¡Qué personaje extraordinario es Jane Fonda! Uno ve películas y series y va perdiendo las dimensiones de lo humano referido a las grandes estrellas. Que tal famosa de Hollywood se casa con uno, se separa, se casa con otro, que se peleó con tal y cual, que el hijo no le habla, que entró en rehabilitación: todas esas cosas que los actores y actrices famosos hacen y que los espectadores consumimos pero sin quitarles cierta cualidad alejada de la realidad, como si estuviéramos hablando de dibujos animados y no de personas.
Y, sin embargo, no; en el transcurso de una vida humana, en esos 70-90 años de experiencias, como nos puede pasar a cualquiera de nosotros, se pueden condensar tantas historias como sea posible. Y en el caso de Jane Fonda, todo eso es llevado al límite.
Hija de uno de los más grandes actores de la época clásica y protagonista del cambio cultural revolucionario que se desarrolló en la década del 60, opositora a la guerra de Vietnam hasta límites difíciles de aceptar para sus compatriotas, hippie, rebelde, líder y precursora del feminismo y creadora del video de consumo hogareño más exitoso de toda la historia, emprendedora, una gran actriz y dueña de una cara absolutamente perfecta a los 20 pero a los 80 también: todo eso es Jane Fonda. Nuestra memoria guarda retazos aislados de su historia y al contemplarlos en sucesión, a lo largo de poco más de dos horas, el impacto es enorme.
Jane Fonda in Five Acts cuenta esa historia dejando que sea ella misma la que lleve la voz cantante (una voz y una dicción perfectas también, hay que decirlo). Los cinco actos a los que hace referencia el título terminan generando un efecto un tanto paradójico. Los cuatro primeros son hombres: su padre, Henry Fonda, y sus maridos, Roger Vadim, Tom Hayden y Ted Turner.
El quinto acto lleva su propio nombre. La sucesión de hombres ordena el relato pero también encasilla y clasifica simplificando demasiado, dejando a la pobre Jane como a una Zelig que va adoptando las formas e ideas del hombre que tiene cerca para terminar encontrándose a sí misma recién a la tercera edad, sin contemplar o desarrollar demasiado la idea de que en la mutación y en la atracción por la contradicción es que reside la esencia de la legendaria actriz.
Henry Fonda es su padre terrible, el hombre perfecto a los ojos del público, gran actor, liberal, tolerante y amante de las buenas causas, pero ausente en la familia, con un amor extramatrimonial y una esposa bipolar que termina suicidándose en una institución psiquiátrica. A esa historia tremenda Jane Fonda, casi adolescente, le pone un océano de por medio.
Termina en Francia, sumida en la nueva ola, casada con un mujeriego de primerísima liga, Roger Vadim, ex de Brigitte Bardot y Catherine Deneuve, director de Barbarella, donde interpreta a una heroína de cómic con un despliegue frenético y extravagante de sensibilidad pop. De allí a la lucha revolucionaria, y nada mejor que con un líder intelectual, Tom Hayden, con quien compartiría una vida de militancia y hippismo que uno de sus hijos, Troy, describe de una manera desopilante.
En la década del 80 retoma su carrera cinematográfica con algunas películas de su propia producción, en los que inserta sus preocupaciones sociales: Julia, Coming Home, El síndrome de China, 9 a 5 y la extraordinariamente catártica En la laguna dorada, donde reconecta, guión y dirección mediante, la relación con el padre. (El relato de la escena en donde sorprende al padre en la filmación de En la laguna dorada con un mínimo gesto físico es uno de los picos emotivos del documental).
El detalle más impactante de esta etapa es el de que Jane Fonda pensaba en alguna actividad económica para solventar los crecientes gastos de la actividad política. Y ahí es donde se le ocurre la idea de hacer un video de fitness que se convierte en un éxito extraordinario, el mayor en la historia de esa industria.
Esa capacidad de hacer negocios mediante un emprendimiento puramente personal habla de algo más que una hippie idealista y aún así eso no alcanza a suavizar la sorpresa que genera el salto ideológico entre su marido militante y el siguiente: el multimillonario de los medios Ted Turner.
Fonda no se hace cargo de la aparente contradicción y describe el flirteo inicial y la atracción erótica que sintió por el empresario como si estuviera en un chat de amigos, conversando sobre una cita de Tinder. Fonda, con su autoridad, elige el tono con que se trata cada tema en la película.
El último segmento lo muestra como una vieja dama digna, dueña de su destino, divertida con volver a ser, una y otra vez, el centro de atracción, reinventando la imagen con que se presenta al mundo. Se suceden la divertida serie Grace and Frankie (en donde ella y Lily Tomlin son abandonadas por sus respectivos maridos, socios entre sí, porque han decidio sacar del ropero la relación que tenían desde hacía veinte años), su aparición en The Newsroom, como una suerte de Ted Turner femenina, el reconocimiento generalizado y el odio eterno de la derecha norteamericana.
El documental tiene el enorme mérito y al mismo tiempo la limitación de estar organizado a través del relato de la propia Jane Fonda, su objeto de estudio. El mérito está dado porque la actriz es inteligente, articulada y con gracia, una narradora perfecta con interpretación de los hechos incluida. El límite está dado porque eso no puede más que derivar en un documental “blanco”, celebratorio, o al menos, que no ahonda demasiado en las zonas oscuras, salvo la hija de su marido Roger Vadim, a quien ella crió como propia pero que fugazmente dice que a Fonda no le cuesta mucho cambiar de vida y de amigos y olvidar el pasado. También es llamativo y queda sin explicación la ausencia total en la película de Vanessa, la hija que Fonda tuvo con Vadim.
En todo caso, la experiencia de estar más de dos horas escuchando a Jane Fonda y viendo millones de fotos o filmaciones de su increíble y perfecto rostro, de sumergirnos en la vida de una persona extraordinaria, es enormemente placentera.
*Jane Fonda in Five Acts, dirigida por Susan Lacy, 140′, está disponible en HBO.