Una docente de una escuela secundaria de Paraná y contó en las redes una situación incómoda que vivió con sus pares.
Belén Giménez es docente secundaria de Paraná y contó en las redes una situación incómoda que vivió con pares en una sala de profesores que se hizo viral: le negaron el mate porque no pudo poner para la yerba.
“Me negaron un mate en la sala de profesores de una escuela, un mate que no preparé (porque sé cómo es la cuestión de la ‘colaboración’ para cosas de uso común y como no puedo seguir colaborando, siempre me llevo hasta el papel higiénico) pero un colega que lo preparó, me convidó y me lo dejó cuando se retiró del lugar”, comenzó Belén
Luego agregó: “Me lo negaron, me cerraron el pico del termo y me lo sacaron porque yo no colaboro con la yerba (no es necesario aclarar que esa yerba iba derecho al tacho de basura porque ya estaba usada y todos debíamos entrar a clases. Perdón por tomar algo usado)”.
“No solo sé que soy pobre sino que me lo refregaron en la cara, me sentenciaron a no tener derecho a un mate porque no pongo plata”, indicó. También apuntó: “Yo con 32 años me sentí mal, no hace falta cuestionarme cómo se sentirán los niños que no pueden dedicarse a jugar, a ir a la escuela, cómo se sentirán aquellos que no tienen nada porque les quitan todos sus derechos”.
En otro tramo explicó su situación: “Soy pobre, sí, siempre lo fui, mi familia lo es, siempre viviendo con lo justo y necesario para sobrevivir porque eso no es vivir. Y así pasan los años. Estudio y trabajo”.
En ese sentido agregó: “El trabajo siempre me quitó horas de estudio y el estudio me impidió buscarme un buen trabajo, siempre tuvo que ser uno que me ocupe medio día para poder cursar a la tarde y eso significa que siempre gané poco”.
También lamentó: “Por eso, por la situación del país y por otras tantas, aún no he logrado eso que llaman estabilidad pero igualmente tengo un techo y tengo comida, mala, muy mala, pero me permite andar”.
Tras la escena desagradable, Belén contó cómo siguió la situación en el aula: “Mis alumnas me miraban creo que asustadas, estaban serias, hasta que una de ellas me preguntó qué me pasaba, que estaba rara, y el aula pareció un cementerio, nunca hubo tanto silencio”.
Así fue cómo se fue desahogando: “Les dije, como pude, como el nudo en la garganta me lo permitió, que antes que nada, antes que nuestras preferencias, gustos, situación económica, religión, antes de todo, somos humanos y que nunca debemos darle la espalda a ese otro que está al lado, por ética, por ser humanos. Me respetaron con una madurez ejemplar, asintieron entendiendo y se pusieron a hacer la actividad. Nunca me costó tanto dar una clase”.
Y finalmente, diferenció: “Por suerte, al otro lado de la puerta, hay otras colegas y una de ellas me abrazó y ese abrazo me sanó como nada, ese abrazo me dijo que hay que seguir peleando, ese abrazo me salvó la vida”.