La inteligencia emocional es la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) propuso el desarrollo de las “Habilidades para la vida” (life skills) en 1986 y luego, en 1993, elaboró un nuevo documento centrado en la Educación (Life Skills Education in School), en el cual define dichas habilidades como “capacidades para adoptar un comportamiento adaptativo y positivo que permita a los individuos abordar con eficacia las exigencias y desafíos de la vida cotidiana”.
Es que los beneficios de implementar estas habilidades son significativos. En España, por ejemplo, el Grup de Recerca en Orientació Psicopedagògica (GROP) demostró que los jóvenes con un mayor dominio de sus emociones presentan un mejor rendimiento académico, mayor capacidad para cuidar de sí mismos y de los demás, predisposición para superar adversidades y menor probabilidad de implicarse en comportamientos de riesgo -como el consumo de drogas-.
Así y todo, sólo una universidad pública española ofrece, desde 2012, la asignatura Educación Emocional en el grado de Magisterio (la Universidad de La Laguna, en Tenerife).
La necesidad de enseñar el manejo de las emociones es primordial en el actual contexto de cambio de paradigma. “Hoy el acceso a la información no es un problema”, expresa Matías Liberati de la ONG Resaca Solidaria, donde se dedican a la inclusión de niños, niñas y adolescentes a través de la enseñanza de estas herramientas.
Y agrega: “Los chicos acceden a la información que necesitan desde su celular o computadora; aplicar la educación emocional es lo que nos permitirá un cambio genuino para la persona, ya que identificando los estados de ánimo de alumnos y docentes se detectan situaciones personales que afectan directa o indirectamente el acceso al conocimiento”.
Beneficios sin fronteras
La presencia de la educación emocional en los procesos de enseñanza y de aprendizaje comienza a ser considerada en diferentes latitudes. Actualmente, más de 20 países la aplican en sus colegios; entre ellos Dinamarca, México, Nueva Zelanda y Suiza. En tanto, en nuestro país, la provincia de San Juan plantó bandera y sancionó la Ley Nº 1327-H, donde la incluyeron “como práctica necesaria para el desarrollo integral de los educandos”.
Los beneficios de ofrecerles estas herramientas a los niños y niñas desde edades tempranas son múltiples. El licenciado en psicología Lucas Malaisi, presidente de Fundación Educación Emocional, los explica: “La Educación Emocional es una estrategia de promoción de la salud que busca mejorar la calidad de vida de las personas mediante la dinamización de habilidades emocionales y hábitos salutógenos. Se trata de educar desde y para la salud, buscando esparcirla y fortalecerla, cuyas técnicas son de baja complejidad y, por tanto, de fácil y económica implementación. Además, por si fuera poco, al instalar hábitos salutógenos se obtienen resultados sustentables, es decir que perduran en el tiempo. Se trata de tecnologías psicológicas de vanguardia al servicio de la educación y el bien común”, explica.
¿Y en casa?
Mientras aguardamos a que esta práctica se expanda y pueda ser adoptada en cada uno de los establecimientos escolares, aplicarla en el hogar es de igual o mayor importancia. ¿Podemos impartir a nuestros hijos la educación emocional? ¡La respuesta es sí!
El psicólogo Alejandro Schujman, especializado en familias y adolescencia, explica que para hacerlo es necesario legitimar las emociones: “Todos tenemos celos, enojos y tristeza. No hay emociones buenas y malas”.
Y suma que para poder hacerlo, es necesario educar con el ejemplo: “Los chicos no escuchan todo el tiempo los discursos largos y aburridos que podamos darles, pero no dejan de mirarnos; entonces, la mejor manera de educar las emociones es que un padre o madre o cualquier adulto pueda gestionar de manera saludable las suyas. No digo que no hay que enojarse o entristecerse; por el contrario, tiene que ver con poder transitar cada una de las emociones y aceptarlas”, detalla Schujman.
¿Más fácil? Por ejemplo, si ante un reto un hijo o hija le dice a su padre que no lo quiere más, el psicólogo aconseja no reprimir ese sentimiento ni taparlo con la culpa, con frases conocidas del estilo: “¿cómo me decis esto?'” o “¡yo, que doy la vida por vos!”.
¿Te suenan? Bueno, la idea es aceptar que en ese momento el niño está atravesado por el enojo y aceptar su sufrimiento porque también es sano enseñarle a sufrir y no, en el afán de querer que sea feliz, eliminar la tristeza o algún otro sentimiento parecido.
Por último, Schujman asegura que el primer paso para que todos podamos educar emocionalmente, sin importar si somos maestras, tías, padres, madres o abuelos, es tener la convicción y ganas de enseñarles a los más pequeños desde los sentimientos. ¿El paso siguiente? Tan sencillo como buscar información, bibliografía, consultar con especialistas y poner atención a estos temas.