Pablo Silva tenía 14 años. El miércoles por la noche fue asesinado de un balazo mientras miraba a sus hermanos jugar al futbol en el barrio Itatí. Su padre no puede salir del dolor y la tristeza. Los vecinos apuntan a una “guerra entre soldaditos por la venta de drogas en la que la Policía no se mete”. Y aseguran que se tirotean en la calle y cualquiera puede quedar en el medio.
El calor primaveral se prestó para un partido de fútbol y los pibes de Itatí se juntaron en un potrero ubicado en Garibaldi y Pueyrredón, un predio que detrás de los arcos posee un tejido que evita que la pelota abandone el campo de juego. Hacia un costado, las paredes de casitas humildes también hacen de contención.
Pablo era un espectador más en un picado en que jugaban sus hermanos. Pasadas las 21, un joven aprovechó el fragor futbolero y pasó disparando sin un blanco fijo: uno de los plomos fue a dar en la espalda del adolescente. De inmediato, un grupo de vecinos frenó un auto Volkswagen Logan de una vecina que pasaba por el lugar y lo cargaron camino al Heca.
Con una lluvia torrencial de fondo, su padre Antonio contó que los momentos posteriores al ataque fueron de desesperación y desconcierto: “Me vinieron a avisar que le habían pegado un tiro. Enseguida fui al Roque Sáenz Peña porque me habían dicho que lo había llevado para ese lugar; de ese hospital ahí me dicen que vaya al Vilela, por su edad, pero no estaba. Y cuando llego al Clemente Álvarez poco después me encuentro con el médico, que me dio la peor noticia”.