Una muestra museográfica de Carlos Gardel da cuenta de los gustos deportivos del cantante más emblemático que hubo en nuestro país.
Por A.D.- Es la noche del viernes 15 de noviembre de 1918. Carlos Gardel y José Razzano están en General Pico, La Pampa, para presentarse en vivo. El programa incluye además a la orquesta de Roberto Firpo. Pero Gardel y Razzano abandonan “sigilosamente” el hotel en que se hospedan y se suben a un taxi que los deja a 100 kilómetros, en Trenque Lauquen. A las 7 de la mañana sale un tren hacia Buenos Aires. Tienen por delante otros 600 kilómetros. Lo único que les importa es llegar al hipódromo de Palermo, donde en la tarde del domingo se medirán Botafogo y Grey Fox, dos caballos que entusiasman a los seguidores del turf. El país está expectante por lo que ocurra en la Carrera del siglo. “Ni el temor al daño que el abandono de sus compromisos profesionales podía causarle a una carrera artística en ciernes -y por tanto, de curso todavía muy incierto- ni las incomodidades que suponía la larga travesía fueron suficientes para torcer la voluntad de Carlos Gardel y su acompañante de retornar a su ciudad, hacia la que se dirigieron movidos por el irrefrenable deseo de asistir al hipódromo”.
La anécdota la cuenta el sociólogo Roy Hora en su Historia del turf argentino (Siglo Veintiuno Editores, 2014). Deja en claro el fanatismo de Gardel por el turf. Pero Gardel amaba también otros deportes. Después de los burros le apasionaban el fútbol y el boxeo. Practicaba natación para bajar de peso. A ese otro Carlitos se lo puede descubrir en la muestra Gardel y los deportes, en el Museo Casa Carlos Gardel, en el barrio del Abasto, en la ciudad de Buenos Aires (Jean Jaures 735), donde se exponen fotografías, discos y objetos personajes y de época.
“La idea surge por un vínculo poco explorado como es el de Gardel con los deportes. A la vez es una forma de humanizarlo, porque nos acerca a un Gardel que práctica las mismas actividades que muchos de nosotros. Un Gardel que veía partidos de fútbol o que hacía gimnasia. Queremos mostrar ese lado B, el menos conocido de Gardel: su vínculo con los deportes”, explica Marina Cañardo, directora del museo.
La muestra se organiza en tres temáticas: Turf, Fútbol y Otros deportes. Para completarla se recurrió a sociólogos, historiadores, coleccionistas particulares, instituciones y el equipo del museo. El Archivo General de la Nación aportó, entre otros elementos, una serie de documentales imperdibles. Y hasta hubo aportes del Museo del Barcelona, club de fútbol español en el que Gardel tenía amigos con los que solía compartir sus viajes a Europa.
Entre las amistades de Gardel del ámbito deportivo estaban el jockey Irineo Leguizamo, los futbolistas Pedro Ochoa (Racing) y Josep “El mago” Samitier (Barcelona) y el boxeador Ángel Rodríguez. Pero el mayor hito tiene que ver con el fútbol y con la rivalidad acerca de si Gardel era argentino o uruguayo. Su presencia en la final del Mundial de 1930 instaló una duda, que se mantiene. Esa vez los uruguayos ganaron 4 a 2 en el Centenario, en Montevideo, y Gardel visitó a los planteles. Elegante pero poco jugado, el cantor dijo que hinchaba por los dos.
“Hay una fotografía trucada de la época, en la que se ve a Gardel con los jugadores de Uruguay con el trofeo, como si los hubiese visitado después de que ganaran ese partido tan violento. Esa foto trucada le trajo problemas a Gardel, que lo único que quería era visitar a sus amigos del Uruguay y de la Argentina. Una especie de Fake news de la época”, aporta Cañardo.
Otra rivalidad que tiene a Gardel como centro del fútbol lo traslada a su preferencia por Racing o Independiente. Como se ve en la muestra, Boca aparece como el tercero en discordia. Y hay más: hinchas de otros equipos uruguayos también dicen que lo contaban entre sus seguidores. Cañardo recuerda que “en una famosa entrevista para la revista La Cancha dijo que sus simpatías se repartían entre todos los clubes. ‘Mis simpatías las distribuyo en todos por igual’, fue su frase. Un gesto muy gardeliano”. De todos modos, Cañardo entiende que el tema no da para mucho más al decir que “el fútbol le gustaba, pero más le tiraban los burros. Él mismo contó en una nota de 1933 que una vez estaba en una cancha viendo un partido y se fue directo a Palermo para ver una carrera. O sea, no tenía mucho interés por el fútbol. Le gustaba pero hasta ahí no más”.
Lo suyo era el turf. De espectador pasó a propietario: Lunático se llamaba su caballo, que lo corría su amigo Leguizamo. Tuvo otros purasangre: La Pastora, Amargura, Cancionero, Theresa, Explotó, Mocoroa y Guitarrista. Y un tango -Por una cabeza- que es emblemático, escrito junto a su socio musical Alfredo Le Pera: “Por una cabeza, de un noble potrillo / que justo en la raya, afloja al llegar / Y que al regresar, parece decir / no olvides, hermano vos sabes, no hay que jugar / Por una cabeza, metejón de un día / de aquella coqueta y risueña mujer / que al jurar sonriendo el amor que está mintiendo / quema en una hoguera / todo mi querer (…) Basta de carreras / se acabó la timba / un final reñido ya no vuelvo a ver / Pero si algún pingo llega a ser fija el domingo / yo me juego entero / qué le voy a hacer (…)”. La lista tango-turf agrega Leguisamo solo, Palermo, Bajo Belgrano, La catedrática, Soy una fiera, Polvorín y Uno y uno.
“El tango más deportivo de Gardel es Por una cabeza, que además se convirtió en uno de los más célebres no sólo del turf, sino de todos los que cantaba. Hay uno muy deportivo que se titula Patadura, del que la gente podrá llevarse una copia de la letra y que muestra otra faceta del repertorio de Gardel, porque es humorístico: se refiere a alguien medio patadura en el amor mencionando a jugadores de fútbol. Gardel grabó más versiones de este tango. Una de ellas en París, que se podrá escuchar en la sala de discografía del museo, en la que cambió nombres de jugadores argentinos por el de sus amigos del Barcelona”, dice Cañardo.
Carlos Gardel practicaba varios deportes para bajar de peso. “Su idea de ser una estrella de Hollywood, del mundo del entretenimiento, lo llevó de manera consciente a cuidar su peso. Nadaba para cuidar su figura, pero parece que igual le faltaba. Llegó a pesar casi 120 kilos. 118, dicen algunos. Tanto se cuidó que se estabilizó en alrededor de los 76 kilos. Su esfuerzo tuvo un resultado. Eso es lo valioso de esta muestra: que también permite ver que, como en el caso de Gardel, el esfuerzo permite obtener un resultado. Practicaba gimnasia sueca en la Asociación Cristiana de Jóvenes. También aerobismo. Le gustaba caminar. Dicen que era buen jugador de pelota vasca y de tenis”, cuenta la directora del museo.
“Quisiera que los visitantes se sorprendan”, responde ante la pregunta. Entre ellos, el carnet del Club de Pescadores de Buenos Aires que lo identifica como el socio 855, con fecha del 14 de marzo de 1933. Amarillento, es una reliquia. Hay además una pelota de fútbol de su propiedad y una paleta. En una foto, por ejemplo, Gardel se asemeja a un Cerati pero del año 30: traje, mirada canchera/segura y cigarrillo en la boca. En otra, saliendo del mar, posa con una remera negra, gorrito y unos cuantos kilos de más: “Esa es en Montevideo. Es una de las más raras que se comparten en la muestra. Nos llegó por un coleccionista particular”.
Asistir a la muestra de Gardel y los deportes es como hacer un viaje a un pasado mitológico, donde ese muchacho que cada día canta mejor era juez y parte. Su casa y museo, además, está ubicada en el mismo barrio del Abasto, donde vivía. Ese barrio que también supo describir Luca Prodan con su tema Mañana en el Abasto. En medio de una letra melancólica y feroz, Prodan nos recuerda que hay una estación de subte que se llama Carlos Gardel y que está a metros del mercado hoy convertido en shopping. El espíritu del zorzal criollo podrá alejarse cada vez más del suelo y recorrer bares tristes y vacíos. Pero está claro que nunca dejará de jugar. Ni de hacer deportes.