño nació en determinado lugar, que sus papás lo fueron a buscar, que intervino un juez que es quien se ocupa de que los niños tienen una familia”, aseguró la psicóloga.
El modo en que esta charla debe realizarse, para ella, debe ser lo más espontáneamente posible: “Creo que debe actuarse con la mayor naturalidad, quitándole el acartonamiento al relato sobre la adopción y al armado de esta familia para que el niño pueda sentir que el ser familia adoptiva es una situación natural dentro del panorama de la diversidad familiar”. En ese sentido, añadió que “es aconsejable dosificar la información”.
Esto significa que no toda la información que los papás adoptantes tienen es información que inmediatamente hay que transmitirle al niño, sino que debe hacerse un buen análisis de cuál es la necesaria e importante acorde a la edad”.
Las consecuencias de no revelarle a un hijo su condición de adoptivo pueden ser complicadas.
Lipski afirmó que “toda situación de ocultamiento que involucra al niño, genera un vínculo que está atravesado por la incomodidad, por situaciones donde se transmite algo enigmático, algo angustioso”.
Callar, entonces, “es siempre contraindicado para que el vínculo se asiente en la confianza, para poder preguntar y poder sentir que hay un espacio donde las cosas que el niño desea saber se pueden formular. Cuando hay ocultamiento, esto se transmite aunque no sea con las palabras: con las omisiones, con las miradas, con los gestos, con la incomodidad frente a ciertas preguntas. Se respira en la comunicación que hay temas prohibidos”.
Por último, la especialista se refirió al posible deseo del chico de contactar a su familia biológica: “Hay que evaluarlo en función de qué es lo que el niño está en condiciones, y yo creo que un niño no lo está. Una cosa es en una edad donde hay mayor aparato psíquico, donde se puede comprender una realidad social compleja; pero cuando hablamos de un niño, está atravesado por emociones como ‘me quiere’ o ‘no me quiere’. Respetar su identidad es poder contarle de su condición de adoptivo y, a medida que va creciendo, el niño irá haciendo su proceso, viendo qué desea y qué quiere”.