El 3 de marzo de 2020, Argentina registró su primer caso de Covid-19. Un hombre de 43 años, recién llegado de Italia, dio positivo en Buenos Aires. Este hecho marcó el comienzo de una emergencia que transformaría el país.
Menos de tres semanas después, el gobierno decretó el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO). Desde el 20 de marzo, las calles se vaciaron, y las escuelas y comercios cerraron. Millones de argentinos se adaptaron al teletrabajo y al confinamiento. Solo las actividades esenciales continuaron.
Los contagios aumentaron rápidamente y alcanzaron su pico en octubre de 2020. Los hospitales se colapsaron. La falta de respiradores y camas de terapia intensiva fue alarmante. Médicos y enfermeros, agotados, recibieron el reconocimiento de la gente con aplausos desde los balcones.
El primer fallecido por Covid-19 en Argentina fue Guillermo Abel Gómez, el 7 de marzo de 2020. A pesar de la cuarentena, el virus se expandió. El 25 de mayo, la población salió a marchar contra las restricciones. En el Área Metropolitana de Buenos Aires, la cuarentena seguía estricta.
En agosto de 2021, la filtración de una fiesta en la residencia de Olivos causó indignación. El presidente Alberto Fernández fue criticado por incumplir las normas impuestas por su propio gobierno.
La llegada de la vacuna Sputnik V en diciembre de 2020 dio esperanza. Flavia Loiácono fue la primera persona en recibir la vacuna. A pesar de los avances, nuevas variantes del virus siguieron amenazando.
La economía sufrió severamente. Comercios pequeños cerraron y el desempleo aumentó. El aislamiento también afectó la salud mental de la población. La soledad y la ansiedad fueron consecuencias visibles.
Cinco años después, la sociedad argentina sigue adaptándose. El impacto de la pandemia permanece en la vida cotidiana, mientras el país enfrenta nuevos retos sanitarios y sociales. La gestión de la crisis sigue siendo tema de debate y reflexión.