“Varado en el hotel Viena”. Es la situación de un ciudadano peruano en Rosario, el hombre vino a la ciudad, se alojó en el mismo hotel donde para siempre desde hace años, en Ovidio Lagos al 500, y el vendaval del coronavirus lo dejó atrapado allí. Aunque el lugar está cerrado, el dueño le dejó las llaves del establecimiento y el hombre pasa los días allí, en absoluta soledad, y apenas sale para comprar comida en las rotiserías de la zona.
La historia tiene como protagonista excluyente a este extranjero de unos 75 años, jubilado, oriundo de la ciudad peruana de Iquitos y quien viene a Rosario casi todos los años. “Siempre me cuenta que visita a amigos que hizo en una época en la que estudió en Rosario”, cuenta Omar, el dueño del hotel Viena. Hace tanto tiempo que su huésped peruano se aloja en su establecimiento, que ya casi son amigos.
El viajero llegó a Rosario en febrero y tiene pasaje para regresar a Perú en abril. Sin embargo, hoy no sabe a ciencia cierta cuándo podrá hacerlo y vive inmerso en una enorme incertidumbre. “Se cuida mucho, habla con sus familiares y yo vengo a hacerle un rato de compañía todas las mañanas, pero su situación es triste porque no tiene idea de cuándo podrá volver a su país”, añade Omar.
Un tiempo antes de que arribara a Rosario, ambos hombres habían conversado, porque si bien en ese momento todavía no se había declarado la pandemia de coronavirus, parecía evidente que la situación podía complicarse.
Así, el dueño del hotel le comentó por teléfono que tal vez no le convenía venir a Rosario, pero el hombre ya tenía comprados los tickets de avión de ida y vuelta y se mantuvo firme en sus planes.
Omar describió a su único huésped en estos días de pandemia como una persona locuaz, de buen trato, amable. “Pregunta por mi familia y me cuenta de la suya”, dice.
Más allá de eso, y de que trata de mantener el buen humor, su huésped tiene algunas dificultades: una de ellas es que no usa teléfono celular y sólo permanece conectado con su familia en Iquitos a través de un teléfono fijo. La otra es que el hotel no tiene gas desde noviembre y eso supone una dificultad extra para su vida cotidiana.
La tercera es que el restaurante del hotel también permanece cerrado por la cuarentena, lo que lo obliga a salir todos los días a comprar comida. “Pero el tiene las llaves y puede entrar y salir cuando quiera, siempre y cuando cumpla con las disposiciones oficiales y se cuide”, dice Omar.
Así las cosas, el único residente del tradicional hotel de la avenida Ovidio Lagos se encarga cerrar y abrir todos los días y pasa allí sus jornadas de cuarentena, hasta tanto pueda regresar a Perú. una de las tantas historias extrañas que también está plasmando esta pandemia.