En la ciudad de Córdoba, en el estado de Veracruz, persiste hasta la fecha una leyenda sobre una mujer llamada Soledad que existió en la época de la Colonia, a la que se le conocía como “La Mulata de Códoba”.
Cuenta la historia que a principios del siglo XVIII, una mujer muy hermosa habitó en esta ciudad mexicana. Su origen era un misterio, nadie conocía a su padre o madre, ni sabían de dónde provenía.
La gente del pueblo murmuraba extravagancias sobre ella, aseguraban que se traba de una hechicera, una peligrosa bruja que había hecho un pacto con el Diablo y por eso nunca envejecía.
Sus vecinos decían que por las noches se podían ver extrañas luces en su casa, como si estuviera celebrando algún ritual. Incluso las personas mas respetables de la ciudad contaban que a la mulata le gustaba volar sobre los tejados luego de la caída del sol.
Todos la consideraban una poderosa maga capaz de hacer realidad cualquier milagro, desde curar una enfermedad crónica hasta ayudar a cualquier desafortunada en el amor a encontrar marido. Su destreza en el arte de los encantamientos no tenia límite, tanto que muchos afirmaban que era posible verla al mismo tiempo en la Ciudad de México y en Córdoba.
Un domingo, después de misa, el alcalde de la ciudad, Martín de Ocaña, se encontró de frente con la mulata, de quien se enamoró de forma inmediata. Aunque sabía de los rumores que corrían sobre ella, intentó cortejarla.
En vano le dedico las más bellas melodías, pues Soledad no estaba interesada en él. Su desaire generó un profundo dolor en el alcalde, quien cegado por el orgullo decidió vengarse. Para ello, utilizó a su favor los constantes rumores que rondaban entorno a la mulata.
Don Martín acudió al Santo Oficio y la acusó de brujería, dijo que había perdido la razón a causa de un tónico que la mujer le había hecho beber. La Iglesia no dudo en apresarla y abrir un proceso en su contra bajo el cargo de practicar la magia negra y tener vínculo con Satanás. Fue encarcelada en las mazmorras del castillo de San Juan de Ulúa.
A su juicio asistieron viejos clientes suyos, vecinos que testificaron en su contra aún cuando le debían favores. Narraron todas las aventuras que habían escuchado sobre ella y el misterio de su belleza y juventud. Fue encontrada culpable de brujería y condenada a morir quemada viva en la plaza pública.
Se fijó que la sentencia se llevaría a cabo tras un plazo de cuatro semanas. En ese tiempo pasó largas horas dibujando un barco en la pared del calabozo con un trozo de carbón.
En los días próximos a que fuera ejecutada, se desató una terrible tormenta en la ciudad; jamás se había visto algo así, las calles estaban sumergidas debido a la cantidad de agua que caía del cielo. De pronto, un estrepitoso ruido se escuchó desde los muros del edificio donde se encontraba atrapada Soledad.
Todos los habitantes de Córdoba contemplaron atónitos desde sus ventanas cómo, por arte de magia, huía bajo la tormenta en el barco que había dibujado.
Cuando las autoridades interrogaron al carcelero que la custodiaba, éste contó que la mujer después de haber intercambiado unas preguntas con él, se acercó a la pared y súbitamente empezó a subir las escaleras del barco hasta mezclarse con el dibujo de la pared. Ya no había rastro de Soledad, sólo ese extraño tripulante plasmado en el muro, que poco a poco se iba alejando. El hombre estaba convencido de haber visto al pequeño dibujo mover la mano en señal de despedida, así hasta que se borró por completo del muro.
Al poco tiempo se corrió la voz de que la hechicera había utilizado sus poderes para escapar. Nadie volvió a verla, sin embargo, cuenta la tradición que unos años después de su huida, hubo un hombre, en una casa de locos, que hablaba de un barco que cada noche cruzaba los mares de México llevando como único pasajero a una mujer de altivo porte; era el carcelero que contempló su huida.
Su fama en Veracruz es tanta que todavía hoy en día, cuando alguien solicita una cosa difícil, casi irrealizable, de otra persona, hay quienes exclaman: “¡No soy la Mulata de Córdoba!”.