Por Gastón Chansard | Alberto Fernández, el nuevo presidente de la Argentina, llega a Casa Rosada con más de 12 millones y medio de votos (48,1%). Mientras que Mauricio Macri, quien mejoró su performances respecto de las primarias, logró 10 millones y medio de votos (40,3%), tres millones más que en agosto.
La polarización de los votos refleja a una sociedad que se consolidó en la vieja figura de “peronismo vs antiperonismo”. Los números muestra con claridad la nula incidencia que tuvieron los restantes cuatro candidatos: Roberto Lavagna (Consenso Federal: 6,2%), Nicolás Del Caño (Frente de Izquierda y de los Trabajadores: 2,2%), Juan José Gómez Centurión (Frente NOS: 1,7%) y José Luis Espert (Unite: 1,5%). Con estos resultados Argentina no tiene una tercera fuerza política.
Con el triunfo de Alberto Fernández, secundado y promovido por la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el peronismo vuelve al gobierno nacional después de cuatro años del agobiante experimento macrista. Los desafíos que deberán encarar los Fernández son múltiples: activar la economía, estabilizar los precios, renegociar la deuda externa y generar empleo aparecen como los más urgentes. No son los únicos.
Después de una campaña incendiaria, el presidente Macri entendió el resultado de las urnas y se dio un baño de realidad: felicitó al vencedor, instruyó a su equipo económico a resguardar las reservas (con un feroz cepo para empezar el lunes) y dio señales de querer transcurrir la transición “ordenada” de aquí a diciembre, en un marco de racionalidad que no se había visto en toda la campaña post-Paso. En las próximas semanas se verá si fue una puesta en escena o una decisión política de Estado.
La victoria de Alberto y Cristina abren una nueva etapa política en el país. Moderado y con un nuevo y más amplio esquema de alianzas, el peronismo –y no ya el mero kirchnerismo– recibirán en diciembre un país en los huesos: mayor pobreza, indigencia y desocupación, mayor desigualdad, una deuda casi impagable y una economía destrozada, ese es el verdadero legado de Macri.
En su retirada, el actual presidente deja al país pintado con la camiseta de Boca, el club de sus amores. Se impuso en la zona central (la más rica del país) y perdió en el resto del territorio. En nuestra región el macrismo recuperó miles y miles de votos y se quedó (por menos de un punto porcentual) con la provincia de Santa Fe. Fernández ganó claramente en Rosario, perdió por poco en la ciudad de Santa Fe y cayó con amplitud en el centro oeste provincial. Por otra parte, Córdoba le volvió a dar la victoria al oficialismo.
La transición empieza hoy por la mañana. Macri convocó a su vencedor a una reunión en la Casa Rosada; Fernández tomó la posta y se comprometió a “colaborar en todo lo que podamos” con el argumento de que “lo único que nos preocupa es que los argentinos y las argentinas dejen de sufrir”. Luego, un mensaje breve y directo a la próxima oposición, el actual núcleo duro de Cambiemos que lejos está de ser historia: “Esperamos que quienes sean nuestros opositores en estos cuatro años sean conscientes de lo que nos han dejado y nos ayuden a reconstruir el país, la Argentina que viene necesita del compromiso de todos”.
Terminó una etapa importante para la historia del país, pero queda la recta final, y en esa recta aparece un cepo al dólar que no le llega ni a los tobillos del viejo cepo kirchnerista.
Empieza a despedirse un gobierno que hizo casi todo mal, sólo hace falta repasar el debate presidencial de Macri en 2015. Entre la mentira de campaña y la verdadera acción de gobierno dejó a un país más pobre, con menos empleo, más devaluaciones, pymes destrozadas, más inflación, una salud pública cerca del colapso, menos cultura, inseguridad al rojo vivo y sobre todas las cosas, un país más desunido (grieta) que nunca.
El país desde el 10 de diciembre estará en manos de un gran frente de peronistas y sectores progresistas. Alberto Fernández, en su último discurso de la noche dijo: “Volvimos y vamos a ser mejores”. La frase encierra muchas lecturas, pero optemos por quedarnos con el vaso medio lleno, porque ahora necesitamos que “sean mejores”.
