Fue el mayor ícono del charango de la historia de la música popular argentina.
El charango de Jaime Torres vibra en la inmensidad desde la Navidad. Este 24 de diciembre a las 8.15 de la mañana falleció en una clínica de rehabilitación en el porteño barrio de Almagro (entre las calles Cabrera y Agüero).
El intérprete, compositor, referente y gestor cultural de la música de raíz folclórica había tenido varias internaciones en los últimos tiempos y, este lunes, dejó de respirar acompañado de su familia. Se lo despedirá tras el feriado de Navidad.
Pero Torres no será velado: se hará una misa en su memoria el miércoles y será cremado en el Cementerio de la Chacarita. “Hoy hay que brindar pensando en él y escuchando sonar su charango”, confió a Clarín, este 24 al mediodía, su hija y manager Soledad Torres.
El mayor ícono del charango de la historia de la música popular argentina siempre supo hacer dialogar a los artistas del “boom del folclore” -de los años ’50 y ’60- con varios de los músicos más inquietos del siglo XXI.
Con su virtuosismo y su ductilidad, Torres transformó sus vibraciones jujeñas en un misterio sin fronteras, en conexión constante con las nuevas generaciones de la música de raíz folclórica. Él cobijó las voces de mujeres y hombres afinados en las alturas y profundidades andinas, desde su charango siempre innovador a nivel local y universal.
Uno de los últimos espectáculos que hizo fue “Jaime Torres y su gente” en abril de 2017 en el Teatro Monteviejo (Lavalle 3177) del barrio del Abasto, con invitados como Vitillo Ábalos, Horacio Durán -de Inti Illimani-, el Mono Izarrualde y el resto de la Orquesta Popular de Cámara “Los Amigos del Chango”.
El linaje sonoro del Chango Farías Gómez, quien tocó percusión en la legendaria Misa Criolla de 1964; de Ariel Ramírez y Félix Luna, en la que Jaime Torres plasmó su charango a la par de Los Fronterizos; y Domingo Cura, Raúl Barboza, Luis Amaya y más intérpretes clave de la música popular argentina participaron de ese show.
“Jaime Torres tocó con todos. Su legado es inagotable. Estoy en shock”, reflexionó este lunes, para Clarín, la agente de prensa de la música de raíz folclórica Silvia Majul.
¿Cómo sintetizar un adiós en breves líneas, o una reconexión precisa con la profusa labor creadora de Jaime Torres?
Nacido en San Miguel de Tucumán el 21 de septiembre de 1938, hijo de bolivianos y discípulo del charanguista del altiplano Mauro Núñez, no sólo imprimió su color y su brillo en las doce cuerdas del charango que pasaron a la historia con la Misa Criolla y grabó incontable discos, solo y en colaboración.
En 1970 y 1971, tras la gira europea con la Compañía de Ariel Ramírez de la presentación de aquella obra conceptual (religiosa y ecuménica, renovadora para los parámetros estéticos del llamado “folclore”),visitó Washington, Nueva York y Los Ángeles, y continuó en gira por Canadá, México, y más tarde Brasil, Perú, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay.
Ya atesoraba una larga trayectoria, que expandió en 1972 al ser parte -con su conjunto- de los filmes Argentinísima I y II, al tocar en el Teatro Colón y al viajar a Europa, donde seguiría volviendo a lo largo de más de cuarenta años.
En 1974 participó en la apertura del Mundial de Fútbol de Alemania y, al año siguiente, ideó en Humahuaca un certamen colectivo gratuito de músicos, poetas y trabajadores (labriegos, pastores, mineros y alfareros), que sigue latiendo hasta hoy en su provincia: el “Tantanakuy”. Su significado grafica cómo concebía Torres la ceremonia musical, a la par de los demás: quiere decir “encuentro” en quechua. En esa línea, instauró desde 1980 el “Tantanakuy Infantil”, en el que abrió la participación a cientos de niños de distintas escuelas de Jujuy.
Con Chabuca Granda y César Luís Menotti. (Gentileza Silvia Mauj)
Desde la vuelta de la democracia hasta 2017, Torres jamás descansó en su idea de que el charango era una herramienta creativa y social para el cruce entre generaciones. Superó un duro accidente automovilístico en Humahuaca, en 1987. Retomó giras por Europa, visitó Israel y Venezuela (entre muchos otros países) y recibió el premio SADAIC a los Grandes Intérpretes de Música Popular. En 1988 le puso música al filme “La deuda interna”, que ganó el Oso de Plata en el 38º Festival Internacional de Cine de Berlín. Ese mismo año, la Escuela de Enseñanza Artística de Milagros, La Rioja, recibió el nombre de Jaime Torres: lo votaron en forma unánime los alumnos, docentes y vecinos.
Sería ilimitado repasar cada uno de los caminos inspirados de Torres, hasta hoy. Con uno de sus múltiples amigos, el intérprete del cuatro venezolano Hernán Gamboa, compartió varias grabaciones, como el clásico “El diablo suelto”, que hizo oír en España y Portugal. En 1990 tocó en Francia con el Tata Cedrón y, en Londres, con Eduardo Falú. ¿Qué hizo entremedio? Estrenó en el porteño Teatro Ópera su “Suite en Concierto”, con arreglos de Gerardo Gandini, y también fue solista en galas de la Camerata Bariloche. Con ellos llegaría al Teatro Colón una vez más.
Torres, en Francia. (Gentileza Silvia Majul)
Entre premios innumerables, Torres fue declarado en 1997 Ciudadano Ilustre de Jujuy. Así, en sus manos, el charango se confirmaba como un instrumento de enormes posibilidades técnicas y armónicas, entonces no del todo exploradas. De sus viajes al sudeste asiático y a Japón y de sus conciertos con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, luego fue el número de apertura de los 12º Juegos Panamericanos en Mar del Plata, en 1995.
Ese mismo año, cuando recibió el Premio Konex de Platino como “mejor instrumentista de música popular argentina” y el “Premio Konex a la Asociación Tantanakuy”, Torres ya se había vuelto una leyenda. Lejos del panteón, al lado de los niños y los nuevos (y las nuevas) intérpretes de charango. Y con las mujeres, quienes también vieron, en él, un espejo a sus propios desvelos con el pequeño instrumento andino. Ya en 2013 fue declarado Ciudadano ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y, dos años después, la Fundación Konex le entregó la “Mención Especial a la Trayectoria”.