Lo vivido debe ser fuente una de aprendizaje pero hay que dejarlo ir porque la felicidad depende del presente.
Muchas veces, el pasado puede llegar a obrar como un ancla que fija nuestra mirada en un tiempo ya vivido, que no puede ser modificado. En ocasiones, los logros y alegrías de ese pasado nos llevan a regodearnos por demás, impidiendo de este modo que planifiquemos nuevos objetivos. ¿Pero de qué puede servirnos que vivamos admirando el trofeo conseguido años atrás?
Evidentemente, sería más productivo que hiciéramos un lugar en la repisa para depositar aquel otro trofeo que aún no hemos ganado. De cualquier manera, no hay dudas que vivir de las glorias pasadas no resulta tan terrible como lo es, en efecto, permanecer anclado al sufrimiento de situaciones dolorosas antiguas.
Todos sabemos lo que ocurre con un barril repleto de manzanas cuando una de ellas no está en buenas condiciones. La podredumbre de una termina contaminando a las demás. Esto mismo acontece en nuestra mente cuando no nos despegamos de las emociones nocivas del pasado, cuando no dejamos de evocar conscientemente nuestros malos recuerdos, cuando rememoramos la angustia padecida. Si nuestra manzana putrefacta es el daño ya vivido, las emociones tóxicas que emana contaminarán cualquier nueva posibilidad de ser feliz.
No puede haber una mente equilibrada cuando la mirada está puesta en el pasado. Dicho pasado sólo debe ser fuente de aprendizaje, para que no tropecemos con las mismas piedras. Pero debemos dejarlo ir, pues la felicidad depende de lo que acontezca entre nuestro presente y nuestro futuro.
Por otra parte, si alguien simplemente utiliza su presente para cruzarse de brazos y aguardar, confiado en que la vida lo conducirá en alguna dirección, puede que ese lugar al que lo lleve su vida no sea exactamente el sitio de sus sueños. Es decir que, sin duda, algún futuro habrá de aguardarnos, pero sería más oportuno que no nos guiaran la vida o el azar, sino que nosotros mismos condujéramos el timón. ¿Hacia dónde? Hacia aquel lugar que nuestros deseos lo determinen. De allí, la importancia de ponernos metas, a corto y a largo plazo.
No obstante, a la hora de ponernos metas para alejar nuestra mirada del pasado y avanzar, también es recomendable hacer caso del famoso dicho popular que recomienda no colocar todos los huevos en la misma canasta. Es decir, distribuir nuestro interés (libido) en diferentes proyectos. ¿Por qué? Porque si sólo depositamos nuestra energía y esperanza en un único proyecto, y este fracasa, nos sentiremos muy mal. Nos quedaremos sin nada e iniciaremos un proceso de duelo que nos conducirá otra vez a mirar el pasado.
Por eso es esencial distribuir nuestro interés: una parte en la profesión que elijamos, otra en nuestro vínculo de pareja, otra en cultivar amistades, otra en diferentes proyectos y placeres individuales. Y así, si una de esas canastas cae al suelo, no sentiremos que todo nuestro mundo se pierde. Habrá otras áreas de la vida que nos seguirán dando bienestar y nos ayudarán a seguir adelante.
[El Lic. Fernández es psicólogo y autor de Los laberintos de la mente (Editorial Vergara)].