“Estamos al borde de un precipicio. Miramos el abismo, sentimos malestar y vértigo. Nuestro primer impulso es retroceder ante el peligro. Inexplicablemente, nos quedamos”, narra el escritor estadounidense Edgar Allan Poe en su cuento El demonio de la perversidad. “…Y porque nuestra razón nos aparta violentamente del abismo, por eso nos acercamos a él con más ímpetu. No hay en la naturaleza pasión de una impaciencia tan demoníaca como la del que, estremecido al borde de un precipicio, piensa arrojarse en él“.
El suicidio nos fascina. La idea misma agita el espanto y sin embargo, en los lugares más oscuros de la mente, puede resultar atractiva. “Es simplemente la idea de lo que serían nuestras sensaciones durante la veloz caída desde semejante altura“, diría Poe. Quitarse la vida manifiesta no solo angustia individual, sino también un fracaso colectivo: si la sociedad es demasiado dolorosa para vivir en ella, quizá todos somos culpables.
De acuerdo al artículo de portada en la última edición de The Economist, la tasa de suicidio a nivel mundial ha caído un 38% desde su máximo en 1994. Como resultado, se han salvado 4 millones de vidas, más de cuatro veces más de las que han muerto en combate en ese lapso de tiempo. No hay una única razón. Está ocurriendo a ritmos diferentes entre diferentes grupos en diferentes lugares.
En Occidente, comenzó hace mucho tiempo: en Gran Bretaña, por ejemplo, la tasa de suicidio masculina alcanzó un máximo de alrededor de 30 por cada 100.000 habitantes al año en 1905, y de nuevo alcanzó el mismo nivel en 1934, durante la Gran Depresión; entre las mujeres, llegó a un máximo de 12 por cada 100.000 en 1964. En otras partes del mundo, las tasas han bajado recientemente. En China comenzó a bajar en la década de 1990 y disminuyó de manera constante, aplanándose en los últimos años. Las tasas de Rusia, Japón, Corea del Sur e India, que siguen siendo altas, también han caído.
Estados Unidos es la gran excepción a la regla. Hasta el año 2000, la tasa disminuyó junto con la de otros países ricos. Pero desde entonces, ha aumentado en un 18% hasta 12,8, muy por encima de la tasa actual de siete de China. El aumento se da principalmente entre hombres blancos, de mediana edad y con poca educación, mayormente en áreas que fueron dejadas atrás en periodos de auge económico y devastados en periodos de decadencia.
Globalmente, la disminución es particularmente notable entre tres grupos de personas. Uno de ellos son mujeres jóvenes de China y la India. En la mayor parte del mundo, las personas mayores se suicidan con más frecuencia que los jóvenes, y los hombres más que las mujeres. Pero en China y la India, las mujeres jóvenes han sido inusualmente propensas al suicidio. Esto es cada vez menos cierto. Otro grupo son los hombres de mediana edad en Rusia. Después del colapso de la Unión Soviética, el alcoholismo y el suicidio se dispararon entre ellos. Ahora ambos han disminuido. Una tercera categoría son las personas mayores de todo el mundo. La tasa de suicidio entre los ancianos sigue siendo, en promedio, más alta que entre el resto de la población, pero también ha disminuido más rápidamente desde 2000 que entre otros grupos.
¿Por qué ha caído la tasa de suicidio entre estos tres grupos de personas? La urbanización y mayor libertad son parte de la respuesta. Los relatos de quienes intentan suicidarse, y de los familiares de quienes tuvieron éxito en el intento, sugieren que muchas jóvenes asiáticas cayeron en la desesperación a causa de esposos violentos y suegros autoritarios. A medida que la gente se traslada a las ciudades y se debilita el dominio de la tradición, las mujeres tienen más opciones sobre con quién se casan o con quién viven, lo que hace que la vida sea más llevadera. Marcharse de la aldea también ayuda de otra manera: debido a que la agricultura implica matar cosas, es más probable que los habitantes rurales tengan los medios para matarse a sí mismos, como pistolas y pesticidas, a su alcance.
La estabilidad social también juega un factor determinante. En la turbulencia que siguió al colapso de la Unión Soviética, muchas personas de mediana edad vieron cómo se derrumbaban sus fuentes de ingresos y su estatus social. Los desempleados se suicidan a un ritmo dos veces y media superior que los trabajadores. Se calcula que la crisis financiera de 2007-08 y las recesiones subsiguientes causaron unos 10.000 suicidios adicionales en Estados Unidos y Europa occidental. A medida que las crisis retroceden y aumenta el empleo, el suicidio tiende a disminuir. Y la caída de las tasas de pobreza entre las personas mayores, que han disminuido más rápidamente que entre otros grupos a nivel mundial, probablemente contribuyó a la reducción del número de suicidios de ancianos.
Pero el declive no es sólo consecuencia de grandes tendencias sociales. Las iniciativas para limitar el acceso a los medios para suicidarse pueden ayudar. El suicidio es sorprendentemente impulsivo. Un estudio de mujeres chinas jóvenes que habían intentado suicidarse mostró que tres quintas partes habían estado contemplando el suicidio durante menos de dos horas, y una de cada diez durante menos de un minuto. La gente tiende a creer que aquellos que tienen la intención de suicidarse probablemente terminarán haciéndolo. Pero de las 515 personas que sobrevivieron al salto desde el puente Golden Gate de San Francisco entre 1937 y 1971, el 94% seguían vivas en 1978, lo que sugiere que un suicidio pospuesto probablemente sea un suicidio prevenido.
Los medios de comunicación también pueden aportar su granito de arena. El suicidio es extrañamente contagioso. Cuando Robin Williams se suicidó en 2014, su método y sus motivos fueron reportados con gran detalle. Un estudio determinó que hubo 1.800 suicidios más de los que de otra manera se hubieran esperado en los próximos cuatro meses, a menudo usando el mismo método que el famoso actor. Los periodistas deberían informar sobre estas tragedias en menor detalle y con más moderación.
Ante el horror de un amigo o pariente suicida, la gente se siente asustada e impotente. Sin embargo, así como los individuos pueden marcar la diferencia -hablar, escuchar, ayudar a las personas en tiempos difíciles-, también lo pueden hacer las sociedades. Dar a las mujeres más control sobre sus vidas, amortiguar los impactos del cambio social, proporcionar una mejor atención a las personas mayores, moderar la forma en que se reporta el suicidio, restringir el acceso a los medios para suicidarse: todas estas cosas pueden hacer que valga un poco más la pena vivir la vida, o al menos para persuadir a las personas desesperadas a conservarla hasta que lo sea.