El tema original, Comme d’habitude, no tuvo éxito. Con nueva letra, se convirtió en uno de los mayores sucesos de la historia de la música
Nació como una canción francesa, de desconsuelo, una queja amarga a la monotonía de la vida conyugal. Su letra denuncia al matrimonio como ese lugar en el que todo se hace por costumbre, hasta el sexo. Nada hacía indicar que el tema se convertiría en un éxito mundial. Comme d’habitude, la canción cantada por Claude Francois (también conocido como Clo Clo), una de las estrellas francesas del momento, no vendió según lo esperado.
Sus fans, que las tenía de a miles, esperaban algo distinto de él. Eran tiempos en que el rumbo se corregía fácil; en seguida la compañía lanzó otro single del joven cantante, una canción de amor que calmó la expectativa del público.
Paul Anka había sido un ídolo juvenil en la década del cincuenta. Había tenido una racha de canciones en la cima de los rankings y luego como sucede con la mayoría de los jóvenes que surgen como una erupción, se fue apagando. Seguía publicando discos con regularidad, el público acudía a sus shows pero estaba lejos del estrellato. La melodía de Comme d’habitude lo sedujo desde la primera vez que la escuchó y procuró hacerse con sus derechos. Una práctica habitual en los cincuenta y en los sesenta: tomar un tema musical muy exitoso en una lengua, quedarse solo con la melodía y escribirle una letra nueva, cambiando su sentido. La negociación fue sencilla. Los autores pidieron sólo un simbólico dólar y el 50 % de los derechos de la futura canción. Fue la mejor decisión de sus vidas.
Paul Anka merodeaba a Frank Sinatra por ese tiempo. Era un satélite del Rat Pack. Lo acompañaba en algunas de sus presentaciones y después salían a comer y a tomar algo. Anka sentía devoción por La Voz. Una de esas noches, Sinatra de 53 años le contó que estaba cansado, que tenía ganas de retirarse. Que iba a grabar un disco más y después se iría a descansar. Hacía más de tres décadas que estaba en el mundo del espectáculo. Y a Sinatra nunca le gustó perder. Luego de una irrupción fulgurante como cantante de la orquesta de Tommy Dorsey, le siguió una exitosa carrera solista y algunos papeles en el cine. Después el romance con Ava Gardner, los problemas en las cuerdas vocales y la caída. Parecía que la gente se había cansado de ese cantante algo prepotente de ojos azules. Pero en 1953 el papel en De aquí a la eternidad, el Oscar y la sucesión de álbumes gloriosos para Capitol lo volvieron a depositar en la cumbre. Tiempo después, la irrupción del rock y los Beatles volvieron a postergarlo. Había tenido un gran éxito en medio de los 60 con Strangers in the night pero la gente no quería escuchar más standards, para eso tenían sus viejas grabaciones. Pareció que esa sería su canto de cisne. Sinatra estaba sin rumbo, probaba diversos caminos pero no lograba reconquistar la atención. Los covers de exitosas canciones de rock tampoco le estaban redituando, el público joven hasta tomaba con sorna esas versiones prolijas pero sin vida.
Esa noche Paula Anka volvió a su hotel y con la melodía de aquella canción francesa en la cabeza escribió la letra de A mi manera. Un hombre viejo, que está cerca del final, cerca de que se baje el telón, hace un recuento de su vida. Un balance que la escapa al remordimiento y a la culpa, una elegía a la autosatisfacción, a la celebración de la propia vida, a la falta de arrepentimiento, un texto de alguien seguro de sí mismo sin demasiada autocrítica y algo fanfarrón. La letra es por momentos obvia, con algunas imágenes no demasiadas trabajadas y algunos evidentes aciertos (la boxística gran frase final: The record shows, I took the blows). Revela también una extraordinaria habilidad de Anka. A mi manera es un traje a medida para Sinatra, una canción que melódica y temáticamente le calza a la perfección al mejor cantante popular del siglo XX, el que con esta canción tuvo una más de sus muchas resurrecciones artísticas. La compañía discográfica de Paul Anka le reprochó que no se guardara la canción para sí. Con mucha lógica, el compositor le dijo que era una canción para Sinatra, que cantada por él (aunque luego la grabó en varias oportunidades) no hubiera conseguido ese suceso.
El disco en que apareció se llamaba como la canción, My Way. Desde la tapa un Sinatra maduro pero todavía confiado y canchero mira a cámara con los brazos cruzados sobre el respaldo de una silla mientras luce un cardigan elegante y sus ojos azules. El tema parecía perdido entre covers de Yesterday, Bridge over trouble waters y temas de Ray Charles. Ya habían quedado atrás las épocas de los extraordinarios discos conceptuales de los cincuenta. Sin embargo, la canción fue un éxito inmediato. A mi manera tocó una cuerda en el público, supo dónde golpear la sensibilidad del oyente de edad media, provocando una identificación inmediata.
No había pasado un año de su publicación y ya más de diez intérpretes de magnitud habían intentado su versión. La mejor, la más personal, la más creíble, probablemente sea la de Nina Simone, con fondo percusivo y en la que la convicción de la cantante va creciendo mientras la canción se desarrolla. Nina Simone fue alguien, sin el menor lugar a dudas, vivió a su propia manera.