En Argentina no es extraño levantarse una mañana y enterarse que aumentó la carne, el pan o las naftas. Históricamente el tema de la inflación es considerado un tema intrínseco de nuestro país. Al punto que después de un año que cerró con un 36 por ciento de incremento del Indice de precios al consumidor y una proyección para el presente ciclo de más del 45 por ciento si tenemos en cuenta lo registrado durante enero y febrero, no existe un plan serio y claro del gobierno ni de la oposición para detener la inflación.
El año pasado por la irrupción del Coronavirus a nivel mundial, la discusión salarial en Argentina quedó en suspenso y cerró con aumentos por decreto en algunos casos, mientras que otros sectores perdieron frente a la inflación y más aún por el aislamiento, que les impidió trabajar.
Hoy, en Santa Fe se discuten paritarias y si bien no parece malo el incremento del 35% que es lo que propone el gobierno de la provincia, está claro que el aumento en el bolsillo sigue corriendo desde atrás del incremento de los precios.
Como única medida para frenar la inflación, el gobierno nacional propone un mayor control de precios, que sugiere pueda ser realizado por las organizaciones sociales. Trabaja en paliativos, acuerdos con los formadores de precios, creación de la mesa del hambre, precios cuidados, y muchos otros que podríamos mencionar, pero sin éxito para lograr revertir ese fantasma que impide tener certidumbre y seguridad económica, tanto para aquellas grandes empresas que deciden invertir en el país como para los más humildes trabajadores que pretenden mantener a su familia con el fruto de su trabajo.
De la inflación los argentinos la conocemos “lunga”, como decía mi abuela. Y de los intentos de los gobiernos por darle un corte también. Desde 1952, cuando Perón lanzó un Plan de Estabilización, en el marco del Segundo Plan Quinquenal. Pasando por el acuerdo de Cámpora con los sindicatos y los empresarios o el exministro de economía José Martínez de Hoz, quien logró una tregua de precios por 120 días, hasta el Plan Austral de Alfonsín o el control de precios y posterior intervención del Indec de Néstor Kirchner. Ninguno de todos estos planes, logró ganarle la pulseada a la inflación.
Pareciera que con una sola medida no alcanza, al control de precios es necesario sumarle una política monetaria y fiscal sostenible, definida y planteada por un gobierno que se comprometa con sus ciudadanos y no sólo con el cumplimiento de las metas fiscales del FMI.
Hoy, una vez más, mansamente, nos levantamos y vimos cómo el precio de la nafta aumentó 7 por ciento, algo que sabemos tiene incidencia directa sobre muchos otros precios, y acá estamos, celebrando si llenamos el tanque ayer y logramos por única vez ahorrarnos ese 7%.
¿Será que Argentina está condenada a tener una inflación constante? Y en todo caso, ¿a quiénes les conviene esta situación para no trabajar férreamente para cambiarla?