La modelo Sabrina Rojas, pareja del actor Luciano Castro, opinó ayer sobre las fotos que filtraron en las redes donde el sujeto aparece absolutamente desnudo. Su frase sirvió para reforzar el comentario que muchas personas esbozaron: “Y solo tengo para decir ‘Gracias Dio (sic) por dejarme comer semejante lomo desde hace diez años’. Alabado sea Castro”.
Si bien la reacción fue presentada por los medios como un elogio, la frase contiene un gran componente de cosificación del sujeto, víctima de una filtración de imágenes de su intimidad. Partiendo del concepto de “cosificación”, aplicado histórica y acertadamente por el uso de la imagen de la mujer, la idea sirve para ilustrar el escarnio al cual fue sometido el actor, padre de dos niños. Y con el agregado que al baboseo digital se le suma la no ayuda de su pareja.
Se dice que se cosifica a una persona cuando se hace uso y abuso de la imagen para finalidades que no la dignifiquen ni como mujer, ni como ser humano. La forma más frecuente de cosificación de una persona es la cosificación sexual: se la convierte en un objeto sexual a disposición del hombre o viceversa. Son ejemplos de cosificación los anuncios impresos, televisivos y de otros tipos en que a la mujer se la deja ver como un mero objeto que tiene que ser explotado y expuesto al lado de herramientas, cigarros, licores, tractores, automóviles, desodorantes y un largo etcétera de productos que las empresas quieren vender.
La mayoría de las veces, la cosificación del cuerpo de una persona se produce en base a un aislamiento o énfasis que se le da a una zona concreta del cuerpo, como por ejemplo la boca o los pechos, los glúteos y otras zonas eróticas, en detrimento de otras. Este erotismo no se produce únicamente a partir de la desnudez, sino que también surge del contexto, de objetos, del ademán o postura del sujeto, del vestido o accesorios, de la manera de llevarlos e, incluso, de la manera de mostrar o de ocultar el propio cuerpo.
En una cultura absolutamente machista, puede parecer “natural” que se presente a una cantante primero por su “culo” en vez de por su nombre o al actor por la “pi.. de Castro”.
La nueva filtración puso en evidente paridad la doble moral que a todas y todos, en mayor o menor medida, nos habita. El hombre , machirulo de amplia gama, ha mirado, recibido o curioseado las filtraciones de imágenes privadas de mujeres desde el comienzo de los tiempos digitales. Son los mismos que, doble moral de por medio, sintieron prurito del desnudo sustraído a Luciano Castro. Tal vez molestó que el modelo obnubilara con su figura y que su perfil de macho sea superior al del resto de los mortales varones. Una cuestión que pudo haber pasado desapercibida si no hubieran hecho tanto lío.
Del otro lado las mujeres o LGBTI, con gran admiración por lo filtrado, elogiaron como Sabrina ese “lomo argentino”. Si bien puede comprenderse la atracción por el galán de novelas, el poder de la desnudez soslayó la privacidad, el respeto y la no cosificación que otrora se pide para el propio género. Entonces, la doble moral se vuelve a manifestar para confusión de nuestro discurso y nuestras estructuras mentales. Digo una cosa, pero hago otra, pero también quiero ver, pero sé que no debo, pero…
Aunque no parezca, existe una gran diferencia entre lo que una persona decide exhibir y lo que el resto del mundo termina conociendo por obra de una violación de la intimidad.