En esta segunda (y última) parte de la lucha entre los Perdedores y Pennywise, el cineasta argentino Andy Muschietti concibe un gran espectáculo que se anima a plantear algunos temas profundos
¿Qué nos asusta? Algunos pueden ver la película con más golpes de efecto y ni siquiera inquietarse. Pero hay miedos que trascienden el sobresalto, y esos son los temores que trató Stephen King en It (1986). No se trataba exclusivamente de un payaso devorador de niños, también se encontraba un antagonista universal: el paso del tiempo. Trasladar ese terror a la gran pantalla era el mayor desafío que tenía el director argentino Andy Muschietti en It: Capítulo Dos (It: Chapter Two, 2019). Y la buena noticia es que ha logrado representarlo. Los chicos crecieron, sus miedos también.
El cineasta se las ingenió para mantener la ternura que caracterizó la primera parte con la adhesión de momentos con un sentido del espectáculo un tanto abrumador –no es casualidad que su presupuesto haya sido mucho más elevado que en la anterior entrega-. Pero ese despliegue técnico, y su batería de artilugios, convive con el corazón de la historia y nunca se interpone: si antes vimos una carta de amor a la infancia, ahora vemos una oda al niño interior. Ese es el valor agregado que tienen estos 165 minutos en los que yacen sustos un tanto genéricos y otros realmente creativos.
Entretenida e irregular
Un aspecto a destacar es que este film situado 27 años después del “Capítulo Uno”, se siente como una continuación orgánica. Muschietti reafirma su talento como director de actores y, aunque se trate de otros intérpretes, nos trae de regreso a los mismos Perdedores. El reparto conformado por estrellas -Jessica Chastain, James McAvoy, Jay Ryan y Bill Hader, entre otros- ha logrado tomar los gestos distintivos de los niños que vencieron en el pasado a Pennywise y sus performances ayudan a apreciar la obra como un todo -incluso en los casos en los que el parecido físico es un tanto difuso-.
Pese a estos aspectos positivos, la película es irregular: hay situaciones que se fuerzan, se extienden, y no golpean como se espera. Altibajos que se evidencian en el nudo cuando cada miembro del club se reencuentra personalmente con el antagonista y el relato coral no funciona como consecuencia de algunas resoluciones previsibles. ¿El final? Como en toda adaptación a King, ese es un punto aparte –no es casual que haya una suerte de chiste al respecto durante varios pasajes-. El realizador se esfuerza para que el último acto sea emocionante, y casi que lo consigue; el espectador queda tan extenuado como satisfecho.
Más allá de estos detalles, la superproducción ofrece todo lo que promete –y hasta se da el lujo de un fan service explícito para el público argentino que no vamos a spoilear (¡!)-. Hay puestas que elevan el material original -como la cena de los protagonistas en un restaurante de comida china-, situaciones realmente “creepy”, un gore más jugado que en cualquier otra película mainstream, y una calidad de efectos especiales que nunca delata el uso de CGI. Incluso, gracias a un Bill Hader desopilante, los pasos de comedia también funcionan de sobremanera y resultan necesarios para descomprimir una narración repleta de traumas.
Vale destacar que It: Capítulo Dosno se limita a esos elementos que sirven como un certificado de calidad para los fanáticos del terror. Los amantes de otros géneros también se sentirán extasiados con algunas “caricias cinéfilas” como el cameo de un mito viviente del séptimo arte, una suerte de referencia a los fotogramas más psicodélicos de Vértigo (1958), y secuencias surrealistas que recuerdan a Jodorowsky, Polanski, y Argento. Y es que, aún con sus defectos, el placer es inevitable en este último paseo por las alcantarillas de Derry.