La Torre de Tandil está disputando el US Open con sus amigos como espectadores privilegiados.
En 2016 Juan Martín del Potro dudaba respecto a su continuidad en el tenis. No lograba sobreponerse a las recaídas de su lesión en la muñeca ni a las diferentes adversidades que la falta de juego le habían generado. Lejos de su mejor versión, el de Tandil analizó el retiro.
Sin embargo, meses más tarde se coronó campeón en la Copa Davis y fue medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro. Pero antes de concluir en ese espléndido final, La Torre se debía a los suyos. Directo desde el gimnasio y en plena rehabilitación le agradecía a sus amigos por ayudarlo a superar el mal momento. También les hacía una promesa.
“Esto es así, chicos: Uno está solo en el gimnasio, no hay nadie. Diluvia en Buenos Aires, las ganas de entrenar son muy pocas, las ganas de salir de la cama son muy pocas, no tener a nadie que lo motive ni que lo acompañe, se hace mucho más difícil todo. Pero el orgullo y el amor propio es mucho más fuerte, y yo estoy acá gracias a ustedes que son mis amigos, y siempre me bancaron cuando estuve muy mal.Entonces ahora todo el esfuerzo es para que puedan disfrutar verme jugar y para que durante muchos años más estemos todos juntos peleando porque yo pueda volver a ser feliz adentro de una cancha. Les mando un abrazo y que cada uno en lo que haga deje todo. Si sale bien buenísimo, y si no, que se queden tranquilo que lo dieron todo. Chau”, decía Delpo por abril de 2016.
Dos años y medio más tarde Juan Martín tiene la posibilidad de cumplir esa promesa en sus manos, en su puño, en el corazón y en su raqueta.
Con sus amigos en el palco del US Open, el actual número 3 del ranking ATP puede volver a meterse en la final del Grand Slam y lograr que “la banda del salamín” -tal como se autodenomina ese grupo de 14 fanáticos- puedan volver a verlo “disfrutar jugar” y “ser feliz adentro de una cancha”.