Ayer el Indec informó los datos relacionados con pobreza e indigencia en el último semestre de 2020. Los números muestran un incremento de casi el 7 por ciento respecto al mismo período de 2019.
Era difícil imaginar otra cosa. El año en que la pandemia de Coronavirus paralizó una gran parte de la actividad económica y productiva en el país y el mundo, en Argentina provocó un incremento de los niveles de pobreza e indigencia difíciles de revertir.
El método que utiliza el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos para medir el índice de pobreza , considera que un hogar es pobre si su ingreso (esto es, la suma de los ingresos que reciben todos los miembros del hogar) resulta menor que la “línea de pobreza”. Del mismo modo con los índices de indigencia, entendido esto como aquellos cuyos ingresos no alcanzan para comprar el mínimo de comida para la subsistencia.
De sólo pensar que el 42 por ciento de los argentinos, es decir 4 de cada 10 tiene sus necesidades básicas insatisfechas, y 1 de cada 10 no llega a comprar los alimentos básicos, coloca a la Argentina en un lugar ilógico. Si, ilógico. Basta con recordar que somos un país productor de alimentos, con capacidad de cubrir las necesidades de 440 millones de personas, es decir 10 veces su población.
Seguramente los economistas, los sociólogos, los antropólogos y todos los estudiosos de las ciencias humanas, podrán explicar que lo que marca la diferencia es la pobreza estructural y no sólo no llegar a cubrir las necesidades básicas.
Cuando se habla de pobreza estructural, se hace referencia a las dificultades que la misma pobreza genera, esto es la falta de acceso a una vivienda digna, salud, nutrición, educación y trabajo.
Lo que si tiene cierta lógica es que en un país con estas características desde hace tanto tiempo, el tsunami de la pandemia, incrementara los índices, pero a este ritmo, al no tener claro cuál será el fin de la historia de este virus, y no contar con un plan para revertir la situación de los sectores más postergados, ya podemos hablar de pobreza endémica, haciendo referencia a que se considera endemia a una enfermedad que afecta a un país o una región determinados, habitualmente o en fechas fijas.
Argentina es el tercer productor mundial de miel, soja, ajo y limones; el cuarto de pera, maíz y carne; el quinto de manzanas; el séptimo de trigo y aceites; el octavo de maní.
¿Cómo puede ser entonces que 5 millones de sus habitantes sufran hambre y más de 19 millones estén por debajo de la línea de pobreza?
El dato es más crudo aún si se analiza la franja etaria hasta los 15 años, donde afecta al 57,7% del total.
Es decir que casi el 60% de las generaciones futuras, entre quienes están los que gobernarán el país, dirigirán las empresas y las universidades, tomarán las decisiones en 30 años, fueron niños que tuvieron dificultades para alimentarse, que vivieron en una casa hacinados y sin las condiciones mínimas de habitabilidad, que tuvieron una educación incompleta y problemas de salud que arrastran desde esos primeros años de vida.
La solución seguramente no es fácil ni rápida, pero es momento de ponerse a trabajar con urgencia en el tema. Ya no sólo los que tienen una responsabilidad ocupando un lugar de gobierno. Es necesario que todos los sectores políticos y de la sociedad civil se pongan a idear de manera inmediata la forma de salir de esta encrucijada que es la condena de miles de argentinos.
No hay lugar para egoísmos ni personalismos, tampoco para que las ideas políticas se impongan al hambre y los derechos básicos vulnerados.
El asistencialismo parece una solución a la medida de los que buscan votos, pero no les cambia el futuro a los que quedan presa del ánimo de un dirigente político para mantenerse a flote.
Por un momento, al comienzo de esta pandemia, cuando todo fue tan drástico, en medio del aislamiento, pensé, soñé, que finalmente había pasado algo en el mundo que cambiaría a la humanidad para siempre. Ya no puedo sostener mi sueño. Muchas cosas, muchas acciones me han demostrado que no será esta vez y por un factor externo.
Nuestra sociedad cambiará sólo cuando de manera consciente, la mayoría de sus integrantes estemos convencidos de que tiene que suceder. ¿ Y si no es la contundencia de estos números los que nos despierta de un cachetazo, qué será lo que nos active?