El rechazo absoluto hacia ciertos alimentos que son nuevos en la dieta puede desembocar en una patología. Se trata de un mal que aumenta considerablemente
Todos los padres se han enfrentado alguna vez a la negativa de los chicos por probar nuevas comidas. Este trastorno, denominado como neofobia alimentaria, suele darse en la infancia, aunque también puede estar presente en la adultez.
Quienes lo padecen sienten un rechazo absoluto hacia ciertos alimentos que, generalmente, son nuevos en la dieta, pero sin razón aparente. A pesar de que este comportamiento es común en los niños, muchas veces se lo confunde con un capricho y se le resta importancia.
Sin embargo, la neofobia alimentaria puede desembocar en una patología que puede persistir a lo largo de toda la vida, limitando el aporte de ciertos nutrientes. Además afecta al resto de los integrantes de la familia, que no sólo deben enfrentarse a las negativas y largas negociaciones, sino que también deben considerar los gustos del neofóbico al momento de hacer las compras en el supermercado o planear el menú de cada día.<br. < p=””></br. <>
El rol de los padres
Al tratar este tipo de fobia infantil, el trabajo comienza en casa. Es responsabilidad de los padres conocer las pautas y proveer de los recursos para que los niños aprendan a comer de todo y a llevar una dieta equilibrada.
A partir de los dos años, los niños empiezan a ser conscientes de su propia identidad y a manifestar su voluntad. Muchas veces, esto se manifiesta con una respuesta negativa por parte del chico ante cualquier propuesta y orden del adulto.
Durante esta etapa, en la que ponen a prueba su independencia, los límites y sus propios impulsos; es sumamente importante no rendirse ante una situación de rechazo. Si se les permite evitar ciertos alimentos, lo más probable es que su dieta sea cada vez más restringida y pobre en nutrientes, afectando su desarrollo.
Los padres son los que deben enseñarles a comer sano y adoptar hábitos nutricionales saludables. Y, aunque esta tarea puede parecer fácil, no lo es tanto en la práctica. Requiere de paciencia, buena comunicación y, lo más importante, predicar con el ejemplo.
¿Cómo actuar?
Si un niño no ve a sus padres comer de todo, probablemente él tampoco lo hará. En los primeros años de vida, son su principal referencia para todo. Si los ve rechazar alimentos, lo más probable es que él adopte las mismas actitudes. Hay que estar atentos a esos momentos y evitarlos.
También conviene presentar las nuevas comidas de a una a la vez. Es más sencillo introducir un pequeño cambio en el menú que otro completamente nuevo. Se trata de ir un día a la vez y no forzar la situación, o el resultado será opuesto al deseado.
Asimismo, es importante que el niño participe de todo el proceso que implica llevar un plato a la mesa. En este sentido, los expertos aconsejan que padres e hijos vayan juntos a realizar las compras e interactúen con los ingredientes. Una buena forma de despertar su interés es transformando la cocina en un juego. Que los chicos sean su propio chef, naturalizando así el proceso.
En la adultez
El diagnóstico se torna más problemático en pacientes adultos, quienes a veces deben recurrir a tratamiento con terapias de desensibilización, cuyo objetivo es introducir gradualmente los alimentos para que se familiaricen con ellos y así aprendan a aceptarlos sin miedo.
En casos más graves pueden ser necesarias técnicas de relajación o fármacos específicos para controlar la ansiedad derivada de esta fobia. Eso sí, no importa en qué estado se encuentre la persona afectada, es fundamental no forzarle a probar esos alimentos que son el origen de su fobia, ya que el bloqueo podría ser permanente.