Ricardo Fort soñó toda su vida con tener una carrera artística y ser reconocido por la gente. Lo logró, aunque solo pudo disfrutarlo durante cuatro cortos años. Sin embargo, sin él físicamente, su nombre se hizo cada vez más fuerte y su mística sigue intacta.
Hoy cumpliría cincuenta años el chocolatero fallecido en el 2013 a los 45. Dueño de una fortuna que probablemente disfrutó mucho menos de lo que intentó mostrar, recién pudo ser él a partir del 2009 tras la muerte de su padre, Carlos, en el 2007.
De su papá heredó el dinero y la fábrica y de su mamá, Marta Campa que en su juventud fue cantante lírica, la beta artística. El menor de tres hermanos no quería dedicarse al negocio familiar, lo que le traía fuertes peleas con su padre, es por eso que prefirió irse a vivir a Miami, lejos de su gente y también de los conflictos.
Pero su futuro laboral en la fábrica de chocolates no era por lo único que discutía con Carlos: “Mi familia siempre supo que yo era bisexual. Se los conté a los 22 años. Mi padre no me habló durante dos años. Lo único que me dijo fue que hubiera preferido tener un hijo drogadicto antes de tener un hijo homosexual”, contó el mismo Ricardo alguna vez.
En el 2009, con ganas de recuperar el tiempo perdido y tras haber mantenido un perfil bajísimo mientras su padre vivía, Ricardo decidió salir a buscar la fama de la manera más rápida que un millonario puede tener y en lugar de empezar por mostrar su talento, arrancó haciendo un reality de su excéntrica vida.
Su obsesión por la imagen (se sometió a más de 20 cirugías estéticas entre las que se tocó los pómulos, los labios, la nariz y hasta se sumó tres centímetros de estatura), su pasión por los autos de lujo especialmente los Rolls Royce, su fanatismo por Miami y sus ganas de vivir la vida sin que nada importara eran los aspectos que él decidía reflejar ante las cámaras, aunque puertas adentro se escondía un hombre sensible, que amaba a sus hijos.
Cada vez que sonaba el tema “I Know You Want Me” de Pitbull comenzaba el show que el mismo se autofinanciaba. Del programa salieron algunas de sus célebres frases como “Basta chicos” o “Mamá, cortaste toda la luz”.
Tan llamativa era su vida llena de excesos, caprichos y derroche que de inmediato el personaje comenzó a tomar mayor notoriedad hasta llegar a hacerse famoso, como tanto lo había soñado. Ese mismo año desembarcó en el segmento de ShowMatch, El musical de tus sueños, donde conoció a Virginia Gallardo, una de sus novias y al año siguiente fue jurado del Bailando.
De la mano de Tinelli Ricardo hizo de todo: se peleó con Flavio Mendoza en vivo, mostró sus autos, cantó, le declaró su amor a Virginia Gallardo y en una parodia de una cadena nacional acuñó su famosa frase: “Yo no manejo el rating, manejo un Rolls Royce”.
También incursionó en teatro, donde protagonizó y produjo las obras Fortuna y Fortuna 2, Mi novio mi novia y yo y Fort con caviar, en Mar del Plata. “Todos los días había cientos de personas en la puerta de su casa. Se había generado algo medio loco, gente de todos los estratos sociales y culturales lo quería ver. Un señora que le dijo a la hija, ‘tocale los tatuajes que traen suerte’, es creer o reventar”, recordó Tito Speranza sobre una temporada, en diálogo con Teleshow.
En el 2012 pudo tener su propio ciclo, Fort Night Show, por América, donde había invitados, entrevistas, juegos y él podía hacer los musicales que tantas veces había visto en Broadway.
Su fama duró nada más que cuatro años, aunque los últimos meses no los disfrutó como debía, ya que los dolores en su columna eran cada vez más insoportables y ya ni con morfina podía calmarlos: “No me pego un tiro porque tengo dos hijos, se lo dije a gente que tengo cerca. No lo haría porque tengo dos hijos que adoro y dependen de mí, es tanto el sufrimiento que tengo con mi cuerpo. no me imagino a los 60”, dijo tiempo antes de partir en el programa Hacete de Oliva.
Tal era su pasión por su tarea artística que no le importaba subir al escenario con dolor. Es que tanto había esperado por cumplir su sueño, que una vez que llegó, nada lo detendría.
Él, que cuando surgió en el reality estaba rodeado de gente a la que llamaba “amigos”, en sus últimos tiempos estuvo muy cerca de su última pareja, Rodrigo Díaz y de tres personas que no lo dejaron nuca: su ex pareja y amigo Gustavo Martínez y sus hijos, Martita y Felipe, que nacieron en el 2004 gracias al método de subrogación.
Autos, relojes y dinero no le sirvieron para para poder vivir como él quería durante su juventud y recién promediando los cuarenta fue libre para empezar a buscar su sueño, que llegó tarde y duró poco, pero que seguramente disfrutó. Hoy, a casi cinco años de su muerte, Ricardo sigue siendo recordado por el público y está más vigente que nunca.