Alezzo estaba alojado en el Sanatorio de la Trinidad desde principios de junio, a donde había llegado por un cuadro de infección urinaria y donde, por protocolo, le habían realizado un test de Covid-19 que le había dado positivo.
Alezzo nunca había manifestado síntomas de coronavirus, más allá de un estado febril, y no tuvo necesidad de ser intubado.
El lunes pasado, desde la cuenta de Twitter del Multiteatro, el empresario teatral Carlos Rottemberg había escrito: “Muy buena noticia: luego de más de un mes de internación en el sector de cuidados intensivos, el director teatral Agustín Alezzo fue trasladado hoy a una habitación común para continuar con su rehabilitación, superando el cuadro crítico que lo aquejaba”.
Hoy, desde esa misma red social, anunció: “Súbitamente, la peor noticia. Murió Agustín Alezzo”.
🌑 Súbitamente, la peor noticia. Murió Agustín Alezzo.
— Multitabaris/Multiteatro Comafi (@multiteatro) July 9, 2020
“Lamentamos profundamente el fallecimiento del Sr. Agustín Alezzo, quien ingresó en nuestro sanatorio el día primero de junio por cuadro de neumonía grave por Covid-19”, detalló el parte firmado por Roberto Froment, jefe de Clínica Médica del Sanatorio Trinidad de Palermo.
“Después de más de un mes de internación, con una larga estadía en terapia intensiva, asistencia respiratoria mecánica, utilización de plasma de convaleciente, administración de corticoides y demás tratamientos habituales, intercurre con shock séptico agravado por su estado de fragilidad, y a pesar del tratamiento antibiótico instaurado presenta paro cardíaco y fallece en el día de hoy”, concluyó el parte.
Alezzo era uno de los preferidos al elegir un maestro de actuación, como miembro de una generación que compartía con Raúl Serrano, Norman Briski y los recordados Augusto Fernandes, Carlos Gandolfo, Inda Ledesma y Lorenzo Quinteros.
Era asimismo un gran director teatral, capaz de cubrir todos los géneros a partir de una gran cultura general, un amplio estudio del teatro rioplatense y un desarrollo teórico sobre el método del ruso Konstantin Stanislavski, que contribuyó a consolidar en escenarios locales.
Había nacido en Buenos Aires el 15 de agosto de 1935, fue alumno de Hedy Crilla –con quien trabajó años después en el desaparecido teatro Olimpia, también escuela de teatro- y a los 20 años se integró al recordado Nuevo Teatro, que manejaban Alejandra Boero y su esposo Pedro Asquini, y que fue un ejemplo organizativo dentro de la escena independiente porteña.
Integró asimismo los grupos Juan Cristóbal y La Máscara durante la década de 1960, y estudió en Nueva York con Lee Strasberg, un referente mundial con el que se formaron figuras de la talla de Marlon Brando, Paul Newman, Robert De Niro y James Dean, entre otros, que se nutrieron de “el método” como forma de actuación.
Como actor intervino en obras de Wilfredo Jiménez, Luigi Pirandello, Georg Büchner, Bertolt Brecht, Ricardo Halac y Rosso de San Secondo y a mediados de los 60 se mudó a Lima, Perú, donde trabajó bajo la batuta de Reynaldo D’Amore, Alonso Alegría, Phillip Toledano y Héctor Sandro; de regreso en Buenos Aires continuó actuando en obras dirigidas por Gandolfo y Fernandes hasta 1972.
Sin embargo, su consagración pública vino de la mano de la dirección: tuvo a su cargo un primer trabajo con “La mentira”, de Nathalie Sarraute, en 1968, y desde entonces supo jugar desde espectáculos como “Las brujas de Salem”, con Alfredo Alcón, o “Romance de lobos”, de Ramón del Valle Inclán, hasta unipersonales tan intensos como cuando dirigió a Alicia Bruzzo en “Yo amo a Shirley”, a Julio Chavez en “Yo soy mi propia mujer” o a Beatriz Spelzini en “Rose”.
Otras de sus puestas recordables son “Jettatore…!”, de Gregorio de Laferrère, con un amplio elenco -y que en estos días se está ofreciendo online en la red del Teatro Nacional Cervantes-, “La rosa tatuada”, de Tennessee Williams, “Master Class”, de Terence McNally, con Norma Aleandro, “La profesión de la señora Warren”, de Georges Bernard Shaw, y “Lo que no fue”, de Noel Coward.
El último verano Alezzo dedicó mucho esfuerzo y dinero para levantar la tercera sede de su teatro El Duende -y por extensión de su escuela de actuación- en el barrio porteño de Villa Crespo, lidió con disposiciones municipales y puso de su bolsillo dos millones de pesos.
Pensaba inaugurarla en abril pasado, con la ayuda y el entusiasmo de sus amigos, sus actores y sus discípulos, pero no pudo ser. El Covid-19 no le permitió alzar el telón.