Desear lo que no tenemos, lamentar el éxito de los demás y sufrir por lo mal repartido son algunas de las características de la envidia. Y, honestamente, ¿quién no cayó alguna vez en este tipo de pensamientos? El mayor problema de estas emociones es la facilidad con que aparecen, tan espontáneas que hasta se vuelve natural vivir con ellas.
Pero el punto realmente serio es que, si dejamos que la envidia se instale como un modo natural de sentir, poco a poco, nos envuelve con sus redes. Es que nunca viene sola. Tiene aliados poderosos y nocivos: la bronca (“¡Qué injusta que es la vida!” o “Aquella persona no se merece todo lo que tiene”), la angustia e impotencia (“Pobre de mí; con lo que yo me esfuerzo y no consigo nada”), el sentimiento de inferioridad (“Yo nunca voy a poder alcanzar ese nivel”) e incluso el egoísmo, porque al no poder tolerar el bien y el éxito de los otros, lentamente, nos vamos convirtiendo en los únicos protagonistas de la historia; donde los demás ya no nos preocupan, sino que son solo “competidores”.
No por nada la envidia es uno de los siete pecados capitales y hasta ha sido tema central de discusiones y análisis por parte de grandes estudiosos a lo largo de la historia. Pero no solo el envidioso la padece, también su entorno. Según el filósofo español Fernando Savater “de la envidia se desprenden la mentira, la traición y el oportunismo. El envidioso contempla el bien como algo inalcanzable; las cosas son valiosas cuando están en manos de otro. Por eso es un pecado profundamente ‘insolidario’ que, sobre todo, tortura y maltrata al propio pecador, que termina siendo más desdichado que malo”.
En los tiempos que corren, donde los medios de comunicación se convirtieron en referencias de lo exitoso y de lo bello, la envidia incluso se vive como una sensación colectiva: todos deseamos una realidad ficticia, televisiva, donde todo pareciera perfecto. Como señala Savater: “Muchas veces se envidian situaciones idílicas sobre las que no se tiene suficiente información. Hay gente que no tiene dinero para comer bien en la semana, pero conserva sus mejores trajes y un gran automóvil, porque esos son los elementos que despertarán envidia en los demás. En este caso no se busca tener lujos auténticos, sino solamente ser admirado”.
La mejor alternativa a esta conducta competitiva tan nociva es hacernos un espacio para la introspección, visualizando dónde estamos y cuáles fueron los pasos que nos llevaron hasta este punto: redescubrir nuestros logros, focalizarnos en las causas de nuestro presente y tomar las decisiones precisas para sembrar nuestro futuro. La envidia hace que observemos demasiado hacia fuera; por eso, la mejor manera de compensarla es volver la mirada hacia nosotros mismos.
Convertirse en un ganador
La paradoja de este sentimiento es que, si bien puede resultar muy destructivo, en algunos casos también se puede convertir en un motor que nos impulse hacia delante. ¿Cómo? “Hay que diferenciar la envidia sana o constructiva de la envidia destructiva; ya que la sana envidia puede permitir el crecimiento dirigiendo la energía para alcanzar lo deseado”, según explica el licenciado Gastón Cabrera, especialista en psicoterapia breve, quien a su vez advierte que esto puede funcionar siempre y cuando la envidia no nos lleve a desear el mal o la desdicha ajena.
En este tipo de envidia se pone en funcionamiento una fórmula que Cabrera denomina “Ganar-Ganar”, en la que yo me beneficio, porque busco mi crecimiento, y se beneficia el otro también, porque con sus logros se transforma en inspirador o motor de mi desarrollo.
Tomar conciencia para generar una transformación
Es sabido: los seres humanos necesitamos expresar correctamente nuestras emociones. Por eso, debemos prestar atención a la aparición de ciertos sentimientos y entender el por qué. “Si no atendemos a nuestras emociones, estas nos pueden movilizar hacia diferentes estados anímicos; generalmente al resentimiento, que es el resultado de una emoción no expresada. Porque lo que uno calla, enferma”, explica Cabrera. De allí que, si logramos tomar conciencia de lo que estamos sintiendo, vamos a poder generar una transformación que nos permita vivir más felices.
Aplicado a la envidia, al comprender cuál es mi verdadero sentimiento, puedo salir de ese bloqueo emocional que me hace sentir desdichado y desanimado. Solo así voy a poder generar una distancia respecto de la persona que envidio: comprendiendo sus esfuerzos y valorando sus méritos, estos dejarán de ser una molestia o una causa de irritación en mi vida y se convertirán, incluso, en un referente y en una ayuda.
Si buscamos en el diccionario de antónimos, vemos que lo opuesto a la envidia es la caridad y la generosidad. Es decir, podríamos pensar que lo contrario a este oscuro sentimiento es el amor al prójimo; porque en realidad vivir sin envidia es vivir con la capacidad de celebrar los logros ajenos y atender las necesidades de los demás. Después de todo, qué mejor que desarrollarnos en un entorno en donde todos alcancemos nuestros sueños. El crecimiento de unos puede ser el crecimiento de muchos. Cuanto mejor comprendamos esto, más lejos estaremos de la quietud y de la mediocridad.