En el marco de las jornadas se abre el debate sobre las herramientas que se implementan desde Salud Pública para impulsarlas, como el reconocimiento a los profesionales y la carencia de lactarios en lugares de trabajo
Con el inicio de la Semana Mundial de la Lactancia Materna, al margen de la permanente insistencia en la fundamental importancia que tiene en el proceso de alimentación y crianza del bebé, también se origina un debate, algo postergado, sobre las herramientas que desde las políticas de salud pública se implementan para impulsarlas. Sin dudas, no alcanza con declamar en las campañas, sobre todo las que se difunden en estas jornadas específicas de estos días, ya que existe una necesidad de un apoyo más concreto, tal como el reconocimiento a los profesionales que se dedican a esta tarea, la carencia de lactarios en los lugares de trabajo y apuntar la protección social parental en función de género en todas sus formas.
De acuerdo a las últimas estadísticas oficiales, si bien se han registrado avances significativos, la lactancia materna exclusiva desciende a medida que aumenta la edad de los niños, siendo del 58 por ciento a los dos meses de vida y del 42 por ciento cuando ya tiene seis y en sentido inverso, se observa el incremento en el porcentaje de destete, con el crecimiento del bebé. “Mejorar la tasa de lactancia es uno de los objetivos que deben fijarse como política de salud pública y en los últimos años, se ha ido progresando, pero hace falta una participación más activa del rol del Estado y también del sector público”, señala Valeria Wasinger, socia fundadora y actual presidenta de la Unión de Puericultoras Argentinas (UPA), la asociación civil que nuclea a las profesionales que trabajan “incentivando, promoviendo y difundiendo los beneficios de la lactancia materna en todos los aspectos, acompañando a las mujeres y sus familias desde la gestación hasta los primeros años de vida de sus hijos”.