La caída en el precio de la soja se compensa en parte por el volumen de producción. Ahora es el turno de la carne porcina
El aleteo de una mariposa en China se convirtió en un huracán en el mundo de la soja, el principal producto de la economía argentina. Los embarques del complejo sojero explican entre el 30 y el 40% de las exportaciones en un país que adolece de falta de dólares. Esto es, tres veces más que el segundo en el podio, el maíz.
Recién después viene la industria automotriz, que lidera el podio de las exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial (MOI). Pero no es solo una cuestión cuantitativa. Conviene resaltar que en el caso de los productos del agro, la balanza comercial es totalmente superavitaria, mientras que en el caso de las MOI en general la balanza es equilibrada o deficitaria.
Por cada 10 dólares que exporta el agro, hay que importar sólo 2 dólares en insumos y equipos. En el caso de la soja, que no emplea fertilizantes nitrogenados, el ratio es uno a diez. Esto pone de manifiesto la ventaja competitiva de este producto, creada sobre la base del conocimiento aplicado sobre el recurso natural pamphúmedo, donde la soja comenzó a expandirse hace cuatro décadas.
La cuestión es que, de la nada misma, la soja fue creciendo sin prisa y sin pausa. A mediados de los 90, ya era el principal producto del agro, con 15 millones de toneladas y un valor de las exportaciones de 3 mil millones de dólares. Pero a partir de entonces, como consecuencia de una nueva oleada de tecnología e inversiones en las plantas de molienda (“crushing”) la expansión se aceleró con ritmo vertiginoso. Así, llegamos a las 60 millones de toneladas de esta campaña, ahora en plena cosecha.
Un ciclo creciente
En este ciclo, los precios oscilaron entre los 220 y momentos de 600 dólares la tonelada. Es decir, la expansión fue relativamente independiente de los precios. Siempre se las arregló para crecer, en una especie de permanente huida hacia adelante, generando siempre nuevas fórmulas para incrementar los rendimientos y reducir los costos. Una verdadera epopeya tecnológica, que en Clarín Rural hemos denominado “la segunda Revolución de las Pampas”. La primera había sido la de la conquista territorial. Esta es la de la impronta del conocimiento científico y tecnológico.
Y así como a fines del siglo XIX la Argentina había encontrado un rumbo, a partir de la oportunidad de atender la demanda de alimentos de alto valor por parte de la Inglaterra de la revolución industrial, ahora el nuevo tractor era la demanda emergente de una impresionante transición dietética a nivel global. Las sociedades más pobladas del planeta habían mejorado sus ingresos. Y hay una correlación muy directa entre ingreso per capital y consumo de proteínas animales.
La soja es la principal fuente de proteínas en la dieta de todo bicho que camina y va a parar al asador. Aves y cerdos en primer lugar. Pero también bovinos de carne y leche, y las distintas variedades de peces que fueron entrando en sistemas de producción intensiva, ante el crecimiento de la demanda y el colapso masivo de los caladeros de pesca.
Los farmers de Estados Unidos fueron los primeros en llegar. Pero Brasil, a partir de los 70, se sumó a la nueva saga, con la soja abriéndose paso desde los estados agrícolas tradicionales (Paraná, Rio Grande do Sul, San Pablo), hacia el oeste y nordeste. Enseguida se coló la Argentina, y más tarde (y en mucha menor escala) Paraguay, Uruguay y Bolivia.
Así, se generó una nueva disposición espacial: los países emergentes, de Medio y Lejano Oriente, desde el polo de la demanda. Y una oferta concentrada en el continente americano. Así veníamos.
Precios alarmantes
A principios de esta semana, y tras una persistente erosión de los precios iniciada hace casi un año, las cotizaciones en Chicago perforaron el piso de los 300 dólares por tonelada. Sonaron todas las alarmas. La última vez que había sucedido esto fue en el 2008, cuando después de tocar el techo histórico de 610 dólares la tonelada, se derrumbó en pocas semanas.
Una cosecha de 60 millones de toneladas, con un precio de 350 como se esperaba, hubiera significado un ingreso de 21 mil millones de dólares. A 290 dólares, serían menos de 18 mil. Una diferencia nada despreciable de 3 mil millones.
Dos cuestiones explican la caída. La primera es la guerra comercial entre el gobierno de Donald Trump y la República Popular China, principal demandante de soja. El año pasado había importado casi 100 millones de toneladas, principalmente de los EE.UU. y Brasil. La Argentina no participaba de la fiesta china porque ellos quieren importar el poroto sin procesar, y no sus derivados (harina y aceite). Aquí se levantó una poderosa industria de crushing, con capacidad superior a la de la propia cosecha récord de este año.
Cuando Trump impuso derechos de importación a productos chinos, en particular al acero y el aluminio, la respuesta de XiJingpin fue aplicarle aranceles del 25% a la soja norteamericana. La decisión, en un primer momento, pareció neutra para los otros proveedores. De hecho, por un tiempito desapareció la diferencia de precio entra la soja brasileña y la norteamericana, siempre más cara.
Pero los chinos ya habían tomado medidas para reducir la demanda de soja, tratando de sustituirla con otras fuentes de proteína vegetal, o cambiando las dietas. Cuando estaban en esto, sobrevino un fenómeno inesperado: la irrupción de la Fiebre Porcina Africana. Es una enfermedad virósica, deletérea para los cerdos. No hay cifras fehacientes, pero el prestigioso Rabobank de Países Bajos, una institución en materia de agroindustria y proteínas animales, sostiene que el stock de cerdos en China se va a achicar un 30%.
En el corto plazo, esto le pega a la demanda y a los precios de la soja y la Argentina lo está sufriendo. Felizmente hay una gran cosecha, que va a compensar en buena medida la caída de las cotizaciones. Esto es PxQ: precio por cantidad.
Mirar al frente
Pero en una visión de faros largos, esta “crisis” es también una enorme oportunidad.
China quedó en una situación desesperante en materia de abastecimiento de carne porcina y, por vasos comunicantes, de todo tipo de carnes. El cerdo es la principal fuente de proteínas animales, con un consumo de 50 millones de toneladas por año, para lo cual sacrifica 700 millones de capones por año. Es la mitad de la demanda mundial de cerdos y 25 veces lo que consumimos los argentinos de carne vacuna. Estados Unidos produce 10 millones de toneladas y todos los países de la Unión Europea juntos apenas superan las 22 millones de toneladas.
Hace tres décadas, China no movía la aguja. Ahora es un jugador clave en el mercado de las proteínas animales. En los últimos dos años, se convirtió de pronto en el principal cliente para la carne vacuna argentina. También de Uruguay y Brasil. Esta semana en la SIAL de Shangai, empresarios argentinos no ocultaban su euforia por la mejora de los precios de la carne vacuna, consecuencia de la tendencia anterior, a la que ahora se suma la crisis de la oferta porcina.
Así que la crisis de la fiebre porcina, más la guerra comercial, generan una extraordinaria oportunidad para la ganadería vacuna. Así se percibe en el sector, donde hay una fuerte apuesta por invertir en genética, pasturas , alimentación y sanidad. Hay una interesante voracidad por las nuevas tecnologías ganaderas.
La Argentina no exporta aún carne de cerdo, pero en el sector hay una enorme expectativa. Hace apenas dos semanas, se anunció la apertura de China para este producto y ya se firmó un convenio para que el Senasa argentino habilite frigoríficos para abastecerlos. El cerdo es maíz y soja en cuatro patas. Argentina está expandiendo también su producción de maíz, pero sólo agrega valor local a un 25% de la cosecha. Y están las 50 millones de toneladas de harina de soja producidas localmente.
Hace cinco años, una compañía china pagó 5.000 millones de dólares para hacerse de la norteamericana Smithfield, la principal empresa de carne porcina de los EE.UU.. Ahora vienen por los cerdos locales.
Es más rápido crecer con cerdos que con carne vacuna. Un vientre, que es el torno de la industria vacuna, genera un ternero por año. Una cerda bien manejada produce 25 capones gordos por año. Para ello hacen falta criaderos de escala, con alta tecnología y fuertemente automatizados, con genética, nutrición, control de procesos, clima, agua, efluentes.
Es una industria hiper moderna. La inversión que requiere es del orden de los 5 mil dólares por madre. Una instalación de 1.000 madres requiere no menos de 5 millones de dólares. El alimento es más del 50% del costo operativo. En el mundo, nadie tiene alimentos más baratos que la Argentina.
Ya tenemos un Papa argentino. ¿Será nomás que Dios es argentino?
Por Héctor Huergo