Un día como hoy, pero de 1904, se registraba la Última Rebelión Mocoví en la ciudad de San Javier. Salvador López, líder Mocoví en la reducción de los jesuitas ubicada en San Javier provocó la rebelión en reclamo de las tierras colonizadas.
Por esos años, en San Javier convivían criollos y extranjeros, ejerciendo el poder dominante, con los sometidos y marginados mocovíes. La falta de representatividad de los caciques tradicionales sumaba para la pérdida de poder y repliegue material y espiritual de los habitantes originarios de la región.
La situación se agravó con la expropiación de tierras para entregar a nuevos inmigrantes europeos. Los mocovíes estaban fragmentados políticamente, un grupo de ellos encabezado por el cacique Mariano López, a cambio de favores recibidos, apoyaba abiertamente a las autoridades oficiales. La mayoría no respetaba a Mariano, dos de sus hermanos Juan y Andrés, fueron capaces de canalizar el malestar y de cohesionar y motivar a los descontentos, consolidándose como líderes del creciente conflicto.
Además, por esos tiempos surgían los movimientos mesiánicos, que buscaban la recuperación de los valores comunitarios tradicionales, y a través de procesos mágico-religiosos, ofrecían una nueva estrategia para terminar con la opresión blanca. Los mocovíes comenzaron a reunirse en San Javier obedeciendo el llamado de los «tata-dioses» o adivinos: Francisco Golondrina, Domingo López y Santos Megrané. Ellos anunciaban un diluvio apocalíptico que dejaría a los mocovíes como verdaderos dueños del pueblo, y que si eso no ocurriere deberían proceder al levantamiento.
El 3 de diciembre de 1903, día de la tradicional fiesta patronal de San Francisco Javier, que desde los tiempos de la reducción jesuítica tenía a los mocovíes como protagonistas, hubo una extraordinaria concurrencia y un intenso fervor religioso. A partir de ese día los mocovíes empezaron a manifestar más claramente su descontento, con lo que comenzaron a circular en el pueblo rumores acerca de una próxima sublevación de indios.
El 21 de abril de 1904, con nuevos líderes y guías espirituales, los mocovíes se disponen a tomar la jefatura política y la policía para recuperar el pueblo que alguna vez les había pertenecido.
A caballo, armados con lanzas y boleadoras se dispusieron para el enfrentamiento, que, según los líderes religiosos, en caso que el diluvio no la produjera, la destrucción del hombre blanco debía ser con las armas indígenas tradicionales.
En pueblo -previendo el inminente ataque- se habían colocado hombres armados en las azoteas de las casas, la Iglesia y la policía. Los mocovíes avanzaron por las calles laterales de la Iglesia hacia la jefatura política, confiando en que contarían con la protección divina. La represión fue inmediata, la derrota de los aborígenes fue contundente, un gran número de muertos y heridos quedaron en las calles.
Al caer los líderes conductores de la rebelión, entre ellos Juan López y varios líderes religiosos, los demás mocovíes se retiraron y dispersaron.
El jefe político Romero envió al cacique Mariano López a intimar a los jefes sobrevivientes a la rendición. A lo largo de la tarde de ese 21 de abril, grupos de indígenas fueron conducidos a la jefatura, siendo desarmados y encerrados en un corralón situado al lado del edificio policial, en condiciones de extremo hacinamiento.
Después de la derrota, el clima entre los mocovíes era de angustia y tristeza, se habían acabado las fiestas y los cantos. La miseria y la desnutrición eran una constante, así como los fantasmas de la tuberculosis, la sífilis y la lepra. La prostitución y el alcoholismo contribuían también a la tragedia de los mocovíes.