El León Santafesino, el último romántico de la cumbia, la leyenda de la música popular argentina falleció la mañana del domingo 7 de agosto de 2011, hace exactos diez años.
“¿Papi, te sentís bien?”, le preguntó Nicolás esa madrugada. La respuesta fue esquiva, relativa. No recuerda si le reconoció un dolor de cabeza moderado o una sensación de agitación. Nada que estuviese fuera de los cánones normales. Eran las siete de la mañana de un domingo de invierno en Necochea y el final de una gira por Mar del Plata, Orense y Balcarce. Su papá tenía 38 años, una prolífica historia clínica y había acumulado el desgaste de una noche intensa. Había sido un raid frenético, acelerado, como la tradición de la música tropical así lo demanda. “Me voy a acostar a dormir y se me va a pasar. Mañana voy a estar bien”, le contestó.
La camioneta salió del Club Rivadavia de Necochea, ubicado en la calle 64 entre la 57 y la 59, pleno centro cívico de la ciudad. Dio una vuelta manzana y llegó hasta la puerta del Hotel Gala, cuyo ingreso daba a la calle 57, entre la 64 y la 62. Nicolás no percibió signos de alarma y subió a su cuarto en el tercer piso. “Me acosté pensando que al otro día iba a almorzar con mi viejo como hacíamos todos los fines de semana”, recuerda hoy, diez años después. Su papá se quedó en el primer piso porque era preferible que no subiera tantas escaleras: entró solo a la habitación 311 y cerró la puerta.
A Nicolás su hijo lo despertó la sirena de la ambulancia. No era el mediodía del domingo aún. Bajó corriendo las escaleras y se encontró con todo el hotel revolucionado. Afuera estaba Patricia, periodista de Diario Necochea, por entonces el único medio digital de la ciudad. Había caminado apurada las cinco cuadras que separan la redacción del hotel. “Llegamos al mismo tiempo que la ambulancia y ya para entonces era todo un caos. Nos habían mandado un mensaje pero no sabíamos si era cierto o no. Estaban los fans, la policía, toda Necochea”, describe.
Lo había encontrado una de sus coristas en la habitación. Lo constató Francisco, uno de sus asistentes. Lo comprobó Nicolás, el único varón de sus seis hijos, que hoy reconstruye: “Pensábamos que era una descompostura nada más. Era una noche normal, igual a todas, estaba un poco agitado pero era algo habitual que estuviera así. No recuerdo haberlo visto tan mal como para llevarlo al hospital, sino hubiésemos suspendido todo”. Asimiló el shock como pudo. Marina, su mamá, lo estaba llamando al celular: quería saber si lo que decían de su esposo era broma. No tardó en devolverle el llamado: “Le dije que era verdad, que papi había fallecido y que ya íbamos para casa”.
El certificado de defunción firmado por los médicos precisa que murió a las 12:07 del domingo 7 de agosto de 2011 en Necochea, provincia de Buenos Aires. El diagnóstico: paro cardiorrespiratorio por insuficiencia cardíaca. El sábado siguiente iba a festejar su cumpleaños número 39 con un mega recital en el Gran Rex. La gente se movilizó hacia el hospital municipal Emilio Ferreyra de la ciudad balnearia, mientras en su casa de su ciudad natal Santo Tomé, en Santa Fe, empezaba la procesión de fieles y de devotos para rendirle tributo al último romántico de la canción popular. Moría Leo Mattioli. Y esta vez era de verdad.
Leonardo Guillermo Mattioli había nacido el 13 de agosto de 1972 en Santa Fe y se había criado en un complejo de viviendas conocido como Barrio Centenario, lindero al Brigadier Estanislao López, el estadio del club Colón.