Empezó con su viaje a Chile, en medio del escándalo por los abusos sexuales de curas a menores. Este tema será el eje del encuentro que tendrá en Papa en febrero con los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo en la Santa Sede.
Comenzó con el desastre chileno y termina al borde de un acontecimiento vital para el futuro del papado: el encuentro en febrero próximo del Papa argentino con los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo en el Vaticano. El tema exclusivo será cómo establecer de una buena vez una línea eficaz en la lucha con los abusos sexuales del clero a niños y menores. Esto incluye el tema más peliagudo: terminar con la cultura de la cobertura de los culpables, que significa investigar a fondo y sancionar con la destitución a los superiores y obispos que ocultan los crímenes de los curas pederastas.
Jorge Bergoglio ha prometido hace unos días que “nunca más” la Iglesia protegerá a los culpables y sus protectores. Si no cumple, su pontificado entrará en un irreversible cono de sombra hasta el final.
El maxiescándalo de los curas violadores de niños y menores, expandido por todo el planeta como un fenómeno monstruoso incontrolado, es el más importante pero no el único problema que ha contribuído a hacer de 2018 un año “lamentable” para Francisco, según la definición de la agencia noticiosa norteamericana Associated Press.
El deterioro del contexto político general tuvo una gran influencia para amortiguar la “euforia del Papa” que marcó el momento inicial del pontificado, con el estilo, los carismas, los gestos y las ideas que en pocos meses cambiaron, desde que Bergoglio fue elegido, la perspectiva de una Iglesia que necesitaba que un líder recibiera el “mandato de reforma”.
La Iglesia de los pobres para los pobres, el aire de cambios, la sencillez y el progresismo de un pontífice que anunciaba convertir las periferias geográficas y existenciales en el centro de la vida católica, un nuevo lenguaje y un estilo personal que renunciaba a la mundanidad y el lujo, creó una extraordinaria popularidad en torno al Papa argentino.
El momento de oro fue una parábola en el campo político. Con Barack Obama presidente de EEUU, Bergoglio se anotó triunfos históricos: Siria fue salvada de un bombardeo, el Papa reunió en el Vaticano a palestinos e israelíes en una ceremonia de extraordinaria repercusión en favor de la paz y la creación de dos Estados vecinos en Palestina. El Papa argentino fue el mediador del acuerdo entre Estados Unidos y Cuba. Francisco se entrevistó en La Habana en el primer encuentro en mil años de un Papa de Roma con el patriarca ortodoxo ruso Kirill, que anticipaba el abrazo histórico en Moscú.
Entonces llegó Trump y se acabó la diversión. Todo cambió. En primer lugar los conservadores y tradicionalistas del catolicismo norteamericano, los más hostiles al pontificado del Papa “tercermundista y hereje”, recibieron un impulso formidable en su conspiración para liquidar la experiencia de Francisco, que en 2018 ha llegado a un nivel casi cismático.
La oleada de soberanistas y populistas en Europa hicieron brotar el Brexit en Gran Bretaña y el gobierno de Italia, la patria concreta del catolicismo y el poder pontificio durante tantos siglos, pasó a manos de populistas hostiles al Papa venido “desde el fin del mundo”. Nacionalismo, racismo, xenofobia, extremismo de derecha, tintes neofascistas y neonazis se van esparciendo por Europa, descalabrando los mensajes de acogida a los migrantes, integración con los extranjeros, ayuda a los más pobres, a los últimos, a los descartados, que son la base del mensaje bergogliano.
El único triunfo que puede enarbolar el Papa en este 2018 es el acuerdo con China que permite a la Iglesia de entrar por la puerta grande y oficialmente en la sociedad del país más grande del mundo. Se supone que no hay más iglesia clandestina fiel a Roma e Iglesia “patriótica” creada por el régimen comunista. Pero el camino de la unificación será lento y poblado de sofocones para el Vaticano. El Partido Comunista chino ha tomado los temas religiosos en sus manos para establecer un control férreo que mantenga la hegemonía del régimen e impida un crecimiento vistoso del catolicismo en China. La oposición a Francisco lo acusa de haber vendido el alma al diablo.
La enconada conspiración de los conservadores y tradicionalistas, que amenazaban abiertamente con un cisma al Papa “hereje”, decidió a Bergoglio, que como Papa es el garante de la unidad de la Iglesia, a evitar nuevos choques. El pontificado ha perdido propulsión. Una muestra es el Sínodo de los Jóvenes que Francisco convocó en octubre en el Vaticano. Los jóvenes deben ser los portabanderas de la “Iglesia en salida” en la visión de Bergoglio. Pero las expectativas de un Sínodo con debate rico de novedades en gestación se desinflaron pronto. Aún el Papa debe difundir el documento final, en el que según la tradición el pontífice escribe y reescribe como le parece las conclusiones de la asamblea. Pero ya se sabe que el Sínodo de los Jóvenes ha tenido un final anodino, diluído en la necesidad de no ofrecer aristas que agraven la crisis interna con las derechas conspiradoras.
Los escándalos por los abusos sexuales exigen ahora todos los esfuerzos para estabilizar la situación. El año comenzó muy mal en Chile, adonde el Papa viajó en la peor visita apostólica que hizo en su pontificado. Los escándalos por abusos sexuales y la oposición popular a una Iglesia reaccionaria y cómplice de las estructuras que protegían a los clérigos culpables una verdadera oleada de casos, indignaron a los chilenos y hundieron a la estructura clerical. Lo malo es que durante tres años Francisco creyó al cardenal Francisco Errázuriz, líder de la iglesia, y todo el discurso clerical, pese a que en el Vaticano condenaba al clericalismo como “una enfermedad de la Iglesia”.
En su viaje siguió defendiendo al obispo Juan Barros, a quien nombró a cargo de la diócesis de Osorno y atacó a las víctimas y a la opinión pública chilena por “calumniarlo”. Cuando salió de Chile, advirtió el grave error y cambio totalmente de posición. Convocó en Roma a todos los 34 obispos, que renunciaron. La confianza de los chilenos en la Iglesia ha caido al 15% y solo el 55% se reconoce hoy católico. El Papa impulsa ahora un renacimiento que será muy fatigoso y ha despedido a siete obispos.
Otro viaje dificil lo tuvo el Papa en agosto en Irlanda, uno de los países más católicos del mundo, donde la Iglesia de los escándalos sexuales ha perdido a la mayoría de sus fiejes. Hubo poco público en sus misas y el Papa comprobó la magnitud de la bronca. Hoy los irlandeses están con el matrimonio igualitario, el aborto, el divorcio y han elegido a un político abiertamente gay como primer ministro.
Con los gay, en cambio, ha cambiado el enfoque del Papa. “¿Quién soy yo para juzgarlo?”, respondió en los primeros meses del pontificado cuando le preguntaban qué opinaba sobre los homosexuales. En cambio, en 2018 Francisco confirmó que para la Iglesia esta es una conducta “objetivamente desordenada” y que los homosexuales no pueden ser sacerdotes. Ordenó mano de hierro en los seminarios y en la formación. No hay lugar para esta gente en la Iglesia. Adiós ilusiones de grandes cambios.
La Gran Crisis de los escándalos se concentra en Estados Unidos, sede de la conspiración derechista que aspira esterilizar o eliminar hasta con un cisma al Papa de las reformas. Aunque Bergoglio cuenta con el aprecio de la mayoría de la opinión pública, los conjurados han decidido que ningún tema puede debilitar tanto al Papa argentino como involucrarlo en los escándalos.
Para ello eligieron al ex embajador (nuncio apostólico) del Papa en Estados Unidos, el arzobispo Carlo María Viganó, ya retirado. Viganó acusó al Papa de haber protegido al cardenal Theodore McCarrick, ex arzobispo de Washington, aunque fue Francisco el que destituyó del cardenalato al acusado de violaciones de niños y de festivales de sexo homo con seminaristas. Viganó se pasó de la raya, aconsejado por los conspiradores, y pidió al Papa que reunciara. Inaudito: en la Iglesia nadie puede pedirle la dimisión al obispo de Roma.
En 2018 estallaron los casos de Pensylvania, Illiniois y otras diócesis, con miles de víctimas. Las polémicas arden en la Iglesia norteamericana, muy dividida y con mayoría conservadora. Los obispos decidieron en un plenario proponer investigaciones y métodos eficaces de lucha cotra los abusos sexuales y las coberturas. Pero desde el Vaticano el Papa les prohibió seguir adelante, lo que agudizó el enfrentamiento.
Francisco quiere que todas las propuestas sean puestas sobre la mesa en la reunión que mantendran del 21 al 24 de febrero los presidentes de todas las conferencias episcopales. El encuentro debe marcar un antes y un después en la crisis que sofoca a la Iglesia en un desprestigio que embiste al proprio Papa. Las turbulencias de 2018 se proyectan en el futuro del pontificado, hoy pleno de nubarrones.