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lunes, diciembre 23, 2024

¿Cuáles son las violencias “silenciosas” que más afectan la salud de los chicos?

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De la hiperexigencia al poco afecto, son algunos de los tipos de agresiones más naturalizadas en todas las clases sociales; pueden tener graves consecuencias en la salud física y emocional de los chicos y adolescentes

Manuela tenía 12 años cuando, por carta, le mandó un desesperado pedido de ayuda a la psicóloga de su hermana: “Quería hablarte sobre mis papás. Siento que son muy estrictos en el estudio, ya que reprobar no es una opción. Una vez me pasó que mis profes me mandaron un informe sobre mi desempeño y solo me leyeron lo malo. Me dijeron: ‘Hay una parte buena, pero no te la vamos a leer’. Yo me puse muy mal, lloré en la noche pensando que era la peor hija de mundo y no hacía nada bien“.

Su caso no es aislado y pone sobre la mesa las consecuencias de la hiperexigencia, una de las formas de agresión de los padres contra los hijos que los especialistas consideran más invisibilizadas y naturalizadas en todas las clases sociales. El maltrato psicológico, como descalificar a un niño o niña diciéndole que es “una inútil” o el dirigirse hacia ellos de manera sarcástica con frases como “a ver cómo patea el flojito”; las amenazas que prometen retirar el cariño o hasta dejarlos solos; la indiferencia y el no mostrarse receptivos al afecto de los hijos, ya sea rechazando el contacto físico o el pedido de mirar un dibujo que hicieron, son otros ejemplos.

“Violencia es todo acto capaz de producir daño”, resume Guillermo Thomas, jefe del área de Psicología Clínica del servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano de Buenos Aires. Hasta hace no mucho tiempo, hablar de maltrato contra los niños, niñas y adolescentes significaba, para la mayoría de las personas, referirse a esas situaciones que suelen conmocionar a la opinión pública e implican desde la agresión física hasta la sexual. Sin embargo, pediatras, psiquiatras y psicólogos advierten que hay otro tipo de violencias “silenciosas” y cotidianas, que aunque no dejan marcas en el cuerpo, impactan en la salud psíquica y física de los chicos.

Si bien estas agresiones no son nuevas, la sociedad comenzó a identificarlas con más frecuencia en el último tiempo. Thomas subraya que estas actitudes ‘más sutiles’ o ‘disfrazadas’, no son para nada inocuas y dejan huellas para toda la vida.

Las cifras dan cuenta de un fenómeno que alarma. El informe de Unicef “La violencia contra niños, niñas y adolescentes en el ámbito del hogar”, pone en evidencia cómo la agresión en la disciplina infantil está presente con mayor frecuencia en los hogares con niños y niñas menores de 12 años, en comparación con aquellos donde hay adolescentes. Algunos de los datos arrojados muestran cómo el 63,3% de los hogares con al menos un niño o niña de entre 2 a 17 años utiliza las agresiones verbales como método de disciplina; por otro lado, en el 22,2% se los zamarrea o sacude, en el 16,4% se los llama tonto o estúpido, y en el 61,5% se le grita.

El maltrato psicológico; las amenazas que prometen retirar el cariño o hasta dejarlos solos; la indiferencia y el no mostrarse receptivos al afecto de los hijos, ya sea rechazando el contacto físico o el pedido de mirar un dibujo, son algunos ejemplos de agresiones contra los niños
El maltrato psicológico; las amenazas que prometen retirar el cariño o hasta dejarlos solos; la indiferencia y el no mostrarse receptivos al afecto de los hijos, ya sea rechazando el contacto físico o el pedido de mirar un dibujo, son algunos ejemplos de agresiones contra los niños

Nora Fontana, psicóloga de la Fundación Encuentro entre Padres, asegura que la violencia psicológica es la más difícil de percibir para los padres. “Los adultos recién están aprendiendo estas cosas, internalizando de qué se trata y se sorprenden al enterarse de que no escuchar al hijo, no ponerse a su altura física o psicológicamente según la situación, es un tipo de violencia; así como no comer juntos, no comunicarse o subestimarlos, es violencia emocional“, apunta la especialista.

Pero son muchas otras las postales cotidianas que, para ella, pasan desapercibidas, como dejarlos solos en la casa o al cuidado de algún hermanito sin tener la edad suficiente para ello o que pasen horas enfrente de la tele. “Entre los padres de clases más acomodadas tal vez no se den tanto estos casos, pero cuando hacemos los talleres de crianza aparecen otras situaciones, como que no registran que al irse a dormir ellos, los chicos se quedan con el teléfono encendido y eso es igual de malo”, dice la psicóloga.

Muchas veces los padres sobreexigen a los chicos creyendo que están dándoles lo mejor para ellos

Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil

Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas, explica que hay formas destructivas de maltrato que están envueltas en cuidado y amor. “Muchas veces los padres sobreexigen a los chicos creyendo que están dándoles lo mejor para ellos. Hay un libro de la psicóloga Alice Miller que se llama Por tu propio bien: es una frase que se repite y por eso ese daño es muy difícil que lo vean, marcárselo y que lo acepten”, asegura.

Padres desbordados

Para los especialistas, una de las claves de esta desconexión profunda entre los padres con sus hijos e hijas es que hoy la sociedad “está desbordada”. La psicóloga Maritchu Seitún subraya que el estrés, las presiones y exigencias laborales, de falta de tiempo y económicas, “nos dejan a los adultos muy al límite de nuestra resistencia y podemos responder de forma abusiva porque nos quedamos sin resto”.

Además, señala que son muchas las conductas que los padres traen incorporadas desde su infancia: “Antes de cambiarlas tenemos que tomar conciencia primero de que son abusivas. Esto no es sencillo, porque si lo hiciéramos también tomaríamos conciencia, en un efecto dominó, de lo que nosotros mismos padecimos”, reflexiona Seitún.

Si bien los padres son quienes afrontan el mayor desafío, los referentes consideran que es clave afianzar nuevos paradigmas a nivel social: “Hay en juego una cuestión crucial: la crianza no es un tema que atañe sólo al ámbito privado, sino también público, por lo cual debe haber un compromiso de los estados para proteger a los chicos en cualquier caso”, remarca Hernán Monath, especialista en Protección de Derechos de Unicef, y recuerda que los chicos no son propiedad de los padres sino sujetos de derechos.

Según los psicólogos, los estereotipos heredados juegan un rol fundamental. Nicolás Cacchiarelli, médico pediatra y miembro de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), señala: “Desde el nacimiento de un bebé aparecen estos mitos de que no hay que alzarlo, que tiene que ‘aprender a llorar’, que debe autorregularse, etcétera”. Y agrega: “A partir de ese momento debemos hablar con los padres sobre la necesidad de los niños de tener una compañía y un cuidado amoroso o, como describe la OMS, un ‘cuidado cariñoso y sensible’. Las neurociencias comprobaron que este tipo de crianza mejora el desarrollo y disminuye el riesgo de padecer un montón de enfermedades en la vida adulta“.

Algunos padres, lo único que les señalan a sus hijos es lo que está mal, haciéndolos sentir no queridos y limando su autoestima. Ese fue el caso de Manuela, cuya carta a la psicóloga seguía así: “Otra cosa es que si me va mal en una prueba, siempre, ¡pero siempre!, me preguntan: ‘¿Cómo le fue a tu amiga?’. Siento que la prefieren antes que a mí. No se me ocurre una solución, si se te ocurre alguna, por favor decímela”.

Ongini señala que la sobreexigencia implica “el querer satisfacer el propio narcisismo a través del hijo que se usa para la vidriera”. Sostiene que estamos en una época donde la imagen está más jerarquizada que otras cosas y esto hace que se visibilicen frecuentemente casos de papás que buscan tener el hijo perfecto. En esa línea, Thomas suma que la hiperexigencia es una agresión “harto frecuente en la clase media argentina”, que se da cuando tenemos una expectativa desmedida sobre los chicos.

Otro caso frecuente en los consultorios es el de padres y madres narcisistas, más pendientes de sí mismos que de los hijos. “Compiten con los hijos, viéndolos como una amenaza en el sentido de que le muestran lo que ellos no lograron o no tienen. De esa forma, hay un cierto no reconocimiento, ni apoyo o acompañamiento de los hijos en los logros”, resume Ongini.

Para Thomas, esos padres “son abandónicos más allá de que paguen todo”, porque no le proveen de afecto, interés y empatía al chico. Este se siente desvalorizado, porque haga lo que haga recibe un afecto de baja intensidad emocional.

Considerar que los niños pueden decidir todo es, según Ongini, otra forma de maltrato contemporáneo. “Es la contracara del diciplinamiento antiguo, que buscaba darles una rígida educación para que el árbol no creciera torcido”, explica la psiquiatra. Y detalla: “Desde cuándo quieren dejar los pañales y las mamaderas, hasta que elijan el jardín. Cuando se somete a un niño a tomar decisiones que su psiquismo no está maduro para tomar, también es un modo de violencia y sobreexigencia”.

Los referentes coinciden en que los riesgos radican en que, más allá de los exabruptos que puedan tener los padres, estas conductas violentas se instalen como un modelo de crianza o que escalen en intensidad. Pero siempre, en la mayoría de los casos, hay formas de repensar y actuar en consecuencia. “Los padres tienen la capacidad de reparar, de ponerse en el lugar del chico. No sintiéndose culpables, sino responsables”, concluye Thomas.

¿Cómo afectan estas violencias a la salud de los chicos?

  • Se mina la autoestima, provocando angustia e inseguridad.
  • Pueden ser la causa de problemas de sociabilización y aprendizaje, trastornos de la alimentación, consumo de sustancias y hasta autoagresión física.
  • Los chicos pueden llegar a reproducir el maltrato recibido, porque creen que es la manera de relacionarse. El bullying es una de sus manifestaciones.
  • Son un factor de riesgo que aumenta las chances de padecer enfermedad cardíaca, depresión, cáncer de pulmón, diabetes y ansiedad, entre otras.
  • Sobreadaptación o sobreexigencia, junto a la permanente sensación de no estar cumpliendo con las expectativas de los otros y no sentirse merecedores del cariño de los demás, son algunas de las manifiestaciones que presentan los chicos que sufren hiperxigencia por parte de sus padres.
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