En la provincia hay una veintena de criadores repartidos en dos asociaciones. Hoy la principal actividad es la deportiva.
La colombofilia es la cría y adiestramiento de palomas mensajeras, una actividad que sobrevive entre algunos cultores y que se basa en el sentido de orientación muy desarrollado de estas aves, que les permite siempre regresar a al lugar donde viven.
“Desde el obelisco (Buenos Aires), las palomas tardan 16 horas en llegar hasta aquí”, comenta Carlos Sánchez en la puerta de su casa del barrio Alimentación, de Guaymallén, poco antes de subir con sus 80 años a la terraza donde tiene un palomar.
“Los gatos y el perro se han criado con ellas”, agrega el hombre y acota: “Esa jaula con catitas australianas eran de mi señora, ahora yo me encargo de cuidarlas”. Allí en el techo está el palomar, con más de 100 ejemplares, cada una en su “casita” esperando noticias de un próximo vuelo.
Superadas por la tecnología, el avance de las comunicaciones y, fundamentalmente por la llegada de internet, la última vez que sus palomas cumplieron funciones de mensajería fue hace varios años, más de 20, calcula. “Una persona que trabajaba en la construcción de la reserva de Ñacuñán se llevaba las palomas para informar el material que iba a necesitar para fin de mes. Así mis palomas llegaban a mi casa con el mensaje y yo informaba a los responsables de las compras de materiales”, explica Sánchez, jubilado y ex director del Zoo provincial.
En los 40, las palomas mensajeras llegaron a Mendoza y en esa época, en los inicios del peronismo, pertenecían a las fuerzas armadas, ya que eran un medio eficiente de comunicación entre los eventuales frentes de batalla y los grupos de apoyo. Vale aclarar que aves de este tipo han recibido condecoraciones durante las dos guerras mundiales; además, en Europa, fundamentalmente en Bélgica y Holanda, están los principales centros de colombofilia.
En la actualidad, los criadores de palomas argentinos se dedican a realizar competencias de estas aves y aquí, en Mendoza, ya se preparan para el inicio de la temporada, que será el 4 de agosto con la especial La Paz-Mendoza. Una veintena de criadores compone la Asociación Alas Benjamín Matienzo, con sede en la ciudad de Mendoza y junto a la asociación de San Rafael, son las dos únicas entidades en actividad en la provincia, donde supo haber cuatro.
En la terraza de Carlos hay varios tachos de granos con maíz y trigo, el alimento de sus palomas. De todas maneras asegura que es poco lo que gasta en darles de comer y luego aclara que son “aves especiales, las palomas comunes no sirven para esto”, dice y comenta que básicamente ellas se acostumbran a vivir y comer en un lugar y siempre retornan. “Es decir que antes, hace algunos años, si una persona se iba a vivir a un lugar inhóspito y quería mantener contacto con sus parientes, solía llevarse mis palomas y enviar los mensajes cuando lo necesitara. Solo haría falta soltarla y ella volvía a mi casa. Yo leía los mensajes y se los retransmiía a sus familiares”, grafica Carlos, que desde chico se dedica a la colombofilia. Nació en el pasaje San Martín, su padre trabajaba en el correo y empezó a criar sus primeras aves y poco a poco fue aprendido el arte, que no abandonó jamás. Con pasión explica las distintas variedades y dice que unas sirven para cortas distancias y otras cubren más de 1.000 km. Toma un ave y muestra sus patas, en una hay un chip y en la otra un anillo con la identificación, edad y certificación de la Federación Colombófila Argentina. Muestra la perfección de las alas, cómo se despliegan. Carlos se acerca al palomar y rápidamente las aves bajan de sus “casitas”, se amontonan junto a la puerta hasta que el hombre retira el pasador, abre y un ensordecedor aleteo inunda la terraza. Las que todavía no salen de la jaula esperan ansiosas su libertad, caminan por el lugar, se reorientan hacia la bandada y vuelan para reecontrarse. Unas vueltas y giros por el barrio son el comienzo de un viaje de más de una hora. Eso lo hacen todos los días, para mantenerse en forma. Luego vienen solas, todas juntas en busca de alimento y cobijo.
“Los pichones, que salen en un segundo grupo, todavía están en etapa de adiestramiento; al año pueden participar en competencias cortas, de 400 km. Cuando regresen los adultos saldrán ellos”, dice Carlos y cuenta que tiene un silbato que hace sonar para que vuelvan al palomar. “Saben que cuando suena el silbato, es hora de volver al lugar, porque es hora de comer”, cierra mirando en el cielo, el vuelo de las palomas. Unos 20 criadores mendocinos y sus aves ya están preparados para la temporada de carreras desde el próximo domingo.