Una dictadura militar en sentido estricto es un régimen que emana de un golpe liderado por las Fuerzas Armadas —o por una facción— y que se mantiene en el poder sin pasar por ninguna instancia de legitimación electoral. Habitualmente, una junta conformada por los líderes golpistas elige a uno de ellos para que encabece el Ejecutivo.
En muchos momentos de la segunda mitad del siglo XX, este modelo era frecuente en América Latina, en África y en buena parte de Asia. Sin embargo, la ola democrática que comenzó a fines de los 80 y que se consolidó en los 90, volvió cada vez más insostenibles a este tipo de gobiernos.
Actualmente, un solo país en el mundo es gobernado por una junta militar. Desde el golpe de Estado que derrocó a la primera ministra Yingluck Shinawatra el 22 de mayo de 2014, una junta liderada por el general Prayut Chan-o-cha lleva las riendas de Tailandia, con la particularidad de que mantuvo intacta la monarquía, que carece de poder real.
No obstante, a partir del próximo domingo ya no habrá dictaduras de este tipo: el régimen convocó a elecciones generales para terminar con el Estado de excepción. Pero que no haya más junta no significa que vaya a haber democracia. El proceso electoral parece digitado para asegurar el triunfo de Prayut, que se presenta como candidato con un partido propio.
De acuerdo con Freedom House, hay en el mundo 50 países gobernados por regímenes autoritarios. Con la excepción de las monarquías absolutas al estilo Arabia Saudita o de los regímenes comunistas de partido único a la cubana, el resto son dictaduras con formas democráticas. En todas ellas hay elecciones periódicas, pero no hay competencia real, porque están amañadas para que gane siempre el partido de gobierno.
El de Paul Biya es el ejemplo más escandaloso. Gobierna Camerún desde 1975, primero como primer ministro y luego como presidente. Gana todas las elecciones por diferencias siderales, pero gracias a tener un sistema hecho a medida, en el que no hay lugar para la disidencia.
Prayut quiere reproducir el mismo modelo en Tailandia. Nacido hace 65 años en el seno de una modesta familia del noreste del país, ha dedicado toda su vida a una carrera militar que le ha mantenido cerca de constantes intrigas de poder y que en 2010 le llevó a ser nombrado jefe del Ejército.
Al asumir el mando militar, supervisó la operación que aplastó las protestas de los “camisas rojas”, seguidores del ex primer ministro exiliado Thaksin Shinawatra (2001 — 2006), que causó 90 muertos en el corazón comercial de Bangkok. Pareció llevarse bien con la primera ministra Yingluck, la hermana de Thaksin, cuando en 2011 los thaksinistas volvieron al gobierno. Pero al final, acabó arrebatándoles el poder tras meses de protestas callejeras.
Después del golpe de 2014, se jubiló como jefe del Ejército, pero conservó su puesto al frente de la junta, y se hizo elegir primer ministro por un Parlamento títere que el régimen formó con acólitos. Luego creó un partido político, el Palang Pracharat, y modificó el sistema electoral para continuar en el poder por la vía “democrática” en las elecciones de este domingo.
Sólo necesitará 126 escaños sobre 500 en la cámara baja del Parlamento para asegurarse una mayoría parlamentaria, porque cambió la Constitución para elegir a dedo un Senado dominado por militares. Ello sin contar con la multitud de pequeños partidos pro junta que han sido creados.
Para ganar, la oposición tendría que conseguir un resultado electoral matemáticamente casi imposible, y conseguir 376 escaños. Además, la Junta ha diseñado un sistema para asegurarse de que, en caso de una improbable victoria del partido de Thaksin en las legislativas del domingo, pueda conservar poder de veto, ya que su eventual mayoría parlamentaria sería contrarrestada por el Senado nombrado por los militares.
A ello se añade un sistema electoral que hace muy difícil que un gran partido obtenga la mayoría de los 500 escaños del parlamento e “impide a los partidos pro-Thaksin lograr demasiados diputados”, según el politólogo Thitinan Pongsudhirak, de la universidad Chulalongkorn de Bangkok.
Sudarat Keyuraphan es la candidata de Pheu Thai, el partido de Thaksin. Un segundo partido creado por el clan para sortear este sistema ha sido disuelto por la Corte constitucional: había osado proponer a la hermana del rey, la princesa Ubolratana, como candidata al cargo de primer ministro en caso de victoria, lo que habría supuesto una revolución en esta monarquía.
Las dos grandes incógnitas de las elecciones son la fidelidad del electorado a Thaksin y la posición de los jóvenes electores, pues sobre un total de 51 millones de votantes, hay 7 millones de jóvenes que votan por primera vez
Un recién llegado a la política, Thanatorn Juangroongruangkit, un multimillonario de 40 años que es virulento opositor a la junta, seduce a este sector y podría ser un aliado de peso para Thaksin. Thanatorn ha creado el partido “Future Forward” (“Nuevo futuro”).
Seguramente el general “Prayut volverá al poder como primer ministro”, pero le costará “formar gobierno”, asegura Jatuporn Promphan, líder de los “camisas rojas”, el movimiento pro Thaksin.