Esperaban US$ 30.000 millones. Los daños fueron menores a los de la sequía de 2018. Es que la zona afectada representa el 10% del área agrícola y no está ubicada en la región más productiva. Este mes es clave en la definición de los rindes de cultivos.
Una moneda volando en el aire. Eso parece ser el clima para el campo, y para la economía argentina, por el protagonismo que la agroindustria tiene en ella; aunque en vez de cara y ceca puede caer en lado seca, con s, como sucedió el año pasado, o en lado húmedo, como se está dando en esta campaña agrícola. Entonces, ahora que el agua que escaseó el año pasado llegó en abundancia, muchos se preguntan cómo impactará en términos de pesos y dólares para las cuentas nacionales. Es una inquietud que lógicamente involucra al Gobierno, porque la cadena de valor agroindustrial explica la mitad de las exportaciones y, vía retenciones, es clave para el equilibrio fiscal.
El balance parcial indica que en cuestión de lluvias, es mejor que sobren a que falten. Porque, aun con las pérdidas por cultivos arruinados, menor área sembrada y reducción de rindes, se espera que la cosecha de los principales granos aporte un Valor Bruto de Producción de unos US$ 28.000 millones este año.
La cuenta da así porque, más allá de la metáfora inicial, y aunque el cambio climático ha mostrado polos casi opuestos entre una campaña y otra, los efectos sobre los lotes no son iguales en todo el territorio argentino. En efecto, los excesos hídricos están haciendo estragos en el NEA, pero en otras regiones la buena humedad en los suelos está favoreciendo el desarrollo de los cultivos.
Todavía es prematuro para evaluar los daños y rendimientos, coinciden los especialistas. “Aún no se descartan mayores recortes en función de la evolución del clima”, advirtió el último Panorama Agrícola Semanal (PAS) de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires. Pero en la lógica pretensión de ponerle números al desastre que tiene epicentro en el centro norte santafesino, noreste santiagueño y sur chaqueño, más otros perjuicios significativos en Corrientes y algunas zonas del territorio bonaerense, Coninagro estimó en “US$ 2.000 millones las pérdidas del sector sojero” y reflejó que están afectadas 2,4 millones de hectáreas, un 13,8% del área total prevista para la oleaginosa.
En tanto, la Bolsa de Comercio de Rosario calculó que sólo en el centro norte santafesino ya se puede dar por perdido un valor de 230 millones de dólares (unos 100 millones por maíz, otro tanto entre las sojas de primera y de segunda, más 17 millones por afectaciones al girasol, 6 millones en algodón y 3 millones en sorgo).
Hay que tener en cuenta que la superficie seriamente afectada representa alrededor del 10% del área agrícola argentina, y no está ubicada entre las de más productividad. Por ello, mejores rindes en otras zonas podrían compensar los recortes.
Sin embargo, la película tendría final feliz; claro que en términos globales, sin desdeñar el lamentable daño en el Litoral. Por lo pronto, la cosecha de trigo y cebada ya cerró con 23,1 (19 y 4,1, respectivamente) millones de toneladas, lo que se traducirá en un aporte de casi 4 mil millones de dólares en exportaciones. “Sumando trigo y harina, las exportaciones de la cadena triguera aportarían unos 3.175 millones de dólares. Si se incorpora la cebada, la campaña fina contribuiría con 3.875 millones de divisas genuinas, un aumento del 35% respecto del ciclo anterior”, destacaron desde la Bolsa de Cereales porteña.
El maíz es otro candidato a aportar muchos mejores números que el año pasado. Es un cultivo que tiene gran empatía con el agua y ya se están palpitando los choclos que crecen vigorosos en una amplia región del centro del país. En muchas zonas se superarían las 10 toneladas por hectárea, con lo cual el promedio nacional volvería a encaminarse hacia un récord, por arriba de las 8,5 toneladas por hectárea. Se esperan 45 millones de toneladas en total, especialmente por lo que sumarán los lotes tempranos, que se recolectarán en abril. A un valor de US$ 150 la tonelada significa US$ 6.000 millones.
Por otra parte, prácticamente se terminó de sembrar la soja, aunque está claro que en algunos casos habría que resembrarla, y en otros no se pudo. Pero si la situación no se complica más de lo esperado, las 55 millones de toneladas de soja, a un valor de US$ 330 por tonelada, aportarían casi dos tercios del valor bruto de producción, unos US$ 18.150 millones.
A ello habría que sumarle otros US$ 950 millones por la producción primaria de girasol y US$ 450 por el sorgo. El algodón, una de las principales víctimas de las inundaciones en el NEA, y el arroz, que se cultiva en agua pero no en exceso, completarían los ítems más cuantiosos.
Con todo, esa cuenta por US$ 30.000 mil millones, descontados los US$ 2.000 millones que habría de pérdidas da como resultado los US$ 28.000 millones estimados hoy; sólo referidos a la producción primaria. Porque el agregado de valor en harinas y aceites mejora los números. Por eso, aunque una parte de los granos se consumen en nuestro país, al computarse los subproductos que se venden al exterior, las exportaciones también serían de alrededor de US$ 25.000 millones: unos US$ 18.000 millones por el complejo soja, incluidos aceites, biodiesel y harinas; 4.100 millones por maíz y US$ 3.2000 millones por trigo, en grano y harinas, entre los principales rubros.
El aporte al fisco por derechos de exportación sería no menor a US$ 7.000 millones, con la soja como abanderada, ya que por precio y volumen explica dos tercios de la recaudación por retenciones.
Claro que todavía es muy pronto para cantar victoria. El próximo mes es clave no sólo para determinar la evolución de las inundaciones y sus daños. También es el período clave para el desarrollo de los cultivos. Y la última posta será el momento de la cosecha propiamente dicha, porque no es tan lejano el caso del otoño 2016, cuando llovió un mes seguido y las máquinas no pudieron entrar a muchos lotes para hacer realidad lo que semanas antes se palpitaba con entusiasmo.