La fecha de salida era el viernes. Se descuenta que la premier británica Theresa May aceptará la propuesta.
La Unión Europea (UE) cerró un acuerdo esta noche en Bruselas para que la nueva fecha del Brexit sea el próximo 31 de octubre, noche de Halloween.
Lejos de la prórroga de un año, hasta marzo de 2020, que pedía el presidente del Consejo Europeo Donald Tusk y veía con buenos ojos Alemania y lejos de la prórroga corta de unas semanas que exigía Francia.
El Reino Unido podría dejar antes el bloque si aprobara por vía parlamentaria el acuerdo de retirada que su gobierno alcanzó con la UE y que ya fue rechazado tres veces por la Cámara de los Comunes.
El acuerdo alcanzado es un consenso entre la impaciencia de Emmanuel Macron y el miedo al caos de Angela Merkel. Casi tres años después de su puesta en marcha, la saga del Brexit empezó a dividir a los europeos.
Nadie quiere hacerse responsable del desastre que provocaría un salto al vacío del Reino Unido, pero mientras la mayoría opta por ganar tiempo y devolver la pelota a Londres, algunos se resisten a un juego que consideran peligroso para el futuro de la UE.
La división entre los dirigentes europeos no es realmente ni sobre la naturaleza del acuerdo firmado con Londres ni sobre la extensión más o menos larga de la prórroga, aunque en público así lo transmitan.
La gran división es entre los que secretamente esperan que una prórroga larga abra la puerta a la revocación del proceso (incluso con un segundo referéndum), y los que dan por hecha la salida británica y quieren dejar atrás el asunto para mirar adelante.
Theresa May contó a sus homólogos que está negociando con la oposición laborista para sacar adelante en su Parlamento el acuerdo que alcanzó con la UE y que ya fue rechazado tres veces. Suficiente explicación para quienes llegaban convencidos de concederle una larga prórroga. Insuficiente para quienes querían ver planes concretos.
Los dirigentes de los otros 27 países perdieron la confianza en May hace tiempo y saben que la premier vive a salto de mata y su cabeza podría rodar cualquier día, pero ninguno se quiere hacer responsable de empujar a los británicos al precipicio. Esa ruptura brutal puede provocar daños económicos que el Reino Unido no ha visto en décadas y envenenar sus relaciones con el bloque europeo durante generaciones.
No todos los gobiernos mostraron la misma flexibilidad. El francés, apoyado por al menos el austríaco, el sueco y el luxemburgués, exigió aclaraciones, planes concretos y, sobre todo, que una prórroga no interfiriera en el normal funcionamiento de la UE.
La diplomacia francesa contaba a la prensa que “un no acuerdo es mejor que sacrificar el buen funcionamiento de la UE”, parafraseando el “mejor un no acuerdo que un mal acuerdo” que los brexiters usaron durante dos años y al final tuvieron que envainarse.
Los 27 habían propuesto ese 31 de octubre a Theresa May, quien tuvo que aceptarlo para evitar una salida brutal este mismo viernes. Esa fecha hace que el Reino Unido tenga que celebrar el 23 de mayo elecciones europeas.
Si no lo hace el 30 de junio será su último día como miembro de la UE. En todo caso su salida se haría antes de que el bloque renovara a sus altos cargos, pues a finales de año debe tomar posesión la nueva Comisión Europea.
Tras fijar la fecha, los dirigentes del bloque perfilaban las condiciones que exigirán a Londres para concederle esa prórroga. Todo para impedir que el Reino Unido, todavía en la UE gracias a estas prórrogas, se dedique a incordiar, como amenazan desde hace semanas los brexiters más eurófobos.
El borrador del documento de conclusiones, que a la medianoche europea discutían los dirigentes, tenía un párrafo exigiendo a Londres que se comportara y otro en el que se asegura que la UE empezará a gestionarse en la práctica a 27 países sin contar con el Reino Unido aunque legalmente sea un miembro más y guarde todos los derechos que la da la membresía al bloque.
Como si Londres se hubiera convertido en la capital de una república bananera cuyo destino se decide en una sala en la que no está presente.