Sábado 8 de diciembre, 23 horas. En el penal de mujeres de Paraná, Entre Ríos, las guardias están relajadas. En el sector de celdas, algunas detenidas miran televisión, otras charlan. Unas pocas duermen. O tratan de hacerlo. Sólo una escribe, rodeada de libros, un poema que por ahora no quiere mostrar a nadie.
Tacha palabras, reescribe, piensa, hace un bollo con el papel, lo tira en la basura, vuelve a otra página en blanco de su cuaderno Gloria tapa blanda. Acostada en su cama, llega a una frase que la convence:
“No se puede entender, es que nunca fue imaginado”
Deja de escribir y lee La continuidad de los parques, un cuento de Julio Cortázar, uno de sus autores favoritos, y luego se queda dormida con el libro a un costado de la cama.
Al otro día, Nahir Galarza -la joven de 20 años condenada a perpetua por el crimen de Fernando Pastorizzo, asesinado el 29 de diciembre en Gualeguaychú- recibe en la visita a sus padres
—Anoche escribí un cuento, no quiero que lo lea nadie
—¿Y para qué escribís si sólo lo vas a leer vos?
—Porque es mío, es como desnudarme, y me da vergüenza que lo lean —responde.
—Pero si el poema es bueno se va a publicar.
—Pero todo lo que haga yo, aunque sea bueno, van a decir que es malo, monstruoso, escrito por el diablo con forma de mujer.
Me sorprendía que Nahir tomara con tanto compromiso su vínculo con la escritura. Con el tiempo me enteraría de que escribe y lee desde chica. Desde que entrevisto a personas condenadas por robar o matar (desde el siniestro secuestrador Arquímedes Puccio al asesino Carlos Robledo Puch, pasando por los ladrones Gordo Valor o los del robo del siglo), mi premisa es no juzgarlas. Me interesa que puedan mostrarse tal cual son. El otro lado. El más íntimo.
No era la primera vez que me encontraba a Nahir Galarza. Podría decirse que el vínculo fue casual, aunque ella no cree en las casualidades.
Comenzó un día que le envíe una carta para ver la posibilidad de entrevistarla. Ella no respondió. Pero el 25 de junio, antes de que declarara durante dos horas sobre la noche en que mató de dos balazos a Pastorizzo, miró a su madre -que estaba sentada delante mío, le hizo una pregunta al oído y me miró.
Ese día, Nahir contó que no quiso matar a Fernado, que fue un accidente.
Los fiscales y los jueces no le creyeron y el 3 de julio fue condenada a perpetua. Primero estuvo detenida en la comisaría del Menor y la Mujer y luego la trasladaron en Paraná.
La cuestión es que supe lo que Nahir le había dicho a su madre mientras me miraba.
—Nahir quiere contarte un sueño que tuvo —me dijeron sus padres Marcelo Galarza y Yamina Kroh.
En agosto tuve mi primera visita con Nahir, en Gualeguaychú. Conocí su pequeña celda, algunas frases en inglés que no recuerdo y su labios con rouge marcados en la pared. Descubrí que leía sobre numerología, astrología y sobre La interpretación de los sueños, el ensayo de Freud. Además estaba inmersa en El hombre y sus símbolos, de Carl Jung.
Ese día, mientras ella tomaba el tereré que le cebaba su madre, yo tomaba mate con su padre. Había facturas, pero ella no quería porque estaba a dieta. Ese día, me contó por qué me había mirado el día que declaró en el juicio:
—No estoy loca, he leído mucho sobre los sueños y hay un sustento científico.
—¿Qué soñaste?
—¿No te vas a reír?
—No, para nada. En muchas historias policiales escribí sobre los sueños. Muchos fueron reveladores.
—Bueno, a mí me suele pasar que sueño sin rostros. Sueño con mi mamá, con mi papá o con mi hermano y no les veo la cara pero sé que son ellos. Antes del juicio soñé que en la puerta de casa aparecía un hombre, y cuando me acercaba a hablar me di cuenta que no lo conocía. Era de rulos, usaba lentes, tenía barba rala. Sentía que esa persona podía ayudarme, o podía confiar en ella. Te miré en el juicio, justo me había llegado tu carta y me quedé impresionada. Eras igual al del sueño.
—¿Te volvió a pasar algo así?
—Sí. La otra vez soñé con un hombre canoso al que no conocía. Resultó ser, días después, el profesor de yoga del penal. Escribí un cuento sobre eso. A veces tengo el mismo sueño que mi mamá.
Ese día, Nahir me contó que tenía varios cuadernos escritos. Sobre las sensaciones de estar presa, sobre le dolor que arrastra desde hace tiempo, y me preguntó si podía verlos o corregirlos. Ella no pensaba publicarlos, pero quería saber si lo que escribía tenía un sentido o estaba bien.