Florencia Guimaraes no se siente identificada con las palabras “mujer trans”. La denominación le suena demasiado políticamente correcta. “No me siento varón ni aspiro a ser mujer. Y ya no necesito esconder mi identidad: estoy orgullosa de ser trava”, dice. Tiene 37 años -la edad en la que muchas travestis ya están muertas-, y por su vida pasó todo lo que suele matarlas: se puso silicona industrial en la cola, se colocó prótesis mamarias en un quirófano clandestino, estuvo en situación de prostitución, fue violada y atacada a tiros. Florencia sobrevivió y su vida dio un vuelco.
“Nací en La Boca, mi madre me tuvo a los 14 años. Era una niña cuando se convirtió en una madre abandonada por mi padre”, cuenta a Infobae. Florencia se crió en La Matanza con su mamá, su abuela y su hermano. Ahí echó raíces: fue en una colectora cercana donde pasó muchos de los 12 años en los que estuvo en situación de prostitución y es en La Matanza donde ahora vive con Alejandro, su marido.
“Mi abuela trabajó durante 40 años en el pabellón de homosexuales del Hospital Muñiz, especializado en enfermedades infecciosas. Así que mi vida estuvo atravesada por historias de travas que iban muriendo de sida. Fue muy difícil travestizarme porque en mi cabeza resonaba todo lo que vi desde la niñez: travas que se morían muy jóvenes y solas, porque no las querían ni sus familias”.
Florencia no era ni adolescente cuando comenzó a maquillarse a escondidas, a ponerse remeras cortas y pantalones ajustados. “Tenía 15 años cuando un hombre paró un auto y me ofreció plata para tocarme, así apareció la prostitución en mi vida. No me expulsaron de casa, como le pasa a muchas, pero venía de una familia muy humilde. Eso sigue pasando, muchas travas son sostén de hogar pero nadie les da un trabajo”.
No fue sólo una necesidad económica: “Lamentablemente, muchas construimos nuestra sexualidad en el sistema prostituyente: creemos que esos hombres que nos besan, nos dicen que somos hermosas, nos pagan y nos llevan a hoteles lindos son los hombres que nos quieren”
Florencia sostenía que estaba en situación de prostitución porque quería. Nada la obligaba. Ya estaba en pareja con Alejandro, que a veces le pedía llorando que dejara de hacerlo. “La noche, las rutas, la esquina eran mi mundo: las travas estaban ahí, no eran cajeras de un Coto. En la calle íbamos construyendo nuestros vínculos de amistad. Después terminábamos juntas en un cumpleaños o en un velorio, que son los lugares en común que tenemos las travestis”.