La propuesta sugiere redactar en tercera persona, en lugar de usar la primera. Se consigue una visión más amplia y también más generosa hacia uno mismo y los demás.
Escribir puede ser más que una necesidad de comunicación y expresión, además de la profesión de quienes se dedican a las letras o al periodismo escrito. El acto de llenar una hoja en blanco como registro de lo que nos ha pasado o de lo que nos va transcurriendo en el día a día puede permitirnos revelar aspectos desconocidos de nosotros mismos y también servir para concluir y superar etapas.
Según sostiene Reinhard Lindner, profesor de terapia social en la Universidad de Kassel, situada en el estado federado de Hesse, Alemania, plasmar la propia vida en el papel puede tener un efecto terapéutico.
Como psicoterapeuta y psiquiatra, trabaja sobre todo con personas mayores. “Es una posibilidad de volver a ordenar la propia vida o de encontrar el hilo de la historia. O, si se lo ha encontrado, de volver a describirlo muy claramente”.
El experto asegura que ahondar en uno mismo es esencialmente positivo. “Uno recibe una perspectiva más clara de uno mismo. Pero si durante este proceso surgen recuerdos por así decir del sótano y se sufre mucho por ello, entonces debería buscarse ayuda”, recomienda Lindner.
Al principio, hay que recopilar material
Las instrucciones prácticas son de gran utilidad. Por ejemplo, Hanne Landbeck ofrece cursos. Ella los denomina “El experimento autobiográfico” y, principalmente, acuden a sus talleres mujeres de entre 40 y 80 años. Recomienda comenzar haciendo una lista de puntos sobre acontecimientos que aún nos rondan. Para ello, hay que reunir todo el material posible, ya sean fotos, cartas u otro tipo de objetos.
Landbeck otorga gran importancia a las impresiones sensoriales: “¿Cómo olía entonces, cómo era la voz del hombre del que me enamoré, cómo se veía el cuarto en el que estábamos sentados?”.
Durante su curso, la experta en medios y literatura les recomienda en primer lugar a los participantes que escriban sobre ellos mismos en tercera persona, en lugar de la primera. “Posteriormente, esto puede modificarse, pero para poder mantener la distancia con uno mismo y posiblemente con el propio sufrimiento, es bueno el recurso de la distancia”, señala.
Y, para no perderse durante la escritura de los recuerdos, cobra relevancia la redacción: “Uno puede estructurar temáticamente o por lugar, o incluso por épocas con determinados compañeros o compañeras”. La meta del taller es generar un manuscrito de aproximadamente entre 60 y 80 páginas, repleto de recuerdos de vida. Sin embargo, su experiencia es que “los menos lo terminan completamente”.
Entenderse mejor a uno mismo es entender mejor a los demás
De todas maneras, finalmente resulta una experiencia dichosa para muchos de los participantes. “Posteriormente, se entienden mejor ellos mismos, al igual que a sus padres o su pareja”, indica.
“Consigues una visión más amplia y también más magnánima hacia tí mismo y hacia los demás”. Y quien tenga dificultades para plasmar con sus propios recursos los recuerdos sobre el papel, puede comenzar narrándolos.
“Uno puede dictar en la computadora o en el teléfono móvil”, propone Landbeck. O bien, sugiere, se relata ese episodio en la memoria a un amigo y este lo graba.
Biografías escritas por profesionales, otra alternativa
Pero también autores profesionales ofrecen sus servicios para escribir biografías. Esta puede representar una solución para personas mayores que se proponen transmitirle a sus hijos momentos de su vida, pero ya no cuentan con la energía para hacerlo. Sea cual fuere la forma en que uno acabe plasmando sus memorias en el papel, según Reinhard Lindner, hay algo que es seguro: “siempre es difícil de volcar en el papel lo que realmente ocurrió”.
“En el curso de la vida irá sufriendo diversas reescrituras. Una biografía no es el relato exacto en un cien por ciento de lo que fue”. El terapeuta explica que esto también reduce las propias exigencias para narrar de manera realista. “Puede ser un alivio si se sabe esto desde un comienzo”, añade.