David Arasanz dirige un documental en Netflix que desvela las luces y las sombras del grupo que se convirtió en todo un fenómeno social entre los años 1979 y 1985
“Tú elige entre cantar o estar en tu casa haciendo los deberes y estudiando. A ver, ¿qué prefieres?”. Confieso que se me quedó cierto regusto agridulce al finalizar el documental que repasa la historia de Parchís, el grupo infantil que rompió todo tipo de moldes y que hoy los ‘babyboomers’, como la que suscribe, recordamos con cierta nostalgia.
En una hora y 45 minutos, Daniel Arasanz fulmina de un plumazo la morriña que nos pudiera quedar. Si para los que éramos niños y preadolescentes a finales de la década de los setenta la historia de Parchís nos evoca la edad de la inocencia, para los componentes del grupo fue una explotación infantil, una anarquía y una vida disoluta sin límites, en la que unos cuantos manejaron la gallina de los huevos de oro hasta que, como en el cuento, la mataron por avaricia.
“A priori’, el documental de Netflix arranca como un golpe de efecto a la nostalgia. Me las prometía felices sentada en mi ‘chaise longe’ con una buena copa de Ribera (ya no tenemos edad de palomitas) y a medida que avanza la historia, mientras se despertaban los tiernos recuerdos de mi preadolescencia, me invadían la rabia, la impotencia y la indignación. Pero ¡si aquello fue lo más parecido a Sodoma y Gomorra!
El golpe de efecto de David Arasanz es entrecruzar imágenes de archivo con las declaraciones de Tino, Yolanda, Gemma, David, Óscar y Frank, los protagonistas de esta historia que se me antoja truculenta, aunque ellos la vivieran como un auténtico privilegio. Ni el óxido del tiempo ni la madurez les otorgan cierta reflexión. Se quedan con el privilegio y la oportunidad que tuvieron de vivir unos años siendo los niños y las niñas más queridos en España y Latinoamérica. No recapacitan, no ven que trabajaron a destajo, que los explotaron y que les robaron la infancia. Por no hablar de los momentos en que los mánager insinúan que tenían que tener a las niñas muy vigiladas porque estaban “en el punto de mira de cierto empresario” o que Tino se convirtió en el oscuro objeto de deseo y que siendo el líder del grupo por su cama pasaron, antes de tiempo, todo tipo de mujeres, de todas las edades. Todo, se justifica todo.
Producto de ‘marketing’
Parchís nació con un anuncio en el periódico (sí, hubo un tiempo en que las ofertas de trabajo se publicaban en los dominicales de los periódicos). “Se buscan niños de ocho a 12 años que canten bien y tengan buen sentido del ritmo, para formación infantil y grabar discos”. En principio, iban a ser cuatro, como las fichas del juego Parchís, pero David se movía muy bien, así que se inventaron el dado.
Su nivel de salvajismo alcanzó límites insospechados, llegando incluso a lanzar el mobiliario del hotel por la ventana
La discográfica Discos Belter estaba hundida y esta nueva apuesta estaba destinada a ser su agarradero, su canto del cisne. Lo que jamás imaginaron es que aquello se les iba a salir de madre, que en una época en la que el consumo musical infantil se había limitado a La Pandilla y más tarde al dúo formado por Enrique y Ana, Parchís se iba a convertir en un fenómeno social que desbordaría las expectativas de sus creadores.
Se trataba de grabar un disco con 25 canciones y punto, pero tras su segunda aparición en ‘Aplauso’ (en aquella época no eras nadie si no salías los sábados por la tarde en el programa musical de La1) “la cosa se desbordó”. Por lo menos es lo que confiesa Ignacio Janer, entonces director internacional de Belter. Una vez conquistado el territorio nacional, decidieron cruzar el charco, lo de México al principio no cuajó, pero los niños cautivaron a la sociedad argentina y el triunfo en Latinoamérica fue pan comido.
En esa época, las hormonas de los tres mayores empezaron a revolucionarse, el primer beso de Yolanda fue para Tino al tiempo que la ficha roja descubría su sexualidad de manera prematura. Sin tutores, sin colegio, sin profesores y sin control, “hablábamos con nuestros padres una vez a la semana, solo con unos, y estos se encargaban de avisar a los demás. De manera que solo hablabas con tus padres una vez al mes”, matiza Gemma.
Los niños campaban a sus anchas en los hoteles. “Esa gira fue un verdadero desmadre”, confiesan. Y tanto. Su nivel de salvajismo alcanzó límites insospechados, incluso llegaron a lanzar, como una gracia, el mobiliario del hotel por la ventana de su habitación. Robaban perfumes en los aviones. “No eran malos niños”, se justifica Antoni Plana, su mánager en la gira latinoamericana.
La primera baja
Las hormonas despertaron las primeras batallas de egos, y la relación entre Tino y Óscar fue de mal en peor. La madre de Óscar no estaba muy convencida de cómo se estaba desarrollando todo y decidió no dejar a su hijo solo. Se apuntó a la siguiente gira, allí empezó a ver la que se cocía con los niños y se convirtió en una presencia incómoda para los directivos, incluso para el resto de los padres, que veían con orgullo el éxito de sus hijos. Intentó avisar a los demás padres, pero fue en vano.
“Yo les decía a los otros padres lo que había, que los niños no cobraban y que estaban explotados. ¿Dónde iba el dinero? Al final, le pregunté a mi hijo si quería que lo sacara del grupo”, explica Victoria Cañadas. “Me dijo que sí, pero no fue fácil”, añade. La versión es absolutamente diferente si viene de la discográfica.
Así fue como Parchís, en plena cumbre, cambió la ficha azul. “Para Frank, Parchís fue su vida”, confiesa Tino, que se convirtió en el abanderado de los ejecutivos. “Él era la discográfica, conocía todos los planes y contaban con él para todas las reuniones”.
Desmadre total
Parchís fue una máquina de hacer dinero a costa del trabajo de los menores. “El tercer año del grupo fui cinco días al colegio y no me hicieron repetir”, confiesa David, el dado. Llegados a este punto de desmadre, al final se impuso la cordura, los niños tuvieron una tutora y en lugar de hoteles, durante las giras vivieron en una casa con algo de orden. Mientras, seguían moviendo dinero a mansalva, pero nadie veía nada. “Yo ya no sabía quiénes eran los buenos y quiénes los malos”, confiesa Yolanda.
El caso es que los padres firmaron un contrato 70/30 y ese 30 había que dividirlo entre cinco. Paradójicamente, cuatro años antes de declarar la quiebra, Discos Belter facturó más ingresos que en toda su historia. ¿Dónde fue todo ese dinero? A los miembros de Parchís la suspensión de pagos les pilló en México y con una nueva ficha roja.
“El padre de Tino nos robó Parchís”, se queja Frank. Tino, convertido en ídolo de jovencitas, abandonó el grupo decidido a dar el salto en solitario, pero también le salió rana por culpa del servicio militar, la mili. “Al volver de México se acabó todo, cada uno para su casa”, explica Frank. La vuelta a la realidad no fue fácil para ninguno de ellos. Hay que estar muy bien amueblado para pasar de tenerlo todo a nada.
En sus seis años de vida (1979-1985) Parchís grabó 20 discos y rodó siete películas, la última de ellas con la banda absolutamente rota. Entre tanto despropósito, me pregunto de quién serán los derechos de autor, quién se llevará los euros, por ejemplo, cada vez que suena su versión de ‘Cumpleaños feliz’. Hoy, Tino, Yolanda, Gemma, David, Óscar y Frank pueden presumir no solo de haber formado parte del grupo sino de haber sobrevivido a Parchís.