Era apenas más que una adolescente cuando quedó embarazada por primera vez pero la noticia no la tomó por sorpresa: hacía más de un año que ella y su entonces pareja estaban buscando un hijo. Desearon y buscaron el segundo embarazo, y ahí sí, cuando llegó, la vida que tenían se dio vuelta. Brisa nació a los cinco meses de embarazo y, durante su primer mes de vida, llegó a pesar 380 gramos. Las chances de sobrevivir eran mínimas.
Fue el 15 de junio, el mismo día en que Nulpi Kronebeger cumplía 22 años, que la ecografía mostró que algo estaba mal. “La frase fue: ‘Andá a ver a tu obstetra ya’. Un hematoma me había desprendido el 68% de la placenta”.
El médico le dijo que la situación era muy riesgosa y que podía llegar a morirse, por eso podía optar por interrumpir el embarazo legalmente. Era una ruleta rusa: en casa la esperaba su hija Francesca, de 2 años y medio. Nulpi decidió seguir adelante.
“No se bien por qué -piensa ahora-. Pero yo decía ‘no nos vamos a morir’. Fue muy riesgoso, ahora me pongo a pensar y digo ‘uh, estuve al borde'”.
Le dieron reposo absoluto pero, con los días, la situación se volvió “tortuosa”: lloraba de dolor. En la semana 20 de gestación tuvo una hemorragia que la dejó tendida en el suelo: ya se había desprendido el 85% de la placenta.
“Me internaron y me dijeron: ‘Bueno Nulpi, si nace ahora no tiene ninguna chance. Tampoco sabemos cómo se alimentó y si le llegó oxígeno así que, aunque nazca viva, no sabemos en qué estado puede llegar'”. Si llegaba a la semana 24, en cambio, existía una posibilidad de supervivencia.
El 26 de octubre de 2017, cuando acababa de alcanzar la semana 24, Nulpi entró al quirófano en medio de un ataque de pánico. “Recién ahí caí y empecé a gritar ‘me voy a morir y tengo una hija de 3 años’“. A quien era su marido no le permitieron entrar: “Le dijeron ‘sabemos que entra pero no sabemos si sale. Tenés que ser consciente de que esto es complicadísimo, no sabemos con qué nos vamos a encontrar'”.
La jefa de neonatología del Policlínico Neuquén trató de calmarla. Le dijo que iban a hacer la cesárea y que era importante hacer silencio. Si la nena lloraba, iban a ponerle oxígeno y correr a neonatología para tratar de salvarla. Si no, con ese tamaño, no iban a reanimarla.
“De repente, en todo ese griterío escuché un sonido suave. Un ‘bua’, como hace un gatito recién nacido”. Brisa no pesaba, como habían calculado con las ecografías, 550 gramos. Pesaba 470. “Es más chiquita que un paquete de sal”, le contó el padre de su hija.
A la mañana siguiente, Nulpi fue a verla. “La enfermera me dijo ‘respirá profundo y entrá’. Brisa estaba en estado crítico, su piel no había terminado de formarse, no se habían despegado los ojos ni madurado los pulmones. Dijeron que era muy probable que no pasara las 48 horas”.
Nulpi la tocó a través de los agujeros de la incubadora. “Era más chiquita que mi mano”. Brisa sobrevivió a las 48 horas pero su estado siguió siendo crítico. Había bajado de peso -había llegado a los 380 gramos- y sus pulmones quedaron al borde del colapso. “Me llamaron y me dijeron: ‘Está muy mal, quedate al lado de ella porque no va a pasar la noche'”.
El padre de Brisa entró y se despidió de su hija. No quiso volver a verla. Nulpi quedó sola -no sólo se separó sino que su mamá y sus hermanos viven en Australia- y fue en ese contexto que las enfermeras de neonatología se convirtieron en su familia.
“Nunca me pidieron que me fuera, ni siquiera cuando iba de madrugada. Capaz venían y me decían: ‘Mi amor, andá a descansar, nosotras te la cuidamos’. Si yo salía de la neo siempre alguna salía atrás. Sabían que yo salía a llorar y venían a abrazarme”.
Brisa mejoró y empeoró una decena de veces. Le hicieron transfusiones, la operaron para cerrarle el ductus (un vaso que comunica la aorta con la arteria pulmonar) y a los 4 meses, cuando ya respiraba a través de una cánula, los pulmones quedaron otra vez al borde del colapso. A los seis meses tuvieron que hacerle una traqueotomía.
“Puse el grito en el cielo pero no quedó otra. Recién ahí, cuando le sacaron los tubos de la boca, la puse en la teta por primera vez y ella se prendió. Fue un llanterío, hasta los médicos lloraban”. Brisa empezó a tomar mamadera -Nulpi se quedó sin leche por el estrés- hasta que una neumonía volvió a dejarla en el punto de partida. Volvió a recuperarse.
Cada mes de Brisa era una victoria en la neo: “El papá ya no estaba, yo había tenido que mudarme. Ahí fue cuando me pegué más a las enfermeras. Brisa ya abría los ojos, se movía, sonreía. Y ellas inflaban los guantes de examinación y jugaban con ella. A veces yo llegaba mal porque no tenía con quién dejar a mi otra hija y ellas se ofrecían a cuidarla en sus francos”.
La beba, prematura extrema, tenía una afección ocular llamada “retinopatía del prematuro”, y volvieron a operarla. En agosto, cuando le pusieron el botón gástrico, Nulpi volvió a enojarse. Fue una de las enfermeras la que dijo las palabras que Nulpi no se había atrevido ni a imaginar. “Mirá que esto puede abrir una posibilidad llevartela a casa”.
En septiembre, la médica la llamó aparte para decirle lo que todas ya sabían: iban a preparar todo para darle el alta. “Me estaban esperando afuera para celebrar, creo que lloraban todas”.
El 12 de octubre, después de 361 días de internación, a Brisa le dieron el alta. Nunca antes un bebé había estado tanto tiempo en la neo de ese lugar. Salvo la escasa capacidad pulmonar -por eso usa un soporte respiratorio temporal-, no le encontraron secuelas. No quedó ciega, no tiene hemorragias cerebrales, puede deglutir sin problemas.
“Las enfermeras le hicieron una fiestita de egresada, le regalaron un álbum con fotos de todos esos meses, le pusieron un sombrero de graduación. Cuando nos fuimos, nos aplaudieron”. Ellas -que habían hecho una vaquita para regalarle la cuna funcional- fueron las invitadas especiales el viernes, el día en que Brisa celebró su primer año de vida.