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lunes, diciembre 23, 2024

La relación entre el Che y Perón

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Los dos encuentros en Puerta de Hierro

John William Cooke, “el gordo”, líder de la izquierda peronista, exiliado en Cuba, había convencido al Che de que ningún proyecto revolucionario era viable en Argentina sin el apoyo del general Perón, quien contaba con la idolatría de los sectores populares y de la mayoría de los poderosos dirigentes gremiales de su país, además de ser la indiscutida cabeza del partido político más numeroso. Aquel cuya caída, en 1955, como consecuencia de una asonada militar, había arrancado a Ernesto Guevara un insolente párrafo en una carta a su madre, visceralmente antiperonista: “La caída de Perón me amargó profundamente, no por él sino por lo que significa para toda América (…) Estarás muy contenta, podrás hablar en todos lados con la impunidad que te da el pertenecer a la clase en el poder”.

A su regreso a La Habana de una gira por países africanos Guevara, ministro de Industria, hizo escala en Madrid. El testigo del encuentro fue Julio Gallego Soto, contador, hombre de confianza de Perón en asuntos comerciales, quien, cuando años más tarde su vida peligraba, eligió como depositario de su testamento político a su colega, el contador Alberto T. López, quien declaró en la causa judicial abierta por secuestro y desaparición de Gallego Soto en 1977, a manos de la genocida dictadura. López, a su vez, lo relató a Rogelio García Lupo, quien lo reveló en un artículo periodístico.

A fines de abril de 1964 Gallego Soto estaba acostándose para dormir en su lujosa habitación del Hotel Plaza de Madrid, frente a la emblemática fuente de Cibeles, cuando escuchó golpes en su puerta. Al abrir encontró a un desconocido que con mucha precaución y en susurros le entregó un mensaje manuscrito de Perón. En él le pedía que acudiera de inmediato a su residencia de Puerta de Hierro. Gallego Soto descontó que se trataba de algo importante por lo avanzado de la hora.

Encontró a Perón rodeado por personas con uniformes verde olivo, casi todos ellos barbudos, con los que parecía pasarla muy bien, pues hablaban en voz alta y reían a carcajadas. Gallego Soto los identificó como cubanos. Después Perón se puso serio y le dijo que lo había “convocado para una tarea que requiere una gran reserva y una buena administración”. El General pensaba que era el hombre para la función “por lo mucho y bien que lo conozco”.

Gallego Soto se enteró entonces que se trataba de administrar varios millones de dólares del fondo de Liberación, el organismo que Guevara había creado para apoyar los movimientos revolucionarios en Latinoamérica. Fue entonces cuando Perón se dirigió a alguien que había permanecido en la oscuridad “y para mi sorpresa vi aparecer a un sacerdote capuchino que había estado presenciando la escena anterior y que, al alzar la pantalla de luz, resultó ser el mismísimo Che”.

Gallego Soto aseguraría a López que rechazó la propuesta “a pesar de que no era fácil negarse a los pedidos del Viejo (Perón)”, pero algunos indicios demostrarían que no fue así. García Lupo constataría que el 26 de octubre de 1964 el encargado de negocios de la embajada cubana en Madrid, Ramón Aja Castro, otorgó una visa a Gallego Soto para llevar adelante una negociación en el Ministerio de Comercio Exterior de Cuba para colocar un importante embarque de maíz argentino y el beneficio de esa operación seguramente tendría como destino financiar el acuerdo de Puerta de Hierro.

Philip Agee, el espía norteamericano que llevó un diario de su actividad en Uruguay, escribió el 21 de marzo de 1964: “La estación (de la CIA) en Montevideo ha organizado varias operaciones fructíferas contra objetivos peronistas en Uruguay a través de las cuales se ha podido descubrir el apoyo que prestan los cubanos a los peronistas. Una operación de escucha contra el departamento del periodista peronista Julio Gallego Soto nos permitió descubrir la clandestina relación existente entre este y el antiguo jefe del servicio de inteligencia cubano en el Uruguay”.

Una de las consecuencias del acuerdo entre el Che y Perón, siempre ducho en los aspectos económicos de la política, sería la habilitación de Villalón para comerciar con exclusividad el tabaco cubano en varios países de Europa.

El otro encuentro se produjo en 1966, antes de la experiencia boliviana. El Che Guevara hizo escala en Madrid con el propósito de visitar otra vez a Juan Domingo Perón en su residencia de Puerta de Hierro, en esta oportunidad para pedir su colaboración debido a que Fidel Castro, en el momento de partir de La Habana, le habría expresado sus dudas acerca del prometido apoyo por parte del Partido Comunista Boliviano, defección que luego se confirmaría y que sería una de las principales causas del fracaso y muerte del Che en tierras bolivianas.

“Yo era secretario de Perón en su exilio en Madrid” me contaría Enrique Pavón Pereyra tomando café en un bar de Buenos Aires, poco tiempo antes de su fallecimiento. “Sería en septiembre u octubre porque recuerdo que no hacía mucho que habíamos regresado de nuestras vacaciones de verano. Una mañana muy temprano, serían las seis de la mañana, a través de la ventana veo venir a un hombre extraño y le aviso a Perón. ‘Es el Che Guevara’, me dice ante mi sorpresa, ‘hágalo pasar'”. En España gobernaba Franco y la situación de asilado del General no era muy cómoda, así que evitaba recibir abiertamente a políticos de izquierda porque después venían las protestas y las amenazas de expulsión. Así sucedió, por ejemplo, cuando recibió al chileno Allende, entonces senador por el socialismo.

“El Che estaba disfrazado, irreconocible, afeitado y casi calvo, con anteojos de marco oscuro y cristales algo ahumados. Iba de paso hacia Bolivia y pasaba por Europa porque debido al bloqueo de Cuba los viajes debían necesariamente conectar con países socialistas. Durante la entrevista le contó a Perón su plan de insurgencia en el Alto Perú. Perón se mostró sorprendido y al principio no le creyó, o se hizo el que no le creía.

‘Esto va en serio’ dijo el Che, y dio los detalles de la operación. Yo creo que Perón me hizo quedar al principio de la reunión para quitarle intimidad, porque comprendió que el Che venía a pedirle ayuda para una acción con la que el General no estaba de acuerdo. Después del encuentro lo único que me comentó, como si hablara para sí mismo, fue: ‘Pobre Guevara, lo van a dejar solo’. Y tuvo razón porque él también lo dejó solo”.

El líder del movimiento justicialista le negaría ayuda poniendo énfasis en el asma de Guevara y en la inconveniencia de la humedad y el calor de las selvas bolivianas para ese mal. “Yo conozco bien la zona porque allí cursé el segundo año de la instrucción militar que hicimos en Brasil, en Bolivia y en Chile”, le dirá y luego pronosticará con dramatismo: “Disculpe, Comandante, que sea franco con usted, pero usted en Bolivia no va a sobrevivir. Es contra natura. Suspenda ese plan. Busque otras variantes”. Luego de algunos segundos de silencio agregó, grave: “No se suicide”.

Pavón continuó: “Entonces llegaría el momento de dejarlos solos. El General me ordenó que trajera yerba, agua caliente y un mate. A los dos les gustaba matear. Cerré la puerta a mis espaldas y siguieron conversando por veinte minutos. Estoy seguro de que entonces se habló de lo que más le interesaba al Che y también estoy convencido de que Perón le dijo que no estaba en condiciones de darle una ayuda formal del Movimiento Justicialista mientras las acciones se desarrollaran en territorio boliviano, pues las circunstancias no favorecían que comprometiese en una operación internacional a un partido debilitado como el suyo que debía enfrentar la proscripción a que lo habían condenado las dictaduras militares de la Argentina. Cuando la acción del Che se trasladase a territorio argentino, entonces podría contar con el peronismo. Mientras, prometió, no se opondría a quienes por voluntad propia quisieran participar del foco boliviano”.

Se despidieron muy cordialmente y el General lo acompañó hasta la calle. También me diría Pavón: “No sé si tiene que ver con esto que le conté pero tiempo después Perón me mostró una foto dedicada de Cooke vestido de guerrillero cubano, seguramente se la habría entregado el Che, y me comentó: ‘Este hombre ha dejado de ser peronista'”.

El mensajero entre Perón y el Che

Entrevisté al comandante Jorge Serguera, cuyo nom de guerre era “Papito”, en su casa en La Habana para mi biografía del Che. Tuvo una destacada actuación durante la campaña de Sierra Maestra y como premio fue nombrado embajador en Argelia, que acababa de lograr su independencia luego de una prolongada y sangrienta lucha contra Francia.

“En marzo de 1963 recibí una extraña e inesperada visita: dos argentinos de apellido Luco y Villalón se presentaron como mensajeros del ex presidente argentino, derrocado y asilado en España, Juan Domingo Perón. Me contaron que habían estado varias veces en La Habana y que el Che los había recibido. Querían continuar ese contacto a través mío y no pude entonces aclarar si eso había sido a instancias del Che o de Perón.

“Mi impresión de esos emisarios no fue buena, pues los noté con una desenvoltura histriónica y se demostraban tan de acuerdo entre sí que lo que decían y hacían parecía producto de ensayos. La conversación giró en torno a la situación en Argentina y a la apreciación de la misma por parte del general Juan Domingo Perón, conjuntamente con interrogantes y afirmaciones que yo no podía identificar si pertenecían a ellos o a Perón, para quien con mucho remilgo pedían ayuda para llevar adelante sus proyectos.

“A lo largo del encuentro no pude hallar respuesta a la pregunta: ¿Por qué esta entrevista en Argel? ¿Por qué conmigo? Ello me hizo sospechar y los despedí con la promesa de trasladar sus propuestas al presidente Castro y al comandante Guevara, y subordiné la aceptación a concurrir a Madrid para encontrarme con Perón a la decisión que se tomase en La Habana”.

Por entonces, Jorge Masetti estaba entrenándose en Argel con un grupo de guerrilleros como parte del plan concebido con el Che y que debía concluir con un alzamiento en la provincia de Salta, donde, según ellos, había condiciones sociales y geográficas muy semejantes a las de la Sierra Maestra. Su grupo también lo integraban dos custodios del Che, Alberto Castellanos y Hermes Peña, lo que da una idea de la importancia que le daba el argentino a la operación. Se habían entrenado en Cuba y también en Praga.

“Esa misma noche llamé a Masetti, le hice una síntesis de lo ocurrido y le pregunté si pensaba que esos hombres sospecharían algo de la expedición guerrillera que estaba en marcha. Decidimos que lo mejor sería que yo volase a La Habana para consultar al Che sobre el asunto.

“Guevara me escuchó con mucha atención y finalmente tomó la decisión de que yo fuese a Madrid a ver a Perón. ‘Le vas a llevar algo de mi parte’. Después se quedó un rato pensativo, envuelto en el humo de su cigarro y al cabo me preguntó: ‘¿Tú crees que Ben Bella estaría dispuesto a darle acogida?’. Le respondí que creía que no habría inconvenientes porque en Argel no había embajada argentina y Perón no era un problema para el islam. ‘Eso mejoraría su imagen en América Latina, porque Franco no goza de prestigio en los sectores populares del lado de acá del Atlántico. De todas maneras no hables con Ben Bella hasta saber si Perón está de acuerdo’.

Al despedirnos me era claro que el Che estaba muy interesado en el asunto: “Papito, sondea a Perón, trata de ver qué puedes sacar de un diálogo con él. Dile que nosotros estamos dispuestos a ayudarlo”. Yo le pregunté qué podía esperarse de Perón, a lo que respondió: “No sé. Ten presente que tú eres el primero que puede ofrecerme un punto de vista diferente acerca de él, hasta el momento yo sólo he hablado con sus enviados, que tampoco me han dado una buena impresión. Me interesa tu perspectiva sobre este asunto. Ve qué puedes sacarle”.

Perón era el líder indiscutido de las mayorías populares argentinas y su apoyo sería de enorme significación para los proyectos insurreccionales del Che, y a su vez este pensaba que podría sumarle a Perón un prestigio y una convocatoria internacional de la que carecía. Pero el Che también sabía que no era fácil confiar en ese compatriota a quien las agencias internacionales habían dado fama de maquiavélico, astuto y corrupto. Además, cuando partió definitivamente, en 1953, en su segundo viaje, lo hizo porque no toleraba vivir en una Argentina gobernada por Perón. Pero desde entonces mucha agua había pasado bajo los puentes, como lo demostraría una carta a su madre desde México: “Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me amargó profundamente, no por él, sino por lo que significa para toda América, pues, mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos, Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el norte”. Y hasta se permite advertir a su madre: “Gente como vos creerá ver la aurora de un nuevo día… Tal vez en un primer momento no verás la violencia porque se ejercerá en un círculo alejado del tuyo”.

Serguera: “Salí de La Habana de regreso a Argel vía Madrid. Antes informé a Fidel de la misión que llevaba de parte del Che para encontrarme con Perón, pero no hizo ningún comentario. A mi llegada me hospedé en el Hotel Plaza, y localicé a Luco y Villalón, quienes me informaron que Perón me recibiría el día siguiente a las once de la mañana.

“Me levanté temprano. Puntualmente a las 10 a.m. pasó Luco a buscarme. Parado en la puerta de su quinta Puerta de Hierro en el residencial barrio madrileño del mismo nombre me esperaba un sonriente Perón y, a su lado, también amable, Villalón.

“Alto, de 68 años, de pelo teñido de un negro que ocultaba todas las canas, corpulento y en buen estado físico, Perón disimulaba muy bien sus años. Dueño de un innegable carisma y exhibiendo una soltura casi profesional comenzó con preguntas y afirmaciones que me llevaron pendularmente del acuerdo a la perplejidad. Preguntó con familiaridad por Fidel y por Ernesto.

Consideré que ya era el momento y le entregué el maletín subrayando que era el Che quien se lo enviaba. Lo tomó, lo entreabrió y pude ver que estaba lleno de dólares, lo puso a un lado y continuó hablando sin darle importancia. Cuando fue mi turno dije: ‘La situación en Cuba se ha normalizado bastante luego de la crisis de octubre. Kennedy mantiene el embargo económico que nosotros calificamos de bloqueo y persiste en el hostigamiento. Por otra parte, usted conoce que, salvo México y Uruguay, todos los países de América Latina han roto con nosotros y persisten en su política de aislamiento. La URSS nos ayuda y pienso que podremos resistir.

‘Ustedes saldrán airosos de la embestida norteamericana’, dijo Perón. ‘Los norteamericanos son unos intervencionistas a los que cada vez les será más difícil mantener manumitida a América Latina. Creo que se producirán cambios radicales en el continente sudamericano que contribuirán al triunfo de vuestra política’.

“Esto último lo dijo sugestivamente aunque se me escapó su sentido. Entonces le sugerí la idea de mudarse a Argel y lo interesante de que luego aceptase residir en La Habana. Sonrió y afirmó que lo pensaría. Entonces se refirió a la Argentina: ‘Los últimos acontecimientos son muy favorables, el gobierno se halla entre la represión o el derrumbe. Todo variará muy pronto.

“Nuevamente había querido sugerirme algo pero no quise ahondar en el tema”.

Es claro, aunque Serguera no tenía por qué saberlo entonces, que Perón aludía a su proyecto de regresar a la Argentina y que los dólares del Che estaban destinados a financiar aquel primer intento frustrado en Río de Janeiro por la intervención de la cancillería del presidente Arturo Illia.

“No fue ese mi último encuentro con Perón. Aquel mismo año me reuniría con él dos veces más, siempre en su casa en Madrid. Las conversaciones en tales ocasiones no fueron más que variaciones sobre el mismo tema, por eso no las relato. No volví a llevarle un maletín de dinero, aunque eso no quiere decir que no los haya recibido por otro conducto”.

Opiniones de Perón sobre el Che

Perón y el Che tenían el mismo enemigo, el imperialismo capitalista con rostro norteamericano. Pero disentían en la metodología y la estrategia: Perón era esencialmente un político dotado y había incorporado a su proyecto a la mayoría de los sectores del trabajo argentinos en una amplia alianza policlasista con el objetivo de alcanzar sin mayor violencia la meta de una patria económicamente autónoma y políticamente independiente. El Che, en cambio, proponía una revolución socialista tan violenta como su enemigo a partir de su teoría del foco, es decir la instalación de estallidos insurreccionales limitados que promoverían una reacción en cadena que multiplicaría su poder de acción sin necesidad de trabajo de base previo. “Crear dos, tres… muchos Vietnam es la consigna” (Mensaje a la Tricontinental).

A pesar de sus diferencias, ambos líderes se respetaron y en las investigaciones para mi biografía del Che constaté que este colaboró con dinero, siendo ministro en La Habana, para financiar el primer intento trunco de Perón de regresar del exilio.

Enterado del asesinato del Che en La Higuera, Perón escribió desde la Quinta de Puerta de Hierro, en su exilio en Madrid: “Compañeros: Con profundo dolor he recibido la noticia de una irreparable pérdida para la causa de los pueblos que luchan por su liberación. (…) Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto el comandante Ernesto ‘Che’ Guevara. Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor: un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de sacrificio, renunciamiento. La profunda convicción en la justicia de la causa que abrazó le dio la fuerza, el valor, el coraje que hoy lo eleva a la categoría de héroe y mártir.

He leído algunos cables que pretenden presentarlo como enemigo del peronismo. Nada más absurdo. Suponiendo fuera cierto que en 1951 haya estado ligado a un intento golpista, ¿qué edad tenía entonces? Yo mismo, siendo un joven oficial, participé del golpe que derrocó al gobierno popular de Hipólito Irigoyen”. A continuación una frase ejemplar: “Yo también en ese momento fui utilizado por la oligarquía”.

“Las revoluciones socialistas se tiene que realizar; que cada uno haga la suya, no importa el sello que ella tenga. Por eso y para eso, deben conectarse entre sí todos los movimientos nacionales, en la misma forma en que son solidarios entre sí los usufructuarios del privilegio”. Firmaba Juan Domingo Perón, 24 de octubre de 1967.

Pero en cartas privadas Perón deslizó algunas críticas sobre la estrategia guevarista. Así lo planteó a Ricardo Rojo, en respuesta al envío del libro Mi amigo el Che: “Sin cuanto usted nos informa de su paso por el Congo y muchas otras circunstancias, no sería fácil comprender que un hombre ya fogueado y experimentado en la guerra de guerrilla se haya encontrado en Bolivia en una situación tan precaria de medios y preparación. La ‘guerra de guerrillas’, al contrario de lo que algunos creen, es más vieja que mear en los portones, pues se practicaba en gran escala ya en la época de Darío II. Desde entonces, hasta la II Guerra Mundial de 1938-1945, no ha dejado de ser en algunos sectores y circunstancias, la forma de luchar”.

“Pero, como forma atípica de guerra, tiene sus exigencias originales, según sean las condiciones que la situación presenta. La empresa de Ernesto Guevara era, a la vez que temeraria, casi suicida”.

La carta a Rojo continuaba: “El Che tuvo que desarrollar sus tremendas operaciones, sin más medios que su extraordinario valor personal y la firme decisión de vencer que le animaba como hombre de una causa. Sin embargo, cuando se opera contra fuerzas regulares especialmente preparadas para esa clase de lucha, tales virtudes no son suficientes; es preciso, por lo menos, contar con algo seguro en cuanto a fuerzas y medios de subsistir en medio tan inhóspito”.

También se refirió Perón a Guevara en una carta a su amigo y camarada, el mayor Pablo Vicente, el 23 de agosto de 1966, donde comenta la visita del Che en Madrid para buscar su ayuda para la campaña en la que perdería la vida, enterado ya de la defección del Partido Comunista Boliviano (PCB): “Le sorprenderá saber quién me vino a ver hace poco: el Che Guevara (…) Me venía a ver desde Checoslovaquia y Rusia, me dijo. Se me apareció disfrazado de cura, con una barba larga y la sotana”.

“Tiene una visión muy interesante de las cosas y del mundo actual pero participa de la idea de la ‘revolución permanente de los pueblos’, un utópico inmaduro, pero entre nosotros, me alegra que sea así porque a los ‘yankees’ (sic) les está dando flor de dolor de cabeza.

“Personalmente creo que es un individuo brillante pero del lado equivocado. Tiene una conversación muy interesante y una obsesión por el comunismo muy marcada. Pretende reunir fuerzas no sé de dónde para ‘liberar’ nuestros pueblos americanos. Advertí en seguida que tiene clara su meta y es capaz de cualquier cosa”.

Y para terminar un pronóstico que la imbatible alianza del ejército boliviano, la CIA y los “boinas verdes” confirmaron: “Este muchacho va a terminar muy mal según creo. Como ve, mayor, ya ve usted que hay de todo bajo las viñas del Señor”.

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